Ejemplos con zapatos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Antes de la cena ,- subir la escalera ,- dar miedo a uno ,- poner los zapatos ,- en el balcón.
Y pusimos en el balcón, entre las cidras, los zapatos de todos.
En la Grecia antigua, las cortesanas y también las castas matronas apetecían los zapatos venidos del Asia, zapatos al parecer preciosos, adornados con pinturas de mucho mérito y figuras cinceladas en metal.
A todo esto, doña Juana estaba como niño con zapatos nuevos.
Algunos días después vió el vecindario dos carros a la puerta de la abacería, luego vió cargar en uno de ellos las aceiteras, los barriles, los cacharros, las chucherías de la tienda, ¡hasta los estantes y el mostrador!, vió en seguida cómo en el otro carro se colocaron los colchones, las camas desarmadas, la batería de cocina, todo el ajuar de la casa de Simón, cómo se acomodaron en un hueco dejado al efecto sobre los colchones, Juana y su niña, después de haberse restregado la primera los zapatos contra el suelo repetidísimas veces, mirando al mismo tiempo a todas partes, cual si quisiera, con alarde tan necio, dar a entender que hasta el polvo de aquel suelo la ofendía, vió la gente también cómo, después de sacar hasta la escoba, cerró Simón la puerta y se guardó la llave en el bolsillo, y luego ponerse en movimiento los carros, a los cuales seguía Simón, saludando con gravedad a cuantas personas le despedían desde lejos con un movimiento de cabeza, no vió una sola vez asomar la de Juana fuera del toldo bajo el cual iba, y vió, por último, que los dos carros y Simón, que marchaba siempre junto a ellos, después de atravesar la plaza, tomaron el camino de la villa y desaparecieron en él.
Entonces fué cuando Belarmino abandonó la profesión filosófica, y ya no remendó más zapatos.
Saco en consecuencia que la filosofía no sirve para nada, como no sea para remendar zapatos y andar mal vestido.
Pues de zapatos estamos discutiendo, mi querido don Anselmo.
No le digo a usted: zapatero a tus zapatos, porque no quiero provocarle.
El cuchitril en donde Belarmino filosofaba y remendaba zapatos estaba bastante por debajo del nivel de la calle.
Era un magistrado de la Audiencia provincial, viejo ya, calvo, diminuto, flaquísimo, aladares rizados con tenacilla sobre las orejas, bigotes horizontales, engomados con zaragatona, tan largos, que sobresalían a los lados como balancín de funámbulo, corbata de chalina, chaqueta hasta media posadera, pantalones a menudos cuadros negros y blancos, de campana excesiva, para disimular la enormidad de los pies, aprisionados en zapatos de colgantes cintas de seda, tan anchas como la chalina.
Sobre el piso del escaparate, forrado de peluche verde, se alineaban varios pares de zapatos y botas, realmente exquisitos, apoyados oblicuamente en sendos sustentáculos de níquel, y con inscripciones debajo que decían: Zapatos de piel de Suecia, encargo de la excelentísima señora duquesa de Somavia.
Yo, lo mismo hago botas de monte y campo, que botas de montar o zapatos higuelife.
Aquí hay un par de zapatos que me enamora.
Ya hablaremos con calma de los zapatos de piel de Escandinavia.
Era obligado que penetrase creyéndose perseguida, que proyectase vagamente hacerse un par de zapatos, y que, de postdata, le acometiese el escrúpulo de si a Novillo le placerían aquellas visitas al zapatero subversivo.
Como si una máquina pudiera hacer zapatos decentes.
Yo también he confeccionado zapatos para religiosos y sacerdotes.
Hemos acordado que haga usted los zapatos para los Padres de la residencia: cinco padres y un lego.
Nuestros zapatos no le serán muy difíciles de hacer.
Iba de un lado a otro con el manteo terciado y la teja en la mano, un pobre sombrero sin rastro de pelo, abollado, con una capa de grasa en las alas, mísero y viejo como la sotana y los zapatos.
En la venta del burdo género están las patatas y el pan para todo el año, y soñando con la inmensa felicidad de volver a casa con una docena de duros, zapatos para las hijas y un refajo para la mujer, pasean tristes y resignados por entre el gentío, lanzando a cada minuto su grito melancólico como una queja: ¡Medias y calcetines! ¡el mediero!.
Nelet salió rápido de la cocina, y haciéndolo retemblar todo con sus zapatos, corrió a abrir.
Del bolsillo de la blusa salía una moneda mohosa, del sudador de la gorra otra de dos céntimos, y por las ventanas de los rotos zapatos sacábanse alguna pieza de cobre mugrienta y sudada.
Por la noche, ¡con qué placer saltó al andén de la estación, hendiendo a codazos la muchedumbre que obstruía la salida! Con los zapatos llenos de polvo, llevando en las manos dos ramas de naranjo cargadas de bolas de oro que esparcían fresco perfume, pasó como un hombre satisfecho de la vida ante los revisores y dependientes de Consumos que vigilaban la puerta, y corrió a la calle de Gracia, metiéndose en la escalerilla con un arranque de audacia que a él mismo le causaba asombro.
Desfilaban los veinticuatro ancianos con albas vestiduras y blancas barbas, sosteniendo enormes blandones que chisporroteaban como hogueras, escupiendo sobre el adoquinado un chaparrón de ardiente cera, seguíanles las doradas águilas, enormes como los cóndores de los Andes, moviendo inquietas sus alas de cartón y talco, conducidas por jayanes que, ocultos en su gigantesco vientre, sólo mostraban los pies calzados con zapatos rojos, y cerraba la marcha el apostolado, todos los compañeros de Jesús, con trajes de ropería, en los que eran más las manchas de cera que las lentejuelas, e intercalados entre ellos, niños con hachas de viento, vestidos como los indios de las óperas, pero con aletas de latón en la espalda, para certificar que representaban a los ángeles.
Mueres representando la fortuna que se aleja de casa, el prestigio que se pierde, la altivez que se desvanece, y cuando salgas de ella a altas horas de la noche en sucio carro para ser conducido adonde te explotarán por última vez, convirtiendo tu piel en zapatos, tus huesos en botones y tu carne en abono fertilizante, por la puerta entreabierta entrará la pobreza, la desesperación de una miseria disimulada, y quién sabe si la deshonra, eterna compañera de los que se aferran tenazmente a las alturas de donde les arrojan.
Observó sus miserables vestidos, compuestos, arreglados y remendados de mil modos para que pareciesen nuevos, observó sus zapatos rotos y otra vez se llevó la mano al bolsillo.

© Todos los derechos reservados Buscapalabra.com

Ariiba