Ejemplos con tropas

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Las tropas, sin abrigo, caladas hasta los huesos durante la noche por la lluvia torrencial, sentíanse ateridas.
Roger de Flor dejó sus tropas establecidas en Gallípoli y fué a Constantinopla antes de emprender la segunda campaña contra los turcos.
Lo único que ponía en duda era la caballerosidad y la disciplina de aquellas tropas en las que figuraban sus sobrinos.
La artillería enemiga le inspiraba lástima, pues si alguna vez daba en el blanco casualmente, sus proyectiles no llegaban a estallar Además, las tropas francesas habían entrado victoriosas en Alsacia: ya eran suyas varias poblaciones.
Este describía las salidas de tropas, las escenas conmovedoras en calles y estaciones, comentando con un optimismo incapaz de duda las primeras noticias de la guerra.
Diez días iban transcurridos, y empezaba a hacerse menos visible el movimiento de tropas.
El grueso de las tropas operaba en las fronteras, pero no por esto disminuía la animación en este lugar.
Alemania, que tenía sus tropas prontas con pretexto de maniobras, decretaba el estado de amenaza de guerra.
Y esta división de opiniones aún se acentuará más cuando nuestras tropas crucen las fronteras.
Fue comerciante de ganado, arreando con solo dos peones tropas de novillos y mulas, que hacía pasar a Chile o Bolivia por las soledades nevadas de los Andes.
La ilusión de su triunfo le hacía avanzar erguida y serena, lo mismo que si pasase revista a las tropas.
El servicio de aprovisionamiento de las tropas de Oriente hizo navegar a Ferragut en los meses sucesivos formando parte de un convoy.
A la vuelta, el ancló en Barcelona para cargar paño destinado al ejército servio y otros artículos industriales que necesitaban las tropas de Oriente.
El marino francés estaba enterado de sus expediciones anteriores para el avituallamiento de las tropas aliadas, conocía su nombre, y le miró como un juez que se interesa por el acusado.
El legionario Blanes, romántico como debe serlo un hijo de fabricante metido en aventuras, hablaba de las hazañas de las tropas de Oriente con todo el entusiasmo de sus veintidós años.
Los soldados de Francia y de las Islas Británicas se codeaban con las tropas exóticas.
Federico había muerto, Manfredo hacía frente a las tropas pontificales y a la cruzada francesa que habían levantado los Papas ofreciendo al rudo Carlos de Anjou la corona de Sicilia.
Dado lo que era la guerra de los cubanos contra España, aquella era, para tal guerra, una brillante operación militar, pero si realmente se le anunciaba al mundo, como se le anunció, que el Ejército cubano se había apoderado de Santa Clara, de la capital de la provincia central de la isla y que allí se había hecho fuerte contra las tropas españolas, la noticia tenía el inconveniente de su exagerada importancia, y cuando se supo después lo que había pasado realmente, la cosa pareció pequeña, precisamente en virtud de su exageración, y el resultado fue que los periódicos franceses, más tarde, cuando recibían algunas noticias por nuestro conducto ponían delante de ellas, con letra bastardilla, , para dar a entender que todo aquello era sospechoso de exageración, si no de mentira.
Recuerdo, por ejemplo, que el general Máximo Gómez penetró un día en la ciudad de Santa Clara, y estuvo durante algunas horas en la ciudad, y se surtió y surtió a sus tropas de calzado y víveres, y ocupó ropas y municiones, y armamentos, y caballos, y medicinas, y al fin tuvo que marcharse, porque no podía sostenerse a pie firme, en tal lugar, contra las tropas españolas.
¿Y esto quién lo hizo sino España, aquella España árabe-hebreo-cristiana de los Reyes Católicos? El Gran Capitán enseñó al mundo el arte de guerrear moderno, Pedro Navarro fue un ingeniero asombroso, las tropas españolas las primeras en usar las armas de fuego, creándose así la infantería, que democratizó la guerra, dando superioridad al pueblo sobre los nobles jinetes cubiertos de hierro.
Carlos II, ante la oferta de que tropas holandesas guarnecieran las plazas españolas de Flandes, consultó el asunto con teólogos, como un caso de conciencia, porque esto podía facilitar la difusión de la herejía, y acabó por preferir que cayesen en poder de los franceses, que, aunque enemigos, al fin eran católicos.
El tiempo urgía, y la intrépida Currita viose al fin precisada a salir ella misma al encuentro de los invasores: no lo hubiera hecho con más arrogancia la viuda de Padilla al presentarse a las tropas de Carlos V en el alcázar de Toledo.
Agréguense dos o tres mil coches de alquiler que ya estaban en movimiento, las tiendas nómades establecidas al paso del transeunte, los carros de yeso y de ladrillo, andando como dicen que andan las tortugas, los treinta grados de calor que ya marcaba el termómetro a la sombra, los relojes, dando cada uno la hora que se le antojaba, el ruido de los talleres, las tropas que, a lo mejor, se atravesaban en la embocadura de una calle, obligándole a uno a presenciar el desfile.
La comandanta entró trayendo un cuadrote que representaba a Pío IX echando la bendición a las tropas españolas en Gaeta.
¡Qué bonito aquel paso de Pío IX bendiciendo a las tropas! Y la conversación rodaba, sin saber cómo, de la bendición papal a los amoríos del narrador.
Raro era el día que no echaban los periódicos un extraordinario anunciando batallas, desembarcos de armas, movimientos de tropas, cambios de generales y otras cosas que por lo común daban pie a inacabables comentarios.
Francamente, yo creí que el golpe se había chafado y que Pavía no se atrevía a echar las tropas a la calle.
Yo soy el Diablo, voy a buscar a don Quijote de la Mancha, la gente que por aquí viene son seis tropas de encantadores, que sobre un carro triunfante traen a la sin par Dulcinea del Toboso.
Con estos y otros entretenidos razonamientos, salieron de la tienda al bosque, y en requerir algunas paranzas, y presto, se les pasó el día y se les vino la noche, y no tan clara ni tan sesga como la sazón del tiempo pedía, que era en la mitad del verano, pero un cierto claroescuro que trujo consigo ayudó mucho a la intención de los duques, y, así como comenzó a anochecer, un poco más adelante del crepúsculo, a deshora pareció que todo el bosque por todas cuatro partes se ardía, y luego se oyeron por aquí y por allí, y por acá y por acullá, infinitas cornetas y otros instrumentos de guerra, como de muchas tropas de caballería que por el bosque pasaba.

© Todos los derechos reservados Buscapalabra.com

Ariiba