Buscar Poemas con Abrojos


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Se han encontrado 36 poemas con la palabra abrojos

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Rosalía de Castro

Yo en mi lecho de abrojos

-- de Rosalía de Castro --

«Yo en mi lecho de abrojos,
Tú en tu lecho de rosas y de plumas,
Verdad dijo el que dijo que un abismo
Media entre mi miseria y tu fortuna.
Mas yo no cambiaría
Por tu lecho mi lecho,
Pues rosas hay que manchan y emponzoñan,
Y abrojos que a través de su aspereza
Nos conducen al cielo.»

Poema Yo en mi lecho de abrojos de Rosalía de Castro con fondo de libro

Esta cordera, que tornó en abrojos

-- de Luis Carrillo y Sotomayor --

Esta cordera, que tornó en abrojos
su corta juventud los gustos míos,
medio anegada de los hondos ríos,
¡oh honor!, de tantas lágrimas y enojos,

ofrezco a tu deidad; estos despojos
—-como ya de piedad, de miedo fríos,
de tu poder ejemplo y de mis bríos—-
de hoy más ocupen peregrinos ojos.

Quede en tus aras la segur colgando,
cuyo afilado acero, ¡oh honor!, entiendo
la humilde sangre le ha dejado blando.

Mas no cures de mí, que, si venciendo
mi fe cumplí contigo, ¡oh honor!, dejando,
voy a cumplir con el amor muriendo.

Poema Esta cordera, que tornó en abrojos de Luis Carrillo y Sotomayor con fondo de libro

Hernando de Acuña

Pareciéndome flores los abrojos

-- de Hernando de Acuña --

Pareciéndome flores los abrojos,
teniendo por atajo un gran rodeo,
corrí tras la esperanza y el deseo,
dejada la razón por los antojos;

mas la miseria humana y sus enojos
me mostraron en fin mi devaneo
de suerte que, no viendo, ahora veo,
que, yendo a despeñarme, abrí los ojos.

Desde entonces quedé considerando
de cuán débil materia era el cimiento
donde fundé mil pensamientos vanos;

y esfuerza mi flaqueza, procurando
seguir con obras al entendimiento,
mas, señor don Martín, somos humanos.

Poema Pareciéndome flores los abrojos de Hernando de Acuña con fondo de libro

Juan Meléndez Valdés

Cuál me lleva el Amor, cuál entre abrojos

-- de Juan Meléndez Valdés --

¡Cuál me lleva el Amor, cuál entre abrojos
me arrastra y me revuelve, y la memoria
deja en las breñas de mi triste historia
y el corazón entre ellas por despojos!

¡Cuál me hiere implacable y de los rojos
arroyos de mi sangre la victoria
celebra de su nombre? ¿Tanta gloria
dará mi humilde fin a sus enojos?

Muévate a compasión el dolorido
cuerpo, tirano Amor, muévate el ruego
de un infeliz y alíviame el tormento,

o de mis ayes, mísero, movido,
a Fili abrasa en tu divino fuego
y en mil dolores moriré contento.



Amado Nervo

predestinación

-- de Amado Nervo --

Para ciro b. Ceballos.
Grabó sobre mi faz descolorida
su mane thecel phares el dios fuerte,
y me agobian dos penas sin medida:
un disgusto infinito de la vida,
y un temor infinito de la muerte.
¿Ves cómo tiendo en rededor los ojos?
¡ay, busco abrigo con esfuerzos vanos...!
¡En medio de mi ruta, sólo abrojos!
¡al final de mi ruta, sólo arcanos!
¿qué hacer cuando la vida me repela
si la pálida muerte me acobarda?
digo a la vida: ¡sé piadosa, vuela...!
Digo a la muerte: ¡sé piadosa, tarda...!
¡Estaba escrito así! no más te afanes
por borrar de mi faz el torvo estigma;
impélenme furiosos huracanes,
y voy, entre los brazos de abrimanes,
a las fauces hambrientas del enigma.



Amado Nervo

delicta carnis

-- de Amado Nervo --

Carne, carne maldita que me apartas del cielo;
carne tibia y rosada que me impeles al vicio;
ya rasgué mis espaldas con cilicio y flagelo
por vencer tus impulsos, y es en vano, ¡te anhelo
a pesar del flagelo y a pesar del cilicio!
crucifico mi cuerpo con sagrados enojos,
y se abraza a mis plantas afrodita la impura;
me sumerjo en la nieve, mas la templan sus ojos;
me revuelco en un tálamo de punzantes abrojos,
y sus labios lo truecan en deleite y ventura.
Y no encuentro esperanza, ni refugio ni asilo,
y en mis noches, pobladas de febriles quimeras,
me persigue la imagen de la venus de milo,
con sus lácteos muñones, con su rostro tranquilo
y las combas triunfales de sus amplias caderas.
.. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .... .. .. ..
¡Oh señor jesucristo, guíame por los rectos
derroteros del justo; ya no turben con locas
avideces la calma de mis puros afectos
ni el caliente alabastro de los senos erectos,
ni el marfil de los hombros, ni el coral de las bocas!



Ignacio María de Acosta

Dolencia de Iselia

-- de Ignacio María de Acosta --

Esa inquietud que sin cesar te agita,
ese tormento que te oprime el pecho,
y pone abrojos al mullido lecho
y tu semblante virginal marchita:

Esa lucha fatal que se concita
del corazón en el recinto estrecho;
y te arranca suspiros de despecho
en continua aflicción y amarga cuita:

Ese dulce mirar; tu afecto tierno,
que revelan un alma candorosa
que pugna por vencer un mal interno;

Esa delicia en fin que misteriosa
con las penas se mezcla del infierno;
esa es la llama del Amor, hermosa.



Delmira Agustini

Mi musa

-- de Delmira Agustini --

Mi musa tomó un día la placentera ruta
de los campos fragantes; ornada de alboholes,
perfumando sus labios en la miel de la fruta
y dorando su cuerpo al fuego de los soles.

Vivió como una ninfa: desnuda, en fresca gruta,
engalanando espejos de lagos tornasoles.
La gran garza rosada de su forma impoluta.
Volvió a mí como el oro de luz de los crisoles.

Más pura; los cabellos emperlados de gotas
lucientes y prendidos de abrojos; trajo notas
de pájaro silvestre y en los labios más fuego.

Yo peinela y vestila sus parisinas galas,
y ella hoy grave pasea por mis lujosas salas
un gran aire salvaje y un perfume de espliego.



Dolores Veintimilla

Quejas (Veintimilla)

-- de Dolores Veintimilla --

¡Y amarle pude....Al sol de la existencia
Se abría apenas soñadora el alma.....
Perdió mi pobre corazón su calma
Desde el fatal instante en que le hallé.
Sus palabras sonaron en mi oído
Como música blanda y deliciosa;
Subió a mi rostro el tinte de la rosa;
Como la hoja en el árbol vacilé.

Su imagen en el sueño me acosaba
Siempre halagüeña, siempre enamorada:
Mil veces sorprendiste, madre amada,
En mi boca un suspiro abrasador;
Y era él quien arrancaba de mi pecho,
El, la fascinación de mis sentidos;
El, ideal de mis sueños más queridos;
El, mi primero, mi ferviente amor.

Sin él, para mí, el campo placentero
En vez de flores me obsequiaba abrojos:
Sin él eran sombríos a mis ojos
Del sol los rayos en el mes de abril.
Vivía de su vida aprisionada;
Era el centro de mi alma el amor suyo;
Era mi aspiración, era mi orgullo....
¿Por qué tan presto me olvidaba el vil?



Ernesto Noboa y Caamaño

Hastío

-- de Ernesto Noboa y Caamaño --

Vivir de lo pasado por desprecio al presente,
mirar hacia el futuro con un hondo terror,
sentirse envenenado, sentirse indiferente,
ante el mal de la Vida y ante el bien del Amor.

Ir haciendo caminos sobre un yermo de abrojos
mordidos sobre el áspid de la desilusión,
con la sed en los labios, la fatiga en los ojos
y una espina dorada dentro del corazón.

Y por calmar el peso de esta existencia extraña,
buscar en el olvido consolación final,
aturdirse, embriagarse con inaudita saña,

con ardor invencible, con ceguera fatal,
bebiendo las piedades del dorado champaña
y aspirando el veneno de las flores del mal.



Estanislao del Campo

¡adiós! (a lucila, antes de ir a un duelo)

-- de Estanislao del Campo --

De pesar una lágrima sentida
no brote, no, de tus hermosos ojos:
¿por qué llorar mi muerte si mi vida
era un erial de espinas y de abrojos?

no puede ser mi luz el dulce brillo
que derrama en efluvios tu pupila,
y es mi infierno el que irradia del anillo
que otro en tu mano colocó, lucila.

¿Qué iba a hallar este pobre peregrino
a un desierto sin término lanzado?
¡adelfas y cicuta en su camino?
¡oh, no las hay en el sepulcro helado!

en el mar proceloso de la vida
el amor es el puerto de bonanza;
¿y a dónde guiar mi nave combatida
si mi amor es amor sin esperanza?

¡venga el rayo de plomo, que hoy por suerte
sobre mi frente, amenazante oscila;
y en la mansión oscura de la muerte
la paz recobre el corazón, lucila!



Estanislao del Campo

Adiós (del Campo)

-- de Estanislao del Campo --

De pesar una lágrima sentida
No brote, no, de tus hermosos ojos:
¿Por qué llorar mi muerte si mi vida
Era un erial de espinas y de abrojos?

No puede ser mi luz el dulce brillo
Que derrama en efluvios tu pupila,
Y es mi infierno el que irradia del anillo
Que otro en tu mano colocó, Lucila.

¿Qué iba a hallar este pobre peregrino
A un desierto sin término lanzado?
¡Adelfas y cicuta en su camino?
¡Oh, no las hay en el sepulcro helado!

En el mar proceloso de la vida
El amor es el puerto de bonanza;
¿Y a dónde guiar mi nave combatida
Si mi amor es amor sin esperanza?

¡Venga el rayo de plomo, que hoy por suerte
Sobre mi frente, amenazante oscila;
Y en la mansión oscura de la muerte
La paz recobre el corazón, Lucila!



Julián del Casal

juana borrero

-- de Julián del Casal --

Tez de ámbar, labios rojos,
pupilas de terciopelo
que más que el azul del cielo
ven del mundo los abrojos.
Cabellera azabachada
que, en ligera ondulación,
como velo de crespón
cubre su frente tostada.
Ceño que a veces arruga,
abriendo en sus alma una herida,
la realidad de la vida
o de una ilusión la fuga.
Mejillas suaves de raso
en que la vida fundiera
la palidez de la cera,
la púrpura del ocaso.
¿Su boca? rojo clavel
quemado por el estío,
mas donde vierte el hastío
gotas amargas de hiel.
Seno en que el dolor habita
de una ilusión engañosa,
como negra mariposa
en fragante margarita.
Manos que para el laurel
que a alcanzar su genio aspira,
ora recorren la lira,
ora mueven el pincel.
¡Doce años! mas sus facciones
veló ya de honda amargura
la tristeza prematura
de los grandes corazones.



Pedro Antonio de Alarcón

Charada

-- de Pedro Antonio de Alarcón --

¡Oh, tú, ingrata mujer, más hechicera
que todas las mujeres!
árbitra, dueña de mi «todo» eres:
tu amor lo embelleciera,
y tu desdén de abrojos lo circunda
mi vida es mi «primera»;
mi muerte, mi «segunda».
Si la dulce «primera» no has de darme,
con la «segunda» acaba de matarme;
pues prefiero la muerte,
al cruel martirio de ignorar mi suerte.



Pedro Antonio de Alarcón

Te miro, y lloro porque no me miras

-- de Pedro Antonio de Alarcón --

Te miro, y lloro porque no me miras:
me miras, y suspiro
al hallar el desdén en tu mirada:
suspiro, y lloro porque no suspiras,
suspiras ¡ay! y acongojado miro
que no es por mí... Y así, mujer amada.
No sé si flores son o son abrojos
esos suspiros de tus labios rojos,
ignorando también en mi desdicha
si mi vida o mi muerte son tus ojos.



José Tomás de Cuellar

Flores y espinas (Cuéllar)

-- de José Tomás de Cuellar --

Recojido abrojos á millares;
lo saben los ingratos.
Pero una que otra flor llevo en mi seno
De algunos que me amaron.
Cuando parta de aquí, liviano el peso
Será de lo que cargo.
Recojerán entonces tanta espina,
Tras de mí, los ingratos.



Gutierre de Cetina

al príncipe de ascoli V

-- de Gutierre de Cetina --

Este andar y tornar, ir y volverte,
lavinio, el caminar y no mudarte,
este incierto partir y no apartarte,
y el irte a despedir y detenerte,
tengo miedo, pastor, que han de encenderte,
como a la mariposa, aquella parte
de libertad que amor quiso dejarte
sana por descuidarte y ofenderte.
Lo mejor del nadar es no ahogarse,
jugar y no perder es buen aviso,
si lo puede excusar quien pisa abrojos.
Mas ¿quién podrá, quién bastará a guardarse
de la hermosa vuelta de unos ojos,
de una boca que os muestra un paraíso?



Gutierre de Cetina

ponzoña que se bebe por los ojos,

-- de Gutierre de Cetina --

Dura prisión, sabrosa al pensamiento,
lazo de oro crüel, dulce tormento,
confusión de locuras y de antojos;
bellas flores mezcladas con abrojos,
manjar que al corazón trae hambriento,
daño que siempre huye el escarmiento,
minero de placer lleno de enojos;
esperanzas inciertas, engañosas,
tesoro que entre el sueño se parece,
bien que no tiene en sí más que la sombra;
inútiles riquezas trabajosas,
puerto que no se halla aunque parece;
son efectos de aquel que amor se nombra.



Antonio-Plaza-Llamas

¡déjala!

-- de Antonio-Plaza-Llamas --

Toma niña, este búcaro de flores;
tiene azucenas de gentil blancura
lirios fragantes y claveles rojos,
tiene también camelias, amaranto
y rosas sin abrojos,
rosas de raso, cuyo seno ofrecen
urnas de almíbar con esencia pura,
que en sus broches de oro se estremecen.

Admítelas, amor de mis amores,
admítelas, mi encanto;
las cristalinas gotas de mi llanto,
tibio llanto que brota
del alma de una madre que en ti piensa,
y por eso hallarás en cada gota
emblema santo de ternura inmensa.

Una tarde de abril, así decía,
mi esposa sollozante, mi esposa infortunada,
a mi hija indiferente que dormía
en su lecho de tablas reclinada;
y como herminia, ¡nada!;
nada en su egoísmo respondía
a esa voz que me estaba asesinando.
La madre entonces se alejó llorando,
y ella en la tumba continuó durmiendo.
Déjala dije, -tu dolor comprendo. . .



Antonio-Plaza-Llamas

amor

-- de Antonio-Plaza-Llamas --

¿por qué si tus ojos miro
me miras tú con enojos,
cuando por ellos deliro,
y a la luz del cielo admiro
en el éter de tus ojos?

cansado de padecer
y cansado de cansarte,
y queriendo sin querer,
finjo amor a otra mujer
con la ilusión de olvidarte.

No es mi estrella tan odiosa:
que en fugaces amoríos,
como ave de rosa en rosa
yo voy de hermosa en hermosa
y no lamento desvíos;

pero el favor de las bellas
irrita mas la pasión
que ardiente busca tus huellas,
y al ir mis ojos tras ellas
vuela a ti mi corazón.

Asi un proscrito tenía
goces en extraño suelo
y volvió a su patria un día
por mirar en su agonía
la linda luz de su cielo.

De ti proscrito y dejando
las rosas por tus abrojos,
vuelvo a tus pies suspirando,
por mirar agonizando
la linda luz de tus ojos.



Medardo Ángel Silva

Aparición (Silva)

-- de Medardo Ángel Silva --

Lloraba perlas la fonta harmónica
las dalias descubrían sus sonrojos,
cuando pasó triunfal y salomónica
la Emperetriz de los celestes ojos.

Tornaba en mi divino clavileño
de una excursión solar hollando abrojos;
y me sonrió en un éxtasis de ensueño,
la Emperatriz de los celestes ojos.

Rimaba un grillo su sonata abstrusa,
agria a la luz de los ponientes rojos.
Y era Diosa y Esfinge, Lira y Musa,
la Emperatriz de los celestes ojos.

Iba hacia su blancura de alabastro
cuando me victimaron sus enojos...
Y se desvaneció en la luz del astro
la Emperatriz de los celestes ojos.



Juan Meléndez Valdés

Quédese de tu templo ya colgados

-- de Juan Meléndez Valdés --

Quédese de tu templo ya colgados
vistiendo sus paredes mis despojos
ya basta Amor de engaños y de enojos
no quiero más tu guerra y tus cuidados.

Dos años te he seguido mal gastados
que inútilmente lloran hoy mis ojos;
flores pensé coger y halleme abrojos
vuelvo atrás de mis pasos mal andados.

Tuya es, oh Amor, la culpa (y yo la pena
llevo de te servir arrepentido)
que halagas blando y te descubres fiero.

Mas, ay, romper no puedo la cadena;
¡Oh tirano cruel que al que has rendido
guardas toda la vida prisionero!



Juana Rosa de Amézaga

A una amiga que envidia a los poetas

-- de Juana Rosa de Amézaga --

¿Sabes la suerte de los que cantan
goces y penas del corazón?
Son hortelanos que un huerto plantan,
do jamás gustan fruto en sazón.

Son peregrinos que nunca encuentran
en su camino dicha ni paz,
y dondequiera que habitan ó entran,
ven la injusticia de torva faz.

Viven buscando luz y consuelo,
viven ansiando grandeza y bien;
pero sólo hallan en este suelo
duras espinas para su sien.

Nadie comprende los sinsabores,
que para ellos en todo están;
aunque regando de bellas flores
siempre un camino de abrojos van.

No los envidies: tú eres dichosa
sin ese triste, nulo poder
con que ellos cantan la dicha hermosa
que nunca llegan á poseer.



Julio Flórez

Resurrecciones (Julio Flórez)

-- de Julio Flórez --

Algo se muere en mí todos los días;
la hora que se aleja me arrebata
del tiempo en insonora catarata,
salud, amor, ensueños y alegrías.

Al evocar las ilusiones mías,
pienso: "¡Yo, no soy yo!" ¿Por qué insensata,
la misma vida con su soplo mata
mi antiguo sér, tras lentas agonías?

Soy un extraño ante mis propios ojos,
un nuevo soñador, un peregrino
que ayer pisaba flores y hoy.... Abrojos!

Y en todo instante, es tal mi desconcierto,
que ante mi muerte próxima imagino
que muchas veces en la vida... He muerto.



Julio Herrera Reissig

El espejo (Herrera y Reissig)

-- de Julio Herrera Reissig --

Se hunden en una sorda crisis meditabunda...
El Ocaso suaviza los últimos enojos,
y Neith enjuga el oro líquido de sus ojos,
triste como su hermana, la tarde moribunda...

Conspira en acres vahos la insinuación fecunda
de la Naturaleza, por siembras y rastrojos;
y ellos, que ora se brindan flores en vez de abrojos,
suman entrelazados una unidad profunda.

Largamente, idealmente, como un sacro beleño,
Bión la apura de un beso hasta el fondo del sueño...
Por no verla, en procura de un instante de calma,

cierra, luego, los ojos, declinando en el hombro
la armoniosa cabeza, y oh! dulcísimo asombro,
como en un claro espejo, la contempla en el alma.



Fernando de Herrera

Después que en mí tentaron su crudeza

-- de Fernando de Herrera --

Después que en mí tentaron su crudeza
de Amor y vos las flechas y los ojos,
di honra al uno, al otro los despojos,
y sufrí saña de ambos y aspereza.

El fuego que encendió vuestra belleza
hizo dulces y alegres mis enojos,
y suave entre espinas y entre abrojos
el dolor que causaba mi tristeza.

Tuve esperanza incierta de mi ufana
muerte, viendo el valor de mi tormento;
y confié este error de mi osadía.

Mas ¡ay! que tanta gloria suerte humana
no alcanza, y no se debe al mal que siento
el bien que me negáis, Estrella mía.



Fernando de Herrera

¿Dó vas? ¿dó vas cruel, dó vas? Refrena

-- de Fernando de Herrera --

"¿Dó vas? ¿dó vas cruel, dó vas? Refrena,
refrena el presuroso paso en tanto
que de mi dolor grave el largo llanto
a abrir comienza esta honda vena.

"Oye la voz de mil suspiros llena
y de mi mal sufrido el triste canto,
que no podrás ser fiera y dura tanto
que no te mueva esta mi acerba pena.

Vuelve tu luz a mí, vuelve tus ojos
antes que quede oscuro en ciega niebla".
Decía en sueño o en ilusión perdido.

Volví, halléme solo y entre abrojos,
y en vez de luz, cercado de tiniebla
y en lágrimas ardientes convertido.



Fernando de Herrera

En este que prosigo, espacio incierto

-- de Fernando de Herrera --

En este que prosigo, espacio incierto,
armado con los riscos y espantoso,
descubro estrecho paso y afanoso,
dudosa salud siempre y daño cierto.

Huyendo entre las peñas del desierto,
dilato el rastro del dolor penoso;
resuena áspero el viento, y el hermoso
cielo yace en tinieblas encubierto.

Ya corro despeñándome sin tiento,
ya doy en las espinas con los ojos,
y no hallo algún fin en mi camino.

Cánsase y desespera el sufrimiento,
y no teme el peligro y los abrojos
cuanto llevar presente el mal contino.



Fernando de Herrera

Mientras Amor entrega los despojos

-- de Fernando de Herrera --

Mientras Amor entrega los despojos
de quien suspira tierna y cuida y ama,
yo en vano ausente ardo en tibia llama,
viendo trocar mis flores en abrojos.

Vos en vuestro esplendor honráis los ojos,
yo voy a do mi ciego error me llama;
vuestro sol vos regala y vos inflama,
yo en lenta pena enciendo mis enojos.

Dichoso vos, que nunca o vuestra gloria
fue de penosas ansias ofendida,
o sentisteis la fuerza del veneno;

mas yo jamás, mezquino, sin memoria,
sin triste mal de amor pasé la vida,
y del más corto bien fui siempre ajeno.



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 81

-- de Francisco de Quevedo --

Llámanle rey, y véndanle los ojos,
y quieren que adivine, y que no vea;
cetro le dan, que el viento le menea;
la corona, de juncos y de abrojos.
Con tales ceremonias y despojos,
quiere su rey el reino de judea:
que mande en caña, que dolor posea,
y que ciego padezca sus enojos.
Mas el señor, que, en vara bien armada
de hierro, su gobierno justo cierra,
muestra en su amor clemencia coronada.
La paz compra a su pueblo con su guerra;
en sí gasta las puntas y la espada:
aprended de él los que regís la tierra.



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 80

-- de Francisco de Quevedo --

Señor, si es el reinar se escupido,
y en tu cara lo muestran los escribas,
¿qué rey se librará de las salivas,
si las padece el hombre y dios ungido?
tan coronado estás como herido,
pues que tu frente suda venas vivas;
golpes y afrentas quieren que recibas,
y que des gloria al pueblo endurecido.
Llámante rey, y véndante los ojos,
hieren tu faz, y dicen que adivines,
y en tu sangre descansan sus enojos.
Si tal hacen con dios vasallos ruines,
¿en cuál corona faltarán abrojos?
¿qué cetro habrá seguro de estos fines?



Francisco Sosa Escalante

A un amigo (Sosa Escalante)

-- de Francisco Sosa Escalante --

En sueño eterno, por su bien, dormido
Se encuentra el niño que formó tu encanto;
La muerte le ha cubierto con su manto,
Ya no su voz deleitará tu oído.

Así lo quiso Dios! cese el gemido
Del alma triste, y el acerbo llanto;
Ya el niño es ángel que al Eterno y Santo
Por tí hoy implora y por tu hogar querido.

Del mundo miserable en los abrojos,
El hombre arrastra la fatal cadena
De dudas, de tormentos y de enojos.

¡Dichoso aquel que párte a la serena
Region do nunca nublará sus ojos
El llanto inextinguible de la pena!



Francisco Sosa Escalante

Bienvenida

-- de Francisco Sosa Escalante --

Llegue en buena hora la gentil viajera
De rubias crenchas y de azules ojos,
De placido mirar, de labios rojos,
Y de sonrisa grata y hechicera.

Como llega la hermosa primavera
Ocultando con flores los abrojos,
Llegue la niña así, de los enojos
Borrando pía la memoria fiera.

¡Oh rosa que brotó bajo otro cielo!
Ven, perfuma, embellece y engalana
Con tus encantos, de mi patria el suelo;

Ven, á tu hechizo arrobador, mañana
Los bardos cantarán con dulce anhelo
Tu belleza y tu gracia soberana.



Cristóbal de Beña

Para servir de epitafio

-- de Cristóbal de Beña --

Mortal, que pisas la dichosa tierra,
donde yacen de CRAWFURD los despojos,
al tiempo que pasó torna los ojos,
verás los hechos que su tumba encierra.

Cuando en España la espantosa guerra
vistió de luto sus pendones rojos,
y un fiero usurpador trocó en abrojos
la mies dorada de su opima tierra;

CRAWFORD, ansioso de eternal memoria,
supo vengarla, hasta que en lid reñida
la misma brecha que trepó con gloria

le vio caer con una y otra herida,
que dio al inglés la palma de victoria
y al castellano libertad y vida.



Rubén Darío

prólogo iii

-- de Rubén Darío --

No predico, no interrogo.
De un sermón ¡qué se diría!
esto no es una homilía,
sino amargo desahogo.
Si hay versos de amores, son
las flores de un amor muerto
que brindo el cadáver yerto
de mi primera pasión.
Si entre esos íntimos versos
hay versos envenenados,
lean los hombres honrados
que son para los perversos.
Y tú, mi buen compañero,
toma el libro; que, en verdad
de poeta y caballero,
con mis abrojos no hiero
las manos de la amistad.



Rubén Darío

Prólogo III (Rubén Darío)

-- de Rubén Darío --

No predico, no interrogo.
De un sermón ¡qué se diría!
Esto no es una homilía,
sino amargo desahogo.
Si hay versos de amores, son
las flores de un amor muerto
que brindo el cadáver yerto
de mi primera pasión.
Si entre esos íntimos versos
hay versos envenenados,
lean los hombres honrados
que son para los perversos.
Y tú, mi buen compañero,
toma el libro; que, en verdad
de poeta y caballero,
con mis Abrojos no hiero
las manos de la amistad.



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