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Se han encontrado 84 poemas con la palabra aliento

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Lope de Vega

Nuevo ser, nueva vida, aliento nuevo

-- de Lope de Vega --

Nuevo ser, nueva vida, aliento nuevo,
Señor, os debo ya, pues reducida
mi vida a vos es otra nueva vida,
de tal manera que me hacéis de nuevo.
De nuevo el alma de esta vida os debo,
aquella con la sangre redimida,
y ésta con la piedad, pues de perdida
al resplandor de la verdad la llevo.
Nada era ya la vida, que apartada
se vio de vos, Señor, ¡Qué triste estado!
Luego ha sido otra vez de vos criada.
De la nada, Señor, me habéis sacado
a nuevo ser, que si el pecado es nada,
en nada me volví por el pecado.

Poema Nuevo ser, nueva vida, aliento nuevo de Lope de Vega con fondo de libro

Mientras que bebe el regalado aliento

-- de Luis Carrillo y Sotomayor --

Mientras que bebe el regalado aliento
de tu divina boca, ¡oh Laura mía!;
mientras asiste al Sol que roba al día,
por más hermosa luz, luz y contento,

tu dueño; o ya repose —¡oh blando asiento!—
su cuello en ése que a la nieve fría
prestar color, prestar beldad podría,
vuelve, si no la vista, el pensamiento.

¡Ay, si acaso, ay de mí, lucha amorosa
la lengua oprime! ¡Oh bien dichoso amante,
si no más, si oprimiere desdeñosa!

No olvides a tu ausente, a tu constante,
que es ave el pensamiento, ¡oh Laura hermosa!
y llegará a tu Fabio en un instante.

Poema Mientras que bebe el regalado aliento de Luis Carrillo y Sotomayor con fondo de libro

Manuel de Zequeira

A la brisa

-- de Manuel de Zequeira --

Rompe en oriente sus prisiones Eolo,
Tiende sus alas, y con blando aliento
Bate en la concha del neptúneo carro
Lleno de Pompa.

Siguen su rumbo los tritones, siguen
Cándidas ninfas sus etéreos pasos
Liras templando de cristal sonoro
Dulces sirenas.

Bajo sus alas el campeón ibero
Llega a regiones peregrinas donde
Guarda su gloria y su memoria el ancho
Valle de Otumba.

Sobre tapices de esmeralda Ceres
Dulces placeres con Pomona parte
Cuando reparte la risueña brisa
Gratos aromas.

Puesto a la sombra del abeto, entonces
Oigo los mirtos y laureles santos
Cómo conversan con el aire, y cómo
Flora se anima.

La ave de Venus con amante pico
Llama al consorte de su nido ausente,
Dando al ambiente el parabién, y dando
Tiernos arrullos.

Todo se mueve con festivo enlace,
Driades y Faunos en sus verdes templos
Danzan los unos, y los otros tocan
Rudos silbatos.

Cuando tú soplas oh sagrada brisa,
Todo revive con tu aliento, y cuando
Vienes se alegra la fecunda en oro
Tórrida zona.

Poema A la brisa de Manuel de Zequeira con fondo de libro

Manuel del Palacio

Tristeza

-- de Manuel del Palacio --

Dentro de mí te escondes enemiga
Y mi aliento envenenas con tu aliento;
Tú conviertes en pena mi contento
Y mi reposo cambias en fatiga.

Cual madre que rencor tan sólo abriga
Nutres mi corazón de sentimiento;
Pero mi voluntad vence tu intento
Y tu constancia mi dolor mitiga.

Cruel eres conmigo y yo te amo;
Soy de tí tan celoso, que quisiera
Del mundo á las miradas esconderte;

Cuando de mí te ausentas yo te llamo,
Sin tí mi vida el ocio consumiera,
Por tí pienso en la gloria y en la muerte.



Manuel del Palacio

Tristeza (Melodías íntimas)

-- de Manuel del Palacio --

Dentro de mí te escondes enemiga
Y mi aliento envenenas con tu aliento;
Tú conviertes en pena mi contento
Y mi reposo cambias en faliga.

Cual madre que rencor tan sólo abriga
Nutres mi corazón de sentimiento;
Pero mi voluntad vence tu intento
Y tu constancia mi dolor mitiga.

Cruel eres conmigo y yo te amo;
Soy de tí tan celoso, que quisiera
Del mundo á las miradas esconderte;

Cuando de mí te ausentas yo te llamo,
Sin tí mi vida el ocio consumiera,
Por tí pienso en la gloria y en la muerte.



Juan Bautista Aguirre

A una dama imaginaria

-- de Juan Bautista Aguirre --

Qué linda cara que tienes,
válgate Dios por muchacha,
que site miro, me rindes
y si me miras, me matas.

Esos tus hermosos ojos
son en ti, divina ingrata,
harpones cuando los flechas,
puñales cuando los clavas.

Esa tu boca traviesa,
brinda entre coral y nácar,
un veneno que da vida
y una dulzura que mata.

En ella las gracias viven;
novedad privilegiada,
que haya en tu boca hermosura
sin que haya en ella desgracia.

Primores y agrados hay
en tu talle y en tu cara
todo tu cuerpo es aliento,
y todo tu aliento es alma.

El licencioso cabello
airosamente declara,
que hay en lo negro hermosura,
y en lo desairado hay gala.

Arco de amor son tus cejas,
de cuyas flechas tiranas,
ni quien se defiende es cuerdo,
ni dichoso quien se escapa.

¡Qué desdeñosa te burlas!
y ¡qué traidora te ufanas,
a tantas fatigas firme,
y a tantas finezas falsa!

¡Qué mal imitas al cielo
pródigo contigo en gracias,
pues no sabes hacer una
cuando sabes tener tantas!



Gustavo Adolfo Bécquer

rima xcii

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

Tu aliento es el aliento de las flores,
tu voz es de los cisnes la armonía;
es tu mirada el esplendor del día,
y el color de la rosa es tu color.
Tú prestas nueva vida y esperanza
a un corazón para el amor ya muerto:
tú creces de mi vida en el desierto
como crece en un páramo la flor.



Salvador Díaz Mirón

Dedicatoria (Salvador Díaz Mirón)

-- de Salvador Díaz Mirón --

Cuanto en mí vierte luz y armonía
ha nacido a tus besos de miel;
yo soy bardo y tribuno, alma mía,
porque tú eres aliento y laurel.

Si he lanzado una piedra a los cielos,
si fui cruel, no me guardes rencor;
confesando que ha sido por celos,
harto digo que fue por amor.

No te aflijas si el nauta suspira
tanto nombre en las noches del mar;
si son muchos los astros que mira,
uno solo es la Estrella Polar.

La esperanza, luchando y venciendo,
me promete sin par galardón;
¡a ti vaya, sangrando y gimiendo,
este libro, que es un corazón!

Cuanto en mí vierte luz y armonía
ha nacido a tus besos de miel;
yo soy bardo y tribuno, alma mía,
porque tú eres aliento y laurel.



Francisco de Quevedo

Madrigal (Pinta ejecuciones de amantes)

-- de Francisco de Quevedo --

Los brazos de Damón y Galatea
nueva Troya, torciéndose, formaban
(que yo lo vi, viniendo de la aldea);
sus bocas se abrazaban
y las lenguas trocaban.
En besos a las tórtolas vencían;
las palabras y aliento se bebían
y en suspiros las almas retozaban.
Mas él, estremeciéndose, decía:
“¡Ay, muero, vida mía!”
Y ella, vueltos los ojos, le mostraba
en su color lo mesmo que le daba.
Fue tan dulce este trance y de tal suerte
que quiso parte del la misma Muerte,
pues quedando sin fuerza y sin aliento,
entrambos despidieron el contento.
Y las niñas hermosas,
que, al fin, de vergonzosas se escondieron,
ya tristes, de envidiosas,
a los divinos ojos se volvieron,
dando armas a Damón con que venciese
al arrepentimiento, si viniese.

(Poema número 413 de la edición de J. M. Blecua.)



Alejandro Tapia y Rivera

A Elena (Tapia)

-- de Alejandro Tapia y Rivera --

Colúmpiase en el valle una azucena
tan pura y tan galana
como de abril la cándida mañana.
El zumbador que la enamora tierno
de su pudor y su beldad celoso,
no se atreve a libar en su corola
el néctar delicioso;
del sustento es priva
porque lozana y candorosa viva,
y muriera contento
gozando los perfumes de su aliento:
encantadora Elena,
yo soy el zumbador, tú la azucena.



Alejandro Tapia y Rivera

El ángel del amor

-- de Alejandro Tapia y Rivera --

Dios hizo el mundo; con su voz divina
del caos lo sacó,
y admirando su obra peregrina
se dice que la amó.

Su grandioso querer cumplido estaba
magnífico, inmortal;
pero amante, colmar aun le faltaba
su afecto celestial.

Y ante el dulce mirar de su ternura
la esfera se extasió,
y el ángel de la luz y la hermosura
en luna se trocó.

Y el grato aroma de su noble aliento
lanzó sobre el Abril,
y el ángel del perfume en el momento
fue rosa del pensil.

Y emanando su labio regalado
al ángel de la miel,
fue emblema de su néctar delicado
la dulce abeja fiel.

Y formó de su voz la simpatía,
un eco seductor,
y el ángel de la plácida armonía
trocose en ruiseñor.

Empero deseaba el Dios potente
formar un nuevo ser;
y un ángel de su Edén trajo clemente
y fuiste tú, mujer.

Y te ornó con diadema de hermosura,
te alzó como deidad;
dio a tus ojos mil perlas de ternura,
de gozo y de piedad.

Y emblema, oh Celia, del amor divino
te quiso el Hacedor
consagrar al benéfico destino
del ángel del amor.



Alfonso Reyes

¡a cuernavaca!

-- de Alfonso Reyes --

A cuernavaca voy, dulce retiro,
cuando, por veleidad o desaliento,
cedo al afán de interrumpir el cuento
y dar a mi relato algún respiro.
A cuernavaca voy, que sólo aspiro
a disfrutar sus auras un momento:
pausa de libertad y esparcimiento
a la breve distancia de un suspiro.
Ni campo ni ciudad, cima ni hondura;
beata soledad, quietud que aplaca
o mansa compañía sin hartura.
Tibieza vegetal donde se hamaca
el ser en filosófica mesura...
¡A cuernavaca voy, a cuernavaca!

ii
no sé si con mi ánimo lo inspiro
o si el reposo se me da de intento.
Sea realidad o fingimiento,
¿a qué me lo pregunto, a qué deliro?
básteme ya saber, dulce retiro
que solazas mis sienes con tu aliento:
pausa de libertad y esparcimiento
a la breve distancia de un suspiro.
El sosiego y la luz el alma apura
como vino cordial; trina la urraca
y el laurel. De los pájaros murmura;
vuela una nube; un astro se destaca,
y el tiempo mismo se suspende y dura...
¡A cuernavaca voy, a cuernavaca!



Amado Nervo

a némesis

-- de Amado Nervo --

Tu brazo en el pesar me precipita,
me robas cuanto el alma me recrea,
y casi nada tengo: flor que orea
tu aliento de simún, se me marchita.
Pero crece mi fe junto a mi cuita,
y digo como el justo de idumea:
así lo quiere dios, ¡bendito sea!
el señor me lo da, él me lo quita.
Que medre tu furor, nada me importa:
puedo todo en aquel que me conforta,
y me resigno al duelo que me mata;
porque, roja visión en noche oscura,
cristo va por mi vía de amargura
agitando su túnica escarlata.



Lope de Vega

En esta tabla de tu Cruz divina

-- de Lope de Vega --

En esta tabla de tu Cruz divina
saldré de la tormenta del mar fiero
con el aliento del vivir postrero,
a donde el Norte de su luz me inclina.
La nave de mi vida peregrina,
que en las Sirenas no temió primero,
en los bancos del mundo lisonjero
sin gobierno zozobra y desatina.
Tú sola en tal peligro, tú me alientas,
tabla dichosa, que mi vida entabla
por tantas olas de mi error violentas.
Cobréme en Ti, y a Ti llegue sin habla:
que no puedo anegarse en sus tormentas
quien se abrazare a tu divina tabla.



Lope de Vega

Por convidado un sátiro tenía

-- de Lope de Vega --

Por convidado un sátiro tenía
un hombre, a cuyo rostro estando atento,
consideró que con un mismo aliento
calienta el frío y la comida enfría.

A las fieras después, «Guardaos decía
de un animal que con diverso intento,
trocando solamente el movimiento,
varios efectos de una causa cría.

Tal es la lengua, si aborrece o ama,
que lo que ama alaba y engrandece,
y vitupera aquello que desama.

Julio, ¿a qué fiera Antandro se parece,
que porque no se envidia no se infama,
y porque no se ve no se aborrece?



Lope de Vega

De la belleza de su amada

-- de Lope de Vega --

No queda más lustroso y cristalino
por altas sierras el arroyo helado
ni está más negro el ébano labrado
ni más azul la flor del verde lino;

más rubio el oro que de Oriente vino,
ni más puro, lascivo y regalado
espira olor el ámbar estimado
ni está en la concha el carmesí más fino,

que frente, cejas, ojos y cabellos
aliento y boca de mi ninfa bella,
angélica figura en vista humana;

que puesto que ella se parece a ellos
vivos están allá, muertos sin ella,
cristal, ébano, lino, oro, ámbar, grana.



Góngora

Inscripción para el sepulcro del Greco

-- de Góngora --

Esta, en forma elegante, oh peregrino,
de pórfido luciente dura llave,
el pincel niega al mundo más süave
que dio espíritu a leño, vida a lino.

Su nombre, aún de mayor aliento dino
que en los clarines de la Fama cabe,
el campo ilustra de ese mármol grave;
venérale, y prosigue tu camino.

Yace el Griego. Heredó Naturaleza
Arte, y el Arte, estudio; Iris, colores;
Febo, luces —si no sombras, Morfeo.—

Tanta urna, a pesar de su dureza,
lágrimas beba y cuantos suda olores
corteza funeral de árbol sabeo.



Luis Gonzaga Urbina

redención

-- de Luis Gonzaga Urbina --

Te quiero porque en tu alma vive el germen
de ternura infinita,
como diáfana gota de rocío
sobre una flor marchita;

te quiero porque he visto doblegarse
tu espléndida cabeza;
porque sé bien que en medio de la orgía
te invade la tristeza;

porque has pasado por la senda estrecha
en los grandes zarzales de la vida,
sin desgarrar tus blancas vestiduras,
sin hacerte una herida;

porque has ido pidiendo por el mundo,
con el candor de un niño,
a cada corazón a que has tocado,
un poco de cariño;

porque indica profundo sufrimiento
tu pálida mejilla;
porque en tus ojos que placer irradian
también el llanto brilla.

Te quiero; nada importa que cansado
tu espíritu se aduerma;
yo lo habré de animar, yo daré aliento
a tu esperanza enferma.

¡Mariposa que fuiste entre las flores
dejando tus bellezas y tus galas,
yo volveré a poner el polvo de oro
sobre tus leves alas!



Luis Lloréns Torres

el negro

-- de Luis Lloréns Torres --

Niño, de noche lanzábame a la selva,
acompañado del negro viejo de la hacienda,
y cruzábamos juntos la manigua espesa.
Yo sentía el silencioso pisar de las fieras

y el aliento tibio de sus bocas abiertas.
Pero el negro a mi lado era una fuerza
que con sus brazos desgajaba las ceibas
y con sus ojos se tragaba las tinieblas.

Ya hombre, también a la selva del mundo fui
y entre hombres y mujeres de todas las razas viví.
Y también su pisar silencioso sentí.

Y tuve miedo, como de niño... Pero no huí...
Porque en mi propia sombra siempre vi
al negro viejo siempre cerca de mí.



Manuel Acuña

a una flor

-- de Manuel Acuña --

Cuando tu broche apenas se entreabría
para aspirar la dicha y el contento,
¿te doblas ya y cansada y sin aliento
te entregas al dolor y a la agonía?
¿no ves acaso, que esa sombra impía
que ennegrece el azul del firmamento
nube es tan sólo que al soplar el viento,
te dejará de nuevo ver el día?
¡resucita y levántate!... Aún no llega
la hora de que en el fondo de tu broche
des cabida al pesar que te doblega.
Injusto para el sol es tu reproche,
que esa sombra que pasa y que te ciega,
es una sombra, pero aún no es la noche.



Manuel Acuña

la brisa

-- de Manuel Acuña --

A mi querido amigo j.C. Fernandez.
Aliento de la mañana
que vas robando en tu vuelo
la esencia pura y temprana
que la violeta lozana
despide en vapor al cielo:
dime, soplo de la aurora,
brisa inconstante y ligera,
¿vas por ventura a esta hora
al valle que te enamora
y que gimiendo te espera?
¿o vas acaso a los nidos
de los jilgueros cantores
que en la espesura escondidos
te aguardan medio adormidos
sobre sus lechos de flores?
¿o vas anunciando acaso,
sopla del alba naciente,
al murmurar de tu paso,
que el muerto sol del ocaso
se alza un niño en oriente?
recoge tus leves alas,
brisa pura del estío,
que los perfumes que exhalas
vas robando entre las galas
de las violetas del río.
Detén tu fugaz carrera
sobre las risueñas flores
de la loma y la pradera,
y ve a despertar ligera
al ángel de mis amores.
Y dile, brisa aromada,
con tu murmullo sonoro,
que ella es mi ilusión dorada,
y que en mi pecho grabada
como a mi vida la adoro.



Manuel Acuña

A una flor (Acuña)

-- de Manuel Acuña --

Cuando tu broche apenas se entreabría
para aspirar la dicha y el contento,
¿te doblas ya y cansada y sin aliento
te entregas al dolor y a la agonía?

¿No ves acaso, que esa sombra impía
que ennegrece el azul del firmamento
nube es tan sólo que al soplar el viento,
te dejará de nuevo ver el día?

¡Resucita y levántate!... Aún no llega
la hora de que en el fondo de tu broche
des cabida al pesar que te doblega.

Injusto para el sol es tu reproche,
que esa sombra que pasa y que te ciega,
es una sombra, pero aún no es la noche.



Manuel Acuña

La brisa (Manuel Acuña)

-- de Manuel Acuña --

Aliento de la mañana
que vas robando en tu vuelo
la esencia pura y temprana
que la violeta lozana
despide en vapor al cielo:

Dime, soplo de la aurora,
brisa inconstante y ligera,
¿vas por ventura a esta hora
al valle que te enamora
y que gimiendo te espera?

¿O vas acaso a los nidos
de los jilgueros cantores
que en la espesura escondidos
te aguardan medio adormidos
sobre sus lechos de flores?

¿O vas anunciando acaso,
sopla del alba naciente,
al murmurar de tu paso,
que el muerto sol del ocaso
se alza un niño en oriente?

Recoge tus leves alas,
brisa pura del estío,
que los perfumes que exhalas
vas robando entre las galas
de las violetas del río.

Detén tu fugaz carrera
sobre las risueñas flores
de la loma y la pradera,
y ve a despertar ligera
al ángel de mis amores.

Y dile, brisa aromada,
con tu murmullo sonoro,
que ella es mi ilusión dorada,
y que en mi pecho grabada
como a mi vida la adoro.



Manuel de Zequeira

A Carmelina

-- de Manuel de Zequeira --

Con la sonora trompa
De caliope divina,
Cantaba yo de Aquiles
Las bélicas conquistas:

El furor de los griegos,
Las fúnebres cenizas
Del Ilion, y la suerte
De Andrómaca afligida.

Tan hórridos acentos
Los ecos repetían,
Cuando un pasmo amoroso
Dejó mi sangre tibia;

Poco a poco el aliento
De mí se despedía,
Negándose la trompa
Al soplo que la anima.

Perdí en fin los compases,
Creció más mi fatiga;
Hasta que vino Erato
Cediéndome su lira:

"Canta, me dijo, toca
En ésta, que yo misma
Te animaré si cantas
La dulce Carmelina:

No cantes de Belona,
Ni de Marte las iras;
Canta, sí, las de Venus
Y de tu amor reliquias".

Yo tomé el instrumento,
Y a tiempo que la ninfa
Me dictaba los sones
En las cuerdas divinas.

Entonces se aparece
La tierna Carmelina,
Circundada de amores,
De gracias y de risas.

Y al verla, de las manos
Se desprendió mi lira,
Quedándose suspensa,
Erato, y yo sin vida.



Manuel del Palacio

Al despertar

-- de Manuel del Palacio --

— ¿Quién eres, ángel, que ante mí apareces,
Como en nublado cielo blanca aurora,
Y al corazón, que desengaños llora,
Paz y consuelo y esperanza ofreces?

Yo te he visto en mis sueños muchas veces
Juguete de ilusión fascinadora,
Y vive en mi tu imágen seductora,
Y con tu puro aliento me estremeces.

¿Eres quizá la silfíde hechicera
Que amada de las nubes y las brisas
Llevarme quieres á su azul esfera?

Flores hollando vas por donde pisas...
— ¿Quién eres? — Soy, señor, la lavandera,
Y vengo á que me pague las camisas.



Manuel del Palacio

Desaliento

-- de Manuel del Palacio --

Placeres, gloria, juventud, poesía,
Sueños del corazón enamorado,
Á través de las brumas del pasado
Aun os evoca la memoria mía.

Cual eco de lejana melodía
Regocijais mi espíritu apenado,
Y á vuestro aliento dulce y regalado
Reviven mi ambición y mi alegría.

Pájaro soy do quiera peregrino
Que preso en tosca malla ó red de seda
Á cantar y sufrir al mundo vino:

El anhelo del bien sólo me queda,
¡Y acaso nunca fijará el destino
De mi fortuna la inconstante rueda!



Manuel del Palacio

En el álbum de Maria C. Larravide

-- de Manuel del Palacio --

El cisne que navega
por el dormido lago;
el ruiseñor que entona
de noche su cantar;
la tórtola que gime
cruzando el aire vago;
la estrella que aparece,
la brisa al susurrar,
no tienen el aroma,
la luz, la poesía,
la gracia, la frescura,
la dulce languidez
que el cielo ha derramado
simpática María,
sobre tus negros ojos
y tu rosada tez.
El lirio dio a tu aliento
su embriagadora esencia;
la palma a tu cintura
prestó la ondulación;
y hay en tu risa el grato
candor de la inocencia,
junto al volcán interno
que abrasa el corazón.
Feliz una y mil veces
aquel que logre un día
los ojos en ti fijos
y el alma fija en ti,
decirte una palabra,
una tan sólo: ¡mía!
Y en tus amables labios
beber el dulce: ¡sí!



Manuel Gutiérrez Nájera

Madre Naturaleza

-- de Manuel Gutiérrez Nájera --

Madre, madre, cansado y soñoliento
quiero pronto volver a tu regazo;
besar tu seno, respirar tu aliento
y sentir la indolencia de tu abrazo.

Tú no cambias, ni mudas, ni envejeces;
en ti se encuentra la virtud perdida,
y tentadora y joven apareces
en las grandes tristezas de la vida.

Con ansia inmensa que mi ser consume
quiero apoyar las sienes en tu pecho,
tal como el niño que la nieve entume
busca el calor de su mullido lecho.

!Aire! ¡más luz, una planicie verde
y un horizonte azul que la limite,
sombra para llorar cuando recuerde,
cielo para creer cuando medite!

Abre, por fin, hospedadora muda,
tus vastas y tranquilas soledades,
y deja que mi espíritu sacuda
el tedio abrumador de las ciudades.

No más continuo batallar: ya brota
sangre humeante de mi abierta herida,
y quedo inerme, con la espada rota,
en la terrible lucha por la vida.

¡Acude madre, y antes que perezca
y bajo el peso, del dolor sucumba;
o abre tus senos, y que el musgo crezca
sobre la humilde tierra de mi tumba!



Ignacio María de Acosta

Nace fragante

-- de Ignacio María de Acosta --

Nace fragante, delicada, hermosa,
rica en colores, tímida y galana,
entre perlas que riega la mañana
en verde tallo la encendida rosa.

El aura la acaricia voluptuosa;
en agradarla el colibrí se afana;
y la rosa gentil de la sabana
es el hechizo y la adorada diosa.

Pero si envuelto en polvoroso aliento
con torpe labio y bárbara inclemencia
besa la flor el huracán violento,

entonces mustia, sin color ni esencia
muere infeliz, cual muere en un momento
al contacto del vicio la inocencia.



Jaime Torres Bodet

nocturno iv

-- de Jaime Torres Bodet --

Iv
hecho de nada soy, por nada aliento;
nada es mi ser y nada mi sentido
y, muerto, no seré más que al oído
un roce de hojas muertas en el viento...
A nada me negué. De nada exento
pasión, fiebre o virtud he persistido,
y de esa misma nada envejecido
sombra de sombras es mi pensamiento.
Pero si nada di, nada he pedido
y, si de nada soy, a nada intento:
espectador no más de lo que he sido.
Como inventé el nacer, la muerte invento
y, sin otro epitafio que el olvido,
a la nada me erijo en monumento.



Jorge Isaacs

Después de la victoria

-- de Jorge Isaacs --

I

Con albas ropas, lívida, impalpable,
en alta noche se acercó a mi lecho:
estremecido, la esperé en los brazos;
inmóvil, sorda, me miró en silencio.

Hiriome su mirada negra y fría...
Sentí en la frente como helado aliento;
y las manos de mármol en mis sienes,
a los míos juntó sus labios yertos.

II

La hoguera del vivac agonizante:
Infla las lonas de la tienda el viento:
Olor de sangre... Fatigados duermen:
De centinelas, voces a los lejos...

¡Largo vivir!... ¡La gloria!... ¿Quién laureles
Y caricias tendrá para mí en premio?
¿Gloria sin ti?... ¡Dichosos los que yacen
En la llanura ensangrentada, muertos!



Jorge Riechmann

27

-- de Jorge Riechmann --

Dum spiro spero:
me defiende defiendo
mi cabrona esperanza
mientras me quede aliento.



César Vallejo

Trilce: XXI

-- de César Vallejo --

En un auto arteriado de círculos viciosos
torna diciembre qué cambiado,
con su oro en desgracia. Quién le viera:
diciembre con sus 31 pieles rotas,
el pobre diablo.

Yo le recuerdo. Hubimos de esplendor,
bocas ensortijadas de mal engreimiento,
todas arrastrando recelos infinitos.
Cómo no voy a recordarle
al magro señor Doce.

Yo le recuerdo. Y hoy diciembre torna
qué cambiado, el aliento a infortunio,
helado, moqueando humillación.

Y a la temurosa avestruz
como que la ha querido, corno que la ha adorado.
Pero ella se ha calzado todas sus diferencias.



César Vallejo

en un auto arteriado de círculos viciosos

-- de César Vallejo --

xxi
en un auto arteriado de círculos viciosos
torna diciembre qué cambiado,
con su oro en desgracia. Quién le viera:
diciembre con sus 31 pieles rotas,
el pobre diablo.
Yo le recuerdo. Hubimos de esplendor,
bocas ensortijadas de mal engreimiento,
todas arrastrando recelos infinitos.
Cómo no voy a recordarle
al magro señor doce.
Yo le recuerdo. Y hoy diciembre torna
qué cambiado, el aliento a infortunio,
helado, moqueando humillación.
Y a la temurosa avestruz
como que la ha querido, corno que la ha adorado.
Pero ella se ha calzado todas sus diferencias.



César Vallejo

al cavilar en la vida, al cavilar

-- de César Vallejo --

Al cavilar en la vida, al cavilar
despacio en el esfuerzo del torrente,
alivia, ofrece asiento el existir,
condena a muerte;
envuelto en trapos blancos cae,
cae planetariamente
el clavo hervido en pesadumbre; cae!
(acritud oficial, la de mi izquierda;
viejo bolsillo, en sí considerada, esta derecha).
¡Todo está alegre, menos mi alegría
y todo, largo, menos mi candor,
mi incertidumbre!
a juzgar por la forma, no obstante, voy de frente,
cojeando antiguamente,
y olvido por mis lágrimas mis ojos (muy interesante)
y subo hasta mis pies desde mi estrella.
Tejo; de haber hilado, héme tejiendo.
Busco lo que me sigue y se me esconde entre arzobispos,
por debajo de mi alma y tras del humo de mi aliento.
Tal era la sensual desolación
de la cabra doncella que ascendía,
exhalando petróleos fatídicos,
ayer domingo en que perdí mi sábado.
Tal es la muerte, con su audaz marido.



César Vallejo

Pequeño responso a un héroe de la República

-- de César Vallejo --

Un libro quedó al borde de su cintura muerta,
un libro retoñaba de su cadáver muerto.
Se llevaron al héroe,
y corpórea y aciaga entró su boca en nuestro aliento;
sudamos todos, el hombligo a cuestas;
caminantes las lunas nos seguían;
también sudaba de tristeza el muerto.

Y un libro, en la batalla de Toledo,
un libro, atrás un libro, arriba un libro, retoñaba del cadáver.

Poesía del pómulo morado, entre el decirlo
y el callarlo,
poesía en la carta moral que acompañara
a su corazón.
Quedóse el libro y nada más, que no hay
insectos en la tumba,
y quedó al borde (le su manga, el aire remojándose
y haciéndose gaseoso, infinito.

Todos sudamos, el ombligo a cuestas,
también sudaba de tristeza el muerto
y un libro, yo lo vi sentidamente,
un libro, atrás un libro, arriba un libro
retoño del cadáver ex abrupto.

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Diego de Torres Villarroel

cuenta los pasos de la vida

-- de Diego de Torres Villarroel --

De asquerosa materia fui formado,
en grillos de una culpa concebido,
condenado a morir sin ser nacido,
pues estoy no nacido y ya enterrado.
De la estrechez obscura libertado,
salgo informe terrón no conocido,
pues sólo de que aliento es un gemido
melancólico informe de mi estado.
Los ojos abro, y miro lo primero
que es la esfera también cárcel obscura;
sé que se ha de llegar el fin postrero.
Pues ¿adónde me guía mi locura,
si del ser al morir soy prisionero,
en el vientre, en el mundo y sepultura?



Arturo Borja

Bajo la tarde

-- de Arturo Borja --

¡Oh! tarde dolorosa que con tu cielo de oro
finges las alegrías de un declinar de estío.
¡Tarde! Las hojas secas en su doliente coro
van llenando mi alma de un angustioso frío.

La risa de la fuente me parece ser lloro;
el aire perfumado tiene aliento de lirios;
añoranzas me llegan de unos viejos martirios
y a mi mente se asoman unos ojos que adoro...

Negros ojos que surgen como lagos de muerte
bajo la sombra trágica de un cabello obsidiano,
¿Por qué esa obstinación en dejar mi alma inerte,

turbando mis deliquios con su mirar lejano?
... Sigue fluyendo pena de la fuente sonora...
Ha llegado la noche... Pobre alma mía, ¡llora!



Cristóbal Suárez de Figueroa

Felicidad de la vida

-- de Cristóbal Suárez de Figueroa --

¡O bien feliz el que la vida pasa
Sin ver del que gobierna el aposento,
Y mas quien deja el cortesano asiento
Por la humildad de la pajiza casa!

Que nunca teme una fortuna escasa,
De agena envidia el ponzoñoso aliento;
A la planta mayor persigue el viento,
A la torre mas alta el rayo abrasa.

Contento estoy de mi mediana suerte;
El poderoso en su deidad resida;
Mayor felicidad yo no procuro,

Pues la quietud sagrada al hombre advierte
Ser para el corto espacio de la vida
El mas humilde estado mas seguro.



José María Blanco White

A doña María Ana Beck

-- de José María Blanco White --

Cual tañedor de armónico instrumento
Que deseando complacer, lo mira,
Hiere al azar sus cuerdas, y suspira
Incierto, temeroso y descontento;

Si escucha un conocido, tierno acento,
Anhelante despierta, en torno gira
los arrasados ojos y respira
Poseído de un nuevo y alto aliento,

Tal, si aún viviese en mí la pura llama
Y el don de la divina poesía,
Pudiera yo cantar a tu mandado;

Mas el poeta humilde que te ama,
Teme tocar ¡oh María Ana mía!
Un laúd que la edad ha destemplado.



Octavio Paz

acabar con todo

-- de Octavio Paz --

v
dame, llama invisible, espada fría,
tu persistente cólera,
para acabar con todo,
oh mundo seco,
oh mundo desangrado,
para acabar con todo.
Arde, sombrío, arde sin llamas,
apagado y ardiente,
ceniza y piedra viva,
desierto sin orillas.
Arde en el vasto cielo, laja y nube,
bajo la ciega luz que se desploma
entre estériles peñas.
Arde en la soledad que nos deshace,
tierra de piedra ardiente,
de raíces heladas y sedientas.
Arde, furor oculto,
ceniza que enloquece,
arde invisible, arde
como el mar impotente engendra nubes,
olas como el rencor y espumas pétreas.
Entre mis huesos delirantes, arde;
arde dentro del aire hueco,
horno invisible y puro;
arde como arde el tiempo,
como camina el tiempo entre la muerte,
con sus mismas pisadas y su aliento;
arde como la soledad que te devora,
arde en ti mismo, ardor sin llama,
soledad sin imagen, sed sin labios.
Para acabar con todo,
oh mundo seco,
para acabar con todo.



Oliverio Girondo

alta noche

-- de Oliverio Girondo --

Alta noche
de vértices quemados
de subsueño de cauces de preausencia de huracanados rostrosque trasmigran
de complejos de niebla de gris sangre
de soterráneas ráfagas de ratas de trasfiebre invadida
con su animal doliente cabellera de líbido
su satélite angora
y sus ramos de sombras y su aliento que entrecorre las algas del pulsode lo inmóvil
desde otra arena oscura y otro ahora en los huesos
mientras las piedras comen su moho de anestesia y los dedos se apagany arrojan su ceniza
desde otra orilla prófuga y otras costas refluye a otro silencio
a otras huecas arterias
a otra grisura
refluye
y se desqueja



Oliverio Girondo

destino

-- de Oliverio Girondo --

Destino
y para acá o allá
y desde aquí otra vez
y vuelta a ir de vuelta y sin aliento
y del principio o término del precipicio íntimo
hasta el extremo o medio o resurrecto resto de éste a aquelloo de lo opuesto
y rueda que te roe hasta el encuentro
y aquí tampoco está
y desde arriba abajo y desde abajo arriba ávido asqueado
por vivir entre huesos
o del perpetuo estéril desencuentro
a lo demás
de más
o al recomienzo espeso de cerdos contratiempos y destiempos
cuando no al burdo sino de algún complejo herniado en plenovuelo
cálido o helado
y vuelta y vuelta
a tanta terca tuerca
para entregarse entero o de tres cuartos
harto ya de mitades
y de cuartos
al entrevero exhausto de los lechos deshechos
o darse noche y día sin descanso contra todos los nervios delmisterio
del más allá
de acá
mientras se rota quedo ante el fugaz aspecto sempiterno de lo aparenteo lo supuesto
y vuelta y vuelta hundido hasta el pescuezo
con todos los sentidos sin sentido
en el sofocatedio
con uñas y con piensos y pellejo
y porque sí nomás



Oliverio Girondo

croquis sevillano

-- de Oliverio Girondo --

El sol pone una ojera violácea en el alero de las casas,apergamina la epidermis de las camisas ahorcadas en medio de la calle.
¡Ventanas con aliento y labios de mujer!
pasan perros con caderas de bailarín. Chulos con los pantaloneslustrados al betún. Jamelgos que el domingo se arrancaránlas tripas en la plaza de toros.
¡Los patios fabrican azahares y noviazgos!
hay una capa prendida a una reja con crispaciones de murciélago.Un cura de zurbarán, que vende a un anticuario una casullarobada en la sacristía. Unos ojos excesivos, que sacan llagas almirar.
Las mujeres tienen los poros abiertos como ventositas y una temperaturasiete décimos más elevada que la normal.



Pedro Antonio de Alarcón

El viernes santo

-- de Pedro Antonio de Alarcón --

Solo, negado, escarnecido, muerto,
enclavado en la Cruz, ¡oh Jesús mío!
la frente inclinas sobre el mundo impío,
en la cumbre del Gólgota desierto.

Ebrio, entre tanto, y de baldón cubierto,
el mortal, en su infame desvarío,
adora una beldad de aliento frío,
pálida y mustia cual cadáver yerto.

¡Perdónalo, Señor! Que si en tal hora
la majestad de tu dolor ultraja
e ingrato y loco tu pasión olvida,

su espíritu inmortal se agita y llora
por sacudir del cuerpo la mortaja...
Y vive en él como enterrado en vida!



Pedro Antonio de Alarcón

La hija del poeta

-- de Pedro Antonio de Alarcón --

Como, en verano, inútil el rocío
truécase en nube que disipa el viento;
así del noble vate el sentimiento
espiraba sin eco en el vacío.

Y cual la nube en lluvia y ésta en río
trueca de abril el generoso aliento,
tal, realizado en celestial portento,
miró el cantor su vago desvarío.

Tú, gentil Isabel, tierna y piadosa,
tú del paterno amor, tú de su alma,
de sus dolores tú fuiste nacida:

y eres amor en que su fe reposa,
dulce tristeza que las suyas calma,
numen del arte, ensueño de su vida.



Pedro Soto de Rojas

Al pensamiento

-- de Pedro Soto de Rojas --

¿Dónde vuelas, soberbio pensamiento?
Ícaro mozo, mi consejo espera:
mira que al polvo humilde y blanda cera
ni el sol perdona, ni respeta el viento.

Fénix es sol, y su divino aliento
la procelosa de Aquilón esfera;
de cera y polvo tú porción ligera;
teme, vuelve a la tierra, que es tu asiento.

Pero sube, camina, no repares,
rompa tu fuerza los contrarios vientos
hasta ver de tu sol su luz a solas;

que, si muerto cual Ícaro bajares,
nombre darás al mar de mis tormentos
y eterno vivirás entre sus olas.



Pedro Soto de Rojas

Amor, médico ignorante

-- de Pedro Soto de Rojas --

Si escucho el son del regalado aliento
que al Euro amansa y al Genil suspende,
mi lastimado corazón se enciende
y solicita en su ruina al viento;

si ausente estoy, veloz el pensamiento
corre a la luz, en que su luz se ofende:
que Amor curar con su veneno entiende
y el tormento halagar con más tormento.

¡Oh, ignorante doctor, oh falsa cura!
¿Cómo no ves que en fuerza tan rendida
medicina tan cáustica es locura?

Sepan todos, Amor, que no das vida,
que abres la más difícil sepultura
más bien que cierras la menor herida.



Rafael María Baralt

La redención

-- de Rafael María Baralt --

Cuando del pecho en la garganta helada
sube de Cristo el postrimer aliento,
para los orbes su feliz concento
y absortos miran la fatal jornada.

Del impío Lucifer en la morada
suena aquel grito en tremebundo acento
y el rayo vengador penas sin cuento
fija en su mente de terror postrada.

Mas luego alzando la incendiada frente
de sierpes nido y de furor insano:
«¿De qué os sirviera maldecida gente,

la fruta de Eva, que os brindó mi mano?
Dijo y bramando, en su dolor profundo,
al Dios maldice Redentor del mundo.



José María Hinojosa

ya no me besas

-- de José María Hinojosa --

Un viento inesperado hizo vibrar las puertas
y nuestros labios eran de cristal en la noche
empapados en sangre dejada por los besos
de las bocas perdidas en medio de los bosques.
El fuego calcinaba nuestros labios de piedra
y su ceniza roja cegaba nuestros ojos
llenos de indiferencia entre cuatro murallas
amasadas con cráneos y arena de los trópicos.
Aquella fue la última vez que nos encontramos,
llevabas la cabeza de pájaros florida
y de flores de almendro las sienes recubiertas
entre lenguas de fuego y voces doloridas.
El rumbo de los barcos era desconocido
y el de las caravanas que van por el desierto
dejando sólo un rastro sobre el agua y la arena
de mástiles heridos y de huesos sangrientos.
Aquella fue la última noche que nuestros labios
de cristal y de sangre unieron nuestro aliento
mientras la libertad desplegaba sus alas
de nuestra nuca herida por el último beso.



José María Hinojosa

campo sequía

-- de José María Hinojosa --

A luis buñuel
los árboles negros,
cruzan
sus ramas,
pidiendo
un poco de agua.
Los árboles negros,
clavan
su mirada,
en el cielo.
A los árboles negros,
no les cae agua,
y casi secos,
fijan sus ojos
en la tierra sin jugo
y sin aliento.



La durmiente (Somoza)

-- de José Somoza --

La Luna, mientras duermes, te acompaña;
tiende su luz por tu cabello y frente,
va del semblante al cuello y lentamente
cumbres y valles de tu seno baña.

Yo, Lesbia, que al umbral de tu cabaña,
hoy velo, lloro y ruego inútilmente,
el curso de la Luna refulgente
dichoso he de seguir, o Amor me engaña.

He de entrar, cual la Luna, en tu aposento;
cual ella, al lecho en que tu faz reposa,
y cual ella a tus labios acercarme.

Cual ella, respirar tu dulce aliento,
y cual el disco de la casta diosa,
puro, trémulo, mudo, retirarme.



La luna mientras duermes te acompaña

-- de José Somoza --

La luna mientras duermes te acompaña,
tiende su luz por tu cabello y frente,
va del semblante al cuello, y lentamente
cumbres y valles de tu seno baña.

Yo, Lesbia, que al umbral de tu cabaña
hoy velo, lloro y ruego inútilmente,
el curso de la luna refulgente,
dichoso he de seguir o amor me engaña.

He de entrar cual la luna en tu aposento,
cual ella al lienzo en que tu faz reposa,
y cual ella a tus labios acercarme;

cual ella respirar tu dulce aliento,
y cual el disco de la casta diosa,
puro, trémulo, mudo, retirarme.



José Tomás de Cuellar

La muerte del redentor

-- de José Tomás de Cuellar --

AQUÉL que con su aliento poderoso
Puede apagar del sol la viva llama,
El que en la eterea bóveda derrama
Astros sin fin de brillo esplendoroso:

El que desata al huracán furioso,
El que detiene el rayo que se inflama,
AQUÉL á quien el orbe entero aclama
Sumo Hacedor y Todopoderoso;

Hoy bajo el negro velo funerario
En que el azul del cielo desparece,
En una cruz, humilde, solitario.

Por el dolor rendido desfallece,
Y el pueblo por quien muere en el Calvario
Lo hiere y lo atormenta y lo escarnece.



José Tomás de Cuellar

El ángel de la inocencia

-- de José Tomás de Cuellar --

ANGEL de blancas alas,
De plácidos ensueños mensajero,
Que abandonando las etéreas salas
Desciendes á la tierra
Á velar cabe el lecho de la virgen,
En cuyo seno encierra,
Como en vaso de oro,
La virtud su purísimo tesoro.

Tiende tu manto de sin par blancura,
Que derrame tu labio
Tu aliento alhagador, blando, apacible,
Sobre la casta frente
De la niña sensible
Que tu influencia mística presiente.



José Tomás de Cuellar

El árbol (Cuéllar)

-- de José Tomás de Cuellar --

ME siento como el arbol: de la tierra
Brotó mi ser y por la tierra aliento;
Pido á la tierra goce y alimento,
Ella el pasado y el presente encierra.

Pero al rayo de luz que de la altura
Me da vida y ventura,
Y por el que otra vida he concebido,
Vida y ventura sin cesar le pido.



José Tomás de Cuellar

Esperanza

-- de José Tomás de Cuellar --

CUANDO esté yo á tu lado, prenda mía,
Has de sentir mi amor como esos rayos
Del sol que abre las flores
En medio de sus lánguidos desmayos
En caluroso día.

Has de sentir mi aliento
Como ese soplo matinal que inclina
Á la casta azucena,
Cuya esencia divina
En efluvios de amor regala al viento.

Y cuando tú me mires,
Y la luz de tus ojos me enagene.
Cual enagena al héroe la victoria,
Ha de sentirse lo que siente el angel
Con un rayo de gloria.



Juan de Arguijo

A Baco

-- de Juan de Arguijo --

A tí, de alegres vides coronado,
Baco, gran padre domador de Oriente,
He de cantar; á tí, que blandamente
Tiemplas la fuerza del mayor cuidado;

Ora castigues á Licurgo aírado,
O á Penteo en tus aras insolente,
Ora te mire la festiva gente
En sus convites dulce y regalado,

O ya de tu Ariadna al alto asiento
Subas ufano la mortal corona
Vén fácil, vén humano al canto mio;

Que si no desmerece el sacro aliento,
Mi voz penetrará la opuesta zona,
Y al Tibre envidiará el Hispalio rio.



Juan de Arguijo

Casandra

-- de Juan de Arguijo --

Cuando en horror medroso y ciego espanto
Por los teucros discurre Alecto airada,
Y el impío acero de la griega espada
Hace crecer con frigia sangre el Janto,

Entre los gritos y confuso llanto
De la mísera gente descuidada
Alza la voz Casandra, arrebatada
De profético aliento y furor santo.

«En tus cenizas, dice, ¡oh patria cara!
Se guarda el fuego cuya llama ardiente
Hará costosa á Grecia esta vitoria.

»Otra renacerá de tí mas clara
Troya, por quien tu nombre eternamente
Vuelva á vivir en mas dichosa historia.»



A una dama muerta

-- de Juan de Moncayo --

Muerta la vida y vivo el escarmiento,
luz sin luz, entre horrores eclipsada,
el más tirano triunfo de la nada
y del cielo el más justo sentimiento,

el sol, que al soplo frágil de un aliento
mostró toda su pompa deshojada,
beldad del mayo, en polvo desatada,
de la muerte el despojo más violento

es hoy tu efigie al orbe peregrina,
donde se ven destrozos de cristales
que anuncian de bellezas la rüina.

Voz muda que, en extremos desiguales,
a los rigores de la parca inclina
el milagro mayor de los mortales.



Juan de Tassis y Peralta

determinarse y luego arrepentirse

-- de Juan de Tassis y Peralta --

Empezar a atrever y acobardarse,
arder el pecho y la palabra helarse,
desengañarse y luego persuadirse;
comenzar una cosa y advertirse,
querer decir su pena y no aclararse,
en medio del aliento desmayarse,
y entre el temor y el miedo consumirse;
en las resoluciones, detenerse,
hallada la ocasión, no aprovecharse,
y, perdida, de cólera encenderse,
y sin saber por qué desvanecerse:
efectos son de amor, no hay que espantarse,
que todo del amor puede creerse.



Fray Luis de León

Cuando me paro a contemplar mi vida

-- de Fray Luis de León --

Cuando me paro a contemplar mi vida
Y echo los ojos con mi pensamiento
A ver los lasos miembros sin aliento
Y la robusta edad enflaquecida,

Y aquella juventud rica y florida
Cual llama de candela en presto viento,
Batida con tan recio movimiento
Que a pique estuvo ya de ser perdida,

Condeno de mi vida la tibieza
Y el grande desconcierto en que he andado
Que a tal peligro puesto me tuvieron.

Y con velocidad y ligereza
Determino de huir de aqueste estado
Do mis continuas culpas me pusieron.



Gabriel García Tassara

El nardo

-- de Gabriel García Tassara --

El nardo, el blanco nardo
que me prendiste al seno,
se marchitó, amor mió,
del corazón al fuego.

Marchito, está, marchito,
aquí, mi bien, lo llevo
donde en su noble orgullo
se desplegó primero.

Y qué ¿nada le queda
de aquel primor excelso
que del jardín y el aura
fue gala y embeleso?

¿Nada de aquel encanto
con que en el tallo enhiesto
él mismo dulcemente
brindóse á tu deseo?

Quédale siempre aquella,
que atesoraba dentro
su cáliz de alabastro,
esencia de los cielos.

Asi, cuando un destino
ya á nuestra dicha adverso,
venga á romper el lazo
que hoy á tus plantas beso;

Aunque el helado soplo
del enemigo tiempo
temple la ardiente llama
en que abrasar me siento;

Nardo será mi alma
de un temple mas egregio
que, si á perder llegare
su albor perecedero,

No temas, no, que pierda,
mientras en mí haya aliento,
el inmortal perfume
del inmortal recuerdo.

Gabriel G. Tassara.



Gabriela Mistral

palabras serenas

-- de Gabriela Mistral --

Ya en la mitad de mis días espigo
esta verdad con frescura de flor:
la vida es oro y dulzura de trigo,
es breve el odio e inmenso el amor.
Mudemos ya por el verso sonriente
aquel listado de sangre con hiel.
Abren violetas divinas, y el viento
desprende al valle un aliento de miel.
Ahora no sólo comprendo al que reza;
ahora comprendo al que rompe a cantar.
La sed es larga, la cuesta es aviesa;
pero en un lirio se enreda el mirar.
Grávidos van nuestros ojos de llanto
y un arroyuelo nos hace sonreír;
por una alondra que erige su canto
nos olvidamos que es duro morir.
No hay nada ya que mis carnes taladre.
Con el amor acabóse el hervir.
Aún me apacienta el mirar de mi madre.
¡Siento que dios me va haciendo dormir!



Gabriela Mistral

el establo

-- de Gabriela Mistral --

Al llegar la medianoche
y al romper en llanto el niño,
las cien bestias despertaron
y el establo se hizo vivo.
Y se fueron acercando,
y alargaron hasta el niño
los cien cuellos anhelantes
como un bosque sacudido.
Bajó un buey su aliento al rostro
y se lo exhaló sin ruido,
y sus ojos fueron tiernos
como llenos de rocío.
Una oveja lo frotaba,
contra su vellón suavísimo,
y las manos le lamían,
en cuclillas, dos cabritos...
Las paredes del establo
se cubrieron sin sentirlo
de faisanes, y de ocas,
y de gallos, y de mirlos.
Los faisanes descendieron
y pasaban sobre el niño
la gran cola de colores;
y las ocas de anchos picos,
arreglábanle las pajas;
y el enjambre de los mirlos
era un velo palpitante
sobre del recién nacido...
Y la virgen, entre cuernos
y resuellos blanquecinos,
trastocada iba y venía
sin poder coger al niño.
Y josé llegaba riendo
a acudir a la sin tino.
Y era como bosque al viento
el establo conmovido...



Gabriela Mistral

la rata

-- de Gabriela Mistral --

Una rata corrió a un venado
y los venados al jaguar,
y los jaguares a los búfalos,
y los búfalos a la mar...
¡Pillen, pillen a los que se van!
¡pillen a la rata pillen al venado,
pillen a los búfalos y a la mar!
miren que la rata de la delantera
se lleva en las patas lana de bordar,
y con la lana bordo mi vestido,
y con el vestido me voy a casar.
¡Suban y pasen la llanada,
corran sin aliento, sigan sin parar.
Vuelen por la novia, y por el cortejo,
y por la carroza y el velo nupcial.



Gabriela Mistral

doña primavera

-- de Gabriela Mistral --

Doña primavera
viste que es primor,
viste en limonero
y en naranjo en flor.
Lleva por sandalias
unas anchas hojas,
y por caravanas
unas fucsias rojas.
Salid a encontrarla
por esos caminos.
¡Va loca de soles
y loca de trinos!
doña primavera
de aliento fecundo,
se ríe de todas
las penas del mundo...
No cree al que le hable
de las vidas ruines.
¿Cómo va a toparlas
entre los jazmines?
¿cómo va a encontralas
junto de las fuentes
de espejos dorados
y cantos ardientes?
de la tierra enferma
en las pardas grietas,
enciende rosales
de rojas piruetas.
Pone sus encajes,
prende sus verduras,
en la piedra triste
de las sepulturas...
Doña primavera
de manos gloriosas,
haz que por la vida
derramemos rosas:
rosas de alegría,
rosas de perdón,
rosas de cariño,
y de exultación.



Gabriela Mistral

íntima

-- de Gabriela Mistral --

Tú no oprimas mis manos.
Llegará el duradero
tiempo de reposar con mucho polvo
y sombra en los entretejidos dedos.
Y dirías: «no puedo
amarla, porque ya se desgranaron
como mieses sus dedos».
Tú no beses mi boca.
Vendrá el instante lleno
de luz menguada, en que estaré sin labios
sobre un mojado suelo.
Y dirías: «la amé, pero no puedo
amarla más, ahora que no aspira
el olor de retamas de mi beso».
Y me angustiara oyéndote,
y hablaras loco y ciego,
que mi mano será sobre tu frente
cuando rompan mis dedos,
y bajará sobre tu cara llena
de ansia mi aliento.
No me toques, por tanto. Mentiría
al decir que te entrego
mi amor en estos brazos extendidos,
en mi boca, en mi cuello,
y tú, al creer que lo bebiste todo,
te engañarías como un niño ciego.
Porque mi amor no es sólo esta gavilla
reacia y fatigada de mi cuerpo,
que tiembla entera al roce del cilicio
y que se me rezaga en todo vuelo.
Es lo que está en el beso, y no es el labio;
lo que rompe la voz, y no es el pecho:
¡es un viento de dios, que pasa hendiéndome
el gajo de las carnes, volandero!



Gaspar María de Nava Álvarez

A la muerte de su dama

-- de Gaspar María de Nava Álvarez --

Si después de la muerte, todavía
se encuentran nuestras voces dolorosas
y bajo las heladas duras losas
abrasa al pecho el fuego que solía,

prosiga el eco de la angustia mía;
y las verdes colinas que, envidiosas,
dividen nuestras tumbas silenciosas
lo aumenten y repitan a porfía;

para que sea el punto conducido
a Leyla en alas del piadoso viento
hiriendo con amor su tierno oído.

Así tendré al morir ese contento,
que aunque me halle ya a polvo reducido,
se goce Leyla con mi triste aliento.



Gertrudis Gómez de Avellaneda

Imitando una oda de Safo

-- de Gertrudis Gómez de Avellaneda --

¡Feliz quien junto a ti por ti suspira!
¡Quien oye el eco de tu voz sonora!
¡Quien el halago de tu risa adora
Y el blando aroma de tu aliento aspira!

Ventura tanta -que envidioso admira
El querubín que en el empíreo mora-
El alma turba, al corazón devora,
Y el torpe acento, al expresarla, espira.

Ante mis ojos desparece el mundo,
Y por mis venas circular ligero
El fuego siento del amor profundo.

Trémula, en vano resistirte quiero...
De ardiente llanto mi mejilla inundo,
¡Deliro, gozo, te bendigo y muero!



Gertrudis Gómez de Avellaneda

En la muerte del laureado poeta señor don Manuel José Quintana

-- de Gertrudis Gómez de Avellaneda --

Cantos de regocijo y de victoria
Nuestras voces alzaron aquel día
Que regia mortal mano te ceñía
Mezquino lauro de terrestre gloria:

Y hoy que a la voz de tu Hacedor acudes,
A recibir la fúlgida diadema
Que la inmutable Majestad Suprema
Guarda en la eterna patria a las virtudes

Hoy nuestra flaca condición humana
Su aliento en vano a remontar aspira
¡No le es dado arrancar, noble Quintana,
Ni un tierno adiós de la enlutada ¡ira!

Que aunque la Fe con resplandor divino
La densa noche del sepulcro alumbre,
Y la Esperanza hasta la excelsa cumbre
Vuele, mostrando tu triunfal camino;

Aquí -al mirar tus fúnebres despojos
A la tierra volver- sólo nos queda,
Con tu corona, que la España hereda,
¡Duelo en el corazón llanto en los ojos!



Gustavo Adolfo Bécquer

rima lv

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

Entre el discorde estruendo de la orgía
acarició mi oído,
como nota de lejana música,
el eco de un suspiro.
El eco de un suspiro que conozco,
formado de un aliento que he bebido,
perfume de una flor que oculta crece
en un claustro sombrío.
Mi adorada de un día, cariñosa,
¿en qué piensas? , me dijo:
en nada... ¿En nada y lloras? es que tengo alegre la tristeza y triste el vino .



Gustavo Adolfo Bécquer

rima xxix

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

Sobre la falda tenía
el libro abierto,
en mi mejilla tocaban
sus rizos negros:
no veíamos las letras
ninguno, creo,
mas guardábamos entrambos
hondo silencio.
¿Cuánto duró? ni aun entonces
pude saberlo;
sólo sé que no se oía
más que el aliento,
que apresurado escapaba
del labio seco.
Sólo sé que nos volvimos
los dos a un tiempo
y nuestros ojos se hallaron
y sonó un beso.
Creación de dante era el libro,
era su infierno.
Cuando a él bajamos los ojos
yo dije trémulo:
¿comprendes ya que un poema
cabe en un verso?
y ella respondió encendida:
¡ya lo comprendo!



Gustavo Adolfo Bécquer

rima xvi

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

Si al mecer las azules campanillas
de tu balcón,
crees que suspirando pasa el viento
murmurador,
sabe que, oculto entre las verdes hojas,
suspiro yo.
Si al resonar confuso a tus espaldas
vago rumor,
crees que por tu nombre te ha llamado
lejana voz,
sabe que, entre las sombras que te cercan
te llamo yo.
Si se turba medroso en la alta noche
tu corazón,
al sentir en tus labios un aliento
abrasador,
sabe que, aunque invisible, al lado tuyo
respiro yo.



Gustavo Adolfo Bécquer

rima lxxxv

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

¿no has sentido en la noche,
cuando reina la sombra
una voz apagada que canta
y una inmensa tristeza que llora?
¿no sentiste en tu oído de virgen
las silentes y trágicas notas
que mis dedos de muerto arrancaban
a la lira rota?
¿no sentiste una lágrima mía
deslizarse en tu boca,
ni sentiste mi mano de nieve
estrechar a la tuya de rosa?
¿no viste entre sueños
por el aire vagar una sombra,
ni sintieron tus labios un beso
que estalló misterioso en la alcoba?
pues yo juro por ti, vida mía,
que te vi entre mis brazos, miedosa;
que sentí tu aliento de jazmín y nardo
y tu boca pegada a mi boca.



Gustavo Adolfo Bécquer

rima xxviii

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

Cuando entre la sombra oscura
perdida una voz murmura
turbando su triste calma,
si en el fondo de mi alma
la oigo dulce resonar,
dime: ¿es que el viento en sus giros
se queja, o que tus suspiros
me hablan de amor al pasar?
cuando el sol en mi ventana
rojo brilla a la mañana
y mi amor tu sombra evoca,
si en mi boca de otra boca
sentir creo la impresión,
dime: ¿es que ciego deliro,
o que un beso en un suspiro
me envía tu corazón?
y en el luminoso día
y en la alta noche sombría,
si en todo cuanto rodea
al alma que te desea
te creo sentir y ver,
dime: ¿es que toco y respiro
soñando, o que en un suspiro
me das tu aliento a beber?



Gustavo Adolfo Bécquer

rima xviii

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

Fatigada del baile,
encendido el color, breve el aliento,
apoyada en mi brazo,
del salón se detuvo en un extremo.
Entre la leve gasa
que levantaba el palpitante seno,
una flor se mecía
en compasado y dulce movimiento.
Como cuna de nácar
que empuja al mar y que acaricia el céfiro
tal vez allí dormía
al soplo de sus labios entreabiertos.
¡Oh! ¡quién así, pensaba,
dejar pudiera deslizarse el tiempo!
¡oh, si las flores duermen,
qué dulcísimo sueño!



Gustavo Adolfo Bécquer

rima xxv

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

Cuando en la noche te envuelven
las alas de tul del sueño
y tus tendidas pestañas
semejan arcos de ébano,
por escuchar los latidos
de tu corazón inquieto
y reclinar tu dormida
cabeza sobre mi pecho,
diera, alma mía,
cuanto poseo,
la luz, el aire
y el pensamiento!
cuando se clavan tus ojos
en un invisible objeto
y tus labios ilumina
de una sonrisa el reflejo,
por leer sobre tu frente
el callado pensamiento
que pasa como la nube
del mar sobre el ancho espejo,
diera, alma mía,
cuanto deseo,
la fama, el oro,
la gloria, el genio!
cuando enmudece tu lengua
y se apresura tu aliento
y tus mejillas se encienden
y entornas tus ojos negros,
por ver entre sus pestañas
brillar con húmedo fuego
la ardiente chispa que brota
del volcán de los deseos,
diera, alma mía,
por cuanto espero,
la fe, el espíritu,
la tierra, el cielo.



Gustavo Adolfo Bécquer

rima xxvii

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

Despierta, tiemblo al mirarte:
dormida, me atrevo a verte;
por eso, alma de mi alma,
yo velo cuando tú duermes.
Despierta, ríes y al reír tus labios
inquietos me parecen
relámpagos de grana que serpean
sobre un cielo de nieve.
Dormida, los extremos de tu boca
pliega sonrisa leve,
suave como el rastro luminoso
que deja en sol que muere.
¡Duerme!
despierta miras y al mirar tus ojos
húmedos resplandecen,
como la onda azul en cuya cresta
chispeando el sol hiere.
Al través de tus párpados, dormida;
tranquilo fulgor vierten
cual derrama de luz templado rayo
lámpara transparente.
¡Duerme!
despierta hablas, y al hablar vibrantes
tus palabras parecen
lluvia de perlas que en dorada copa
se derrama a torrentes.
Dormida, en el murmullo de tu aliento
acompasado y tenue,
escucho yo un poema que mi alma
enamorada entiende.
¡Duerme!
sobre el corazón la mano
me he puesto porque no suene
su latido y en la noche
turbe la calma solemne:
de tu balcón las persianas
cerré ya porque no entre
el resplandor enojoso
de la aurora y te despierte.
¡Duerme!



Hernando de Acuña

En respuesta del pasado

-- de Hernando de Acuña --

Bien os puedo decir, considerando
lo que pruebo del mundo y lo que siento,
que, siendo los trabajos de él sin cuento,
se pueden los descansos ir contando;

mas el fuerte varón, no desmayando,
esfuerza con valor el sufrimiento,
y al sabio da el saber un nuevo aliento
con quien puesto que teme, va esperando.

Y si hay fortuna en el humano estado,
no es justo que ninguno desespere,
pues todo a su mudanza está sujeto;

mas de remedio estar desconfiado
no se sufre, señor, en el que fuere,
cual sabemos que sois, fuerte y discreto.



Salvador Novo

tu, yo mismo

-- de Salvador Novo --

Sl-
tú, yo mismo, seco como un viento derrotado
que no pudo sino muy brevemente
sostener en sus brazos una hoja
que arrancó de los árboles...
¿Cómo será posible que nada te conmueva
que no haya lluvia que te estruje
ni sol que rinda tu fatiga?

ser una transparencia sin objeto
sobre los lagos limpios de tus miradas.
¡Oh tempestad, diluvio de hace ya mucho tiempo!
si desde entonces busco tu imagen
que era solamente mía
si en mis manos estériles ahogué
la última gota de tu sangre, y mi lágrima,
y si fue desde entonces indiferente el mundo,
e infinito el desierto,
y cada nueva noche,
musgo para el recuerdo de tu abrazo,
¿cómo en el nuevo día tendré sino tu aliento,
sino tus brazos impalpables entre los míos?

lloro como una madre
que ha reemplazado al hijo único muerto.
Lloro como la tierra que ha sentido dos veces
germinar el fruto perfecto y mismo.
Lloro porque eres tú para mi duelo
y ya te pertenezco en el pasado.



Salvador Novo

este perfume

-- de Salvador Novo --

Este perfume intenso de tu carne,
no es nada más
que el mundo que desplazan y mueven
los globos azules de tus ojos,
y la tierra y los ríos azules de las venas
que aprisionan tus brazos.
Hay todas las redondas naranjas
en tu beso de angustia,
sacrificado al borde de un huerto en que la vida
se suspendió por todos los siglos de la mía.

¡Qué remoto era el aire infinito
que llenó nuestros pechos!
te arranqué de la tierra
por las raíces ebrias de tus manos
y te he bebido todo, !oh fruto perfecto y delicioso!
ya siempre cuando el sol palpe mi carne,
he de sentir el rudo contacto de la tuya
nacida de la frescura de una alba inesperada,
nutrida en la caricia
de tus ríos claros y puros como tu abrazo,
vuelta dulce en el viento que en las tardes
viene de las montañas a tu aliento,
madurada en el sol de tus dieciocho años,
cálida para mí que la esperaba.



Salvador Rueda

sonetos IX

-- de Salvador Rueda --

Desde la frente, que es lámpara lírica, desborda su acento
como un aceite de aroma y de gracia la ardiente poesía,
y a los ensalmos exhala cantando su fresca armonía,
vase llenando de luz inefable la esponja del viento.

Rozan los versos como alas ungidas de lírico ungüento
sobre las frentes, que se abren cual rosas de blanca alegría;
y un abanico de ritmos celestes el aire deslía,
cual si moviera sus plumas de magia de dios el aliento.

Vierte en el aire la lámpara noble sus sones divinos,
que goteantes de sílabas puras derraman sus trinos
desde el tazón del cerebro de lumbre que canta sonoro.

Y revolando las almas acuden de sed abrasadas
como palomas que beben rocío y ondulan bañadas
en el temblor de la fuente sube del verso de oro.

2



Teófilo V. Méndez Ramos

Añoranzas (Méndez Ramos)

-- de Teófilo V. Méndez Ramos --

(Ofrenda) (Octubre 15 1920)

¿Recuerda amada mía?
Era al caer de la tarde...
Y al oído te decía
mientras la tarde moría:
;Mi corazón de amor arde;
Y en tu faz vi retratada
duda... Asombro... Alegrías...
Y una fugitiva mirada,
me hizo ver Aída, adorada,
que tú también me querías.

Mientras la fuente ritmaba
su canción en la pradera,
con cuanto amor te miraba,
con ternura te hablaba
de mi ideal, de mi quimera...

Por las montañas plateadas
surgió pálida la luna;
y en las sendas perfumadas
las manos entrelazadas
corrimos tras la fortuna.

En la quietud del ambiente
só1o la fronda cantaba
su canción triste y doliente.
Mientras tanto, dulcemente
con tu aliento me embriagaba.



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