¿Lleva tilde boardilla?

Hay una infinidad de palabras que se acentúan en Español, en concreto en nuestra base de datos tenemos 255.832 palabras que deben llevar tilde. Las reglas generales de acentuación son las siguientes:
  • Palabras agudas: son aquellas cuya última sílaba es tónica, deben llevar tilde aquellas que acaben en vocal, ene o ese.
  • Palabras llanas: son aquellas cuya sílaba tónica es la penúltima y llevan acento las que no terminan en vocal, ene o ese
  • Palabras esdrújulas: son aquellas cuya sílaba tónica es la antepenúltima, se acentúan siempre
Con las reglas anteriores puede parecer fácil saber cuando lleva tilde una palabra, no obstante en ocasiones saber separar una palabra en sílabas no es sencillo y pueden aparecer otros factores como los hiatos, las palabras compuestas o los acentos diacríticos que fácilmente inducen a equivocación. Por ello te ayudamos no sólo mostrandote cual es la forma correcta de escribir la palabra pero además te decimos por qué es así.

Boardilla no lleva tilde

Han de llevar tilde las palabras llanas que no terminen en vocal, "n" o "s".

Llamamos palabras llanas a las palabras donde el golpe de voz o sílaba tónica recae en su penúltima sílaba.

La separación silábica de BOARDILLA queda así: bo-ar-di-lla, es llana y termina en "a" por lo tanto no se acentúa.

Ejemplos con la palabra Boardilla

La luna de miel de Rosario y Felipe era llena, radiante, deliciosa: tenía el aroma y la forma perfecta de una de las áureas naranjas que con la mano podían cogerse desde las gradas de amarillento mármol lesbio del pórtico. Habían llegado a Ercolani de una sentada desde París, sin querer detenerse en Ventimiglia ni en Niza, haciendo el viaje con las manos asidas y los ojos en los ojos, sonriendo sin querer, en el transporte de una dicha de esas que no se miden. Hasta que descansaron en la villa, no se dieron cuenta de lo que pasaba, ni paladearon gota a gota la impresión, realmente inefable para los enamorados, de encontrarse juntos, solos y lejos del universo. Nadie como ellos podía apreciar el valor del apartamiento, venían deseosos de huir, no tanto de la gente, como del ruido. La gente, desde el momento en que Rosario, con ciega intrepidez, se instaló a la cabecera de Felipe moribundo, fue despedida en la antesala por el inteligente Adolfo, que, al aliciente de las propinas de Miraya, supo dejar con un palmo de narices a los curiosos, a los noticieros de periódico, y hasta a los amigos de Felipe, sin más excepción que Yalomitsa, y, por supuesto, Miraya también, Miraya, que aprovechó aquella desgracia para crearse un puesto propio en la casa de Felipe y en la intimidad de Rosario, a quien ayudó en la asistencia, velando como ella todas las noches. De lo que deseaban emanciparse era del bullicio parisiense, del vértigo de una populosa capital, y de aquella repentina celebridad de sus amoríos, compuesta de todos los elementos de ironía, escepticismo, curiosidad malévola y fingido interés -lo que más hiere y lastima el corazón-. Estorbábales también en París la sombra de Jorge Viodal, desesperado, enfermo, y, por último fugitivo. El pintor había acabado por irse a Mallorca, no pudiendo soportar la vergüenza y el dolor de que su sobrina habitase bajo el techo de Felipe, y el remordimiento de haberla impelido a este paso hiriendo al joven Flaviani. Mensajes y cartas fueron inútiles para conseguir que Rosario volviese a su hogar: estaba resuelta a no moverse del lado de Felipe, y así se lo hizo saber a su tío en terminantes palabras. Convencido ya Viodal de que no salvaría a Rosario, levantó la casa y desbarató el estudio. Acrecentaba su perenne tristeza la vista de los «Cuatro elementos» abandonados desde que la chilena faltaba de allí, las flores secándose, los peces subiendo muertos, panza al aire, a la superficie del acuario, las aves con el bebedero vacío, y hasta el fuego mal encendido, con leña verde. Antes Rosario cuidaba de los menores detalles, vigilando e inspeccionando a encargados y sirvientes, y ahora el pintor, a las preguntas de estos, sólo contestaba encogiéndose de hombros, como si dijese: «Todo me es igual. Ya puede llevárselo el diablo». -Al fin, en uno de esos saltos repentinos de la voluntad exasperada por un constante suplicio, Viodal cortó las tradiciones queridas de su existencia, y vendió cuanto adornaba el taller: la ninfa del acuario, la soberbia chimenea, los tapices, hasta las flores... Fueron llevándose poco a poco aquellos objetos familiares que cada uno encerraba mil recuerdos, y había recogido, por decirlo así, el amado ambiente de Rosario. Sin más equipaje que sus pinceles, dejando el famoso cuadro de la Crucifixión enrollarlo en la boardilla, donde depositó unos cuantos muebles que no pudo vender, Viodal salió de parís y se embarcó para las Baleares, donde esperaba domar con el ejercicio y anestesiar con el aire libre esa inquietud punzante que nos impulsa a mudar de sitio sin mudar de dolor.
Ver ejemplos de oraciones con la palabra boardilla

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