¿Lleva tilde untuosos?

Hay una infinidad de palabras que se acentúan en Español, en concreto en nuestra base de datos tenemos 255.832 palabras que deben llevar tilde. Las reglas generales de acentuación son las siguientes:
  • Palabras agudas: son aquellas cuya última sílaba es tónica, deben llevar tilde aquellas que acaben en vocal, ene o ese.
  • Palabras llanas: son aquellas cuya sílaba tónica es la penúltima y llevan acento las que no terminan en vocal, ene o ese
  • Palabras esdrújulas: son aquellas cuya sílaba tónica es la antepenúltima, se acentúan siempre
Con las reglas anteriores puede parecer fácil saber cuando lleva tilde una palabra, no obstante en ocasiones saber separar una palabra en sílabas no es sencillo y pueden aparecer otros factores como los hiatos, las palabras compuestas o los acentos diacríticos que fácilmente inducen a equivocación. Por ello te ayudamos no sólo mostrandote cual es la forma correcta de escribir la palabra pero además te decimos por qué es así.

Untuosos no lleva tilde

Han de llevar tilde las palabras llanas que no terminen en vocal, "n" o "s".

Llamamos palabras llanas a las palabras donde el golpe de voz o sílaba tónica recae en su penúltima sílaba.

La separación silábica de UNTUOSOS queda así: un-tuo-sos, es llana y termina en "s" por lo tanto no se acentúa.

Ejemplos con la palabra Untuosos

¡Qué maña se daría el matrimonio, que después de alimentar a los niños en el pesebre burocrático, a los tres los casaron con muchachas ricas, de familia de banqueros o negociantes gordos! Gran mujer era doña Luisa, que ya vieja y retocada de afeites untuosos, sostenía las posiciones de sus hijos, y esperaba la hornada de nietos para colocarlos desde que pudieran andar solos por la calle y encasquetarse una chistera.
Bueno será indicar aquí el abolengo del tal, porque no es dudoso que el narrador se tropezará con él páginas arriba o abajo. Era hijo de don Eduardo Oliván e Iznardi, el empleado eterno a quien vimos y celebramos en las oficinas de Hacienda cuando las regía el gran Mendizábal. Hombre de más suerte que aquel don Eduardo no había existido en el mundo, nació de pie, y sus pies echaron, desde la infancia, profundas raíces en la Administración española. Deparole el Cielo una mujer que fue la más allegadora que en ningún hogar se ha podido ver, hembra de peregrina industria para llevar positivos bienes a casa. Nada tenía el hombre, desafiaba las políticas tempestades, se reía de las crisis, y frotándose una mano con otra, repetía la egoísta fórmula: mi olla, mi misa y mi doña Luisa. Y estaba en lo cierto, porque la hermosa doña Luisa era un águila para la cacería y cautiverio de hombres públicos, de los cuales recababa protección larga y tendida para su esposo y sus hijuelos. Estos, casi mamando, entraban en las oficinas públicas, y en ellas se criaban agarrándose y ascendiendo como el aprovechado padre. ¡Qué maña se daría el matrimonio, que después de alimentar a los niños en el pesebre burocrático, a los tres los casaron con muchachas ricas, de familia de banqueros o negociantes gordos! Gran mujer era doña Luisa, que ya vieja y retocada de afeites untuosos, sostenía las posiciones de sus hijos, y esperaba la hornada de nietos para colocarlos desde que pudieran andar solos por la calle y encasquetarse una chistera. A su marido, el sufrido don Eduardo, le tenía en un panteón papiráneo del Tribunal de Cuentas, donde no hacía nada y cobraba como un obispo, con una grande y pesada mitra en su cráneo, formada de la vieja substancia córnea...
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