Ejemplos con terciando

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

No moleste usted más a la señoradijo el viajero terciando muy a tiempo, que ya empezaban a rodar por las mejillas de Lucía lagrimones como avellanas.
-Justicia contra ti, -dijo Rafaela Hermosilla, terciando en la conversación-.
-La buena vida, amigo -dijo con petulancia, terciando airosamente la capa en que se envolvía-.
-Es verdad -dijo, terciando en el debate, uno de los circunstantes, que debía de ser torero, a juzgar por su traje y la trenza que en el cogote tenía-, es verdad.
—¿Qué es esto, señor alférez Campuzano? ¿Es posible que está vuesa merced en esta tierra? ¡Como quien soy, que le hacia en Flándes, ántes terciando allá la pica, que arrastrando aquí la espada! ¿Qué color, qué flaqueza es esa?.
Y, poniendo piernas al Rocinante y terciando su lanzón, se salió de la venta sin que nadie le detuviese, y él, sin mirar si le seguía su escudero, se alongó un buen trecho.
Mariano Rosas lo había notado, y se interponía constantemente entre su hermano y yo, terciando en la conversación.
¡Qué alegría! ¡Y vaya unos ratos a pasar, de ahora en adelante, terciando con estas grandezas!.
-¿Lo conocés a este mozo? -me preguntó terciando el poncho con amplio ademán de holgura.
-Pues no irás por hoy -dijo el Salvador terciando en la querella.
Ante esta blasfemia pareció descender de su rapto Hormesinda, y se precipitó entusiasta y llorosa hacia el lecho, terciando en aquel grupo del sentimiento y de la muerte y animadas sus facciones de una resignación santa y sublime.
Y después, invirtiendo el orden de sus maquinaciones, con tanta pericia combinadas, por una ingeniosa evolución de ardid, y prevalida de su rango de dueña, solía provocar la conciliación de aquellos desventurados esposos, indispuestos por ella, terciando hipócrita en reyertas mismas que provocara su maligno espíritu, con un fin diabólico, al paso que patrocinaba y aun terciaba también en las relaciones adúlteras de la condesa con el monarca.
Luis, terciando en la cuestión, dijo:.
-No hable el señor Gil Menchaca contra las faldas, que mal con ellas y peor sin ellas, ni chato ni narigón, y vuesa merced con toda su farándula es el primero en relamerse cuando tropieza con un palmito como el tufo -dijo terciando en el diálogo una graciosa tapada, más mirada y remirada que estampa de devocionario.
Por fin, Santo Tomás, terciando el manteo, interrumpió al filósofo intruso, gritando sin poder contenerse:.
-Si llegas una hora antes -dijo éste terciando en aquel altercado que no le hacía gracia en ningún concepto-, hubieras conocido aquí mismo a tu nuevo primo, pero le verás de un momento a otro, y espero que simpatizaréis.
-Justicia contra ti, arrastrao -dijo Rafaela Hermosilla, terciando en la conversación-.
Era para todo mujer astuta, y diestra en el juego de los dados, por lo que antes de la guerra jugaba muchas veces con el rey, y después de ella, cuando ya se habían reconciliado, no se negaba a las demostraciones del rey, sino que tomaba parte en sus diversiones y era sabedora de sus amores, terciando en ellos y presenciándolos, con el cuidado, sobre todo, de que conversara y se llegara a Estatira lo menos posible, por aborrecerla más que a nadie, y también para poder aparentar que ella era la que gozaba del mayor favor.
Hasta para los amores tenía gracia, y era otro de los medios de que sacaba partido, terciando en los amores de sus amigos y contestando festivamente a los que se chanceaban con él acerca de los suyos.
A la novena no faltaban, se desparramaban por las capillas y rincones de San Isidro, y terciando la capa, el rostro con un tinte romántico o picaresco, según el carácter, se timaban, como decían ellos, con las niñas casaderas, más recatadas, mejores cristianas, pero no menos ganosas de tener lo que ellas llamaban relaciones.
-¡Fuera de aquí, so tunante! -gritó el Magistral terciando el manteo, descomponiéndose contra su costumbre.
-¡Poco ruido! ¡Poco ruido! señor Fierabrás -repuso el canónigo terciando el manteo.
-dijo terciando don Isidro-, el lujo que gasta? Qué bruto es ese animal de Dagiore: permitirle esos gastos cuando debía aplicarle una paliza para cortarle con tiempo las alas.
El cocinero, con su gorro y su delantal blancos, sus imponderables bigotes, y un cucharón en la mano, se acercó al círculo, terciando en la conversación.

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