¿Lleva tilde buhoneras?

Hay una infinidad de palabras que se acentúan en Español, en concreto en nuestra base de datos tenemos 255.832 palabras que deben llevar tilde. Las reglas generales de acentuación son las siguientes:
  • Palabras agudas: son aquellas cuya última sílaba es tónica, deben llevar tilde aquellas que acaben en vocal, ene o ese.
  • Palabras llanas: son aquellas cuya sílaba tónica es la penúltima y llevan acento las que no terminan en vocal, ene o ese
  • Palabras esdrújulas: son aquellas cuya sílaba tónica es la antepenúltima, se acentúan siempre
Con las reglas anteriores puede parecer fácil saber cuando lleva tilde una palabra, no obstante en ocasiones saber separar una palabra en sílabas no es sencillo y pueden aparecer otros factores como los hiatos, las palabras compuestas o los acentos diacríticos que fácilmente inducen a equivocación. Por ello te ayudamos no sólo mostrandote cual es la forma correcta de escribir la palabra pero además te decimos por qué es así.

Buhoneras no lleva tilde

Han de llevar tilde las palabras llanas que no terminen en vocal, "n" o "s".

Llamamos palabras llanas a las palabras donde el golpe de voz o sílaba tónica recae en su penúltima sílaba.

La separación silábica de BUHONERAS queda así: buho-ne-ras, es llana y termina en "s" por lo tanto no se acentúa.

Ejemplos con la palabra Buhoneras

Y a unos y a otros los seducía, los corrompía, y los juntaba en una especie de solidaridad del vicio la vida que hacían, poniéndose el mundo por montera, según la frase predilecta de Emma, y viviendo alegres, siempre mezclados en conciertos, en jiras campestres, en banquetes a puerta cerrada. En la casa de la Valcárcel, donde un día habían sido parásitos los taciturnos parientes de la montaña, de capa y hongo, ahora, espantadas tales alimañas, vivaqueaban aquellos extranjeros, aquella sociedad heteróclita, que con pasmo y aun envidia de parte de la ciudad, vivía como no se solía vivir en aquel pueblo aburrido, con esa alegría desfachatada, pero atractiva, que los demás miraban desde lejos murmurando, pero deseándola. Muchos jóvenes de las mejores familias, que al principio habían cortado sayos a Emma, a Bonis y Marta, ahora callaban y hasta llegaban a defender a los de Reyes y a sus amigos, porque algunas sonrisas de la Gorgheggi, insinuaciones provocativas, aunque espirituales de Marta, y, especialmente, invitaciones para saraos y banquetes de Emma, los habían convertido. Hubo más, para hacer callar a muchos, y también instigada por Bonis, que empezaba a hacerse insoportable con sus moralidades y miedos al qué dirán, Emma se dio arte para agregar a algunas de sus fiestas, si no a las más íntimas, a dos o tres familias de lo más distinguido de la capital. Una de ellas era la de un magistrado andaluz, que tenía dos hijas como dos acuarelas de pandereta, el padre era unas castañuelas de la sala de lo civil, y sus retoños, sin madre, se pasaban la vida, inocentes en el fondo, jaleando la alegría de su papá. Se aburrían mucho en aquel pueblo sucio, frío, húmedo, y vieron el cielo abierto con la amistad de Emma y compañía. El magistrado, que era, además, muy embustero, y hablaba de riquezas que él tenía allá, en la tierra, se embarcó en lo de la fábrica de Productos Químicos, aunque de tapadillo, y vino a interesarse en unos diez mil reales, que él multiplicaba añadiendo una porción de ceros a la derecha cuando hablaba a sus colegas y amigos de su parte en el negocio. Pero no fue la de Ferraz y sus hijas la adquisición mejor para Emma. Por mediación de las andaluzas, la Valcárcel tuvo ocasión, y la aprovechó, de ofrecer un verdadero servicio a las de Silva, tres muchachas llenas de pergaminos, deudas y figurines. Las deudas y los pergaminos eran cosas de su papá, pero los figurines, de ellas, no había chicas más elegantes en el pueblo, eran tres, y cuando paseaban juntas, en posturas académicas, constante grupo escultórico, recordaban las estampas grandes de los periódicos de modas. Hacían de un vestido siete, y era un prodigio el verlas volverlo de arriba abajo, y estirar y encoger sombreros, y aprovechar para cinco o seis cosechas de la moda las mismas espigas y los mismos pepinillos y otros vegetales contrahechos, de prendidos y sombreros. Fuera como fuera, ellas ponían la moda en el pueblo, y por su nobleza y las arrogantes figuras que ostentaban, disponían de los novios efímeros por manadas. Mientras el padre bebía los vientos por fijar la rueda de la fortuna en la sala de juego de la Oliva, las niñas se multiplicaban, verdaderas buhoneras de sí mismas, siempre con la mercancía de su hermosura a cuestas por plazas, iglesias, paseos, bailes y teatro. Pero llegó un luto, y aquí fue ella. Iba a abrirse el antiguo coliseo con la Compañía de ópera remendada, y las de Oliva no podrían ir los jueves y domingos a lucir sus gracias, enhiestas en sus sillones con almohadón, a la orilla del antepecho de su palco, como grullas tiesas y melancólicas a la margen del mar. El pariente difunto era un tío segundo, pero era marqués. Si hubiera sido un cualquiera, las de Silva seguirían vestidas de colorado y tan ubicuas como siempre, pero el luto de un marqués no podía preterirse sin profanarse. No había palco posible. Entonces fue cuando Emma pudo ganar la amistad de aquellas elegantes aristócratas haciéndoles un favor y matando dos pájaros de un tiro. Como ella venía a ser la empresaria, y los cantantes eran sus íntimos amigos y personas muy decentes, no habría inconveniente en presenciar las funciones de ópera entre bastidores. Las de Ferraz propusieron el expediente a las de Silva, que sin consultarlo con el papá, con quien no consultaban nada, aceptaron locas de alegría. No podrían lucirse tanto de telón adentro, pero se divertirían de fijo, verían cosas muy agradables, muy nuevas, y hasta podrían coquetear con los cantantes, algunos de los cuales, como Minghetti, eran muy guapos y simpáticos. Emma se creyó en el deber de no dejar ir solas a aquellas señoritas al escenario y sus oscuros alrededores, y desde la primera noche, sin consultarlo tampoco con nadie, las acompañó, y las presentó a la Gorgheggi, que las ofreció su cuarto para pasar el rato en amable tertulia durante los entreactos. Marta y las de Ferraz también asistieron alguna vez al espectáculo, de tapadillo, corriendo y jugueteando por aquellos pasillos y corredores estrechos y sucios, entre telones y trampas, pero en general preferían lucirse en el palco de la Empresa, de Emma, que estaba al lado de la presidencia.
Ver ejemplos de oraciones con la palabra buhoneras

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