Ejemplos con soliviantados

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Los más soliviantados liberales de Vetusta que hablaban de anarquía y de quemarlo todo, temblaban ante la voz de un ujier de la Sala de lo Criminal que gritaba porque un testigo cruzaba las piernas:.
Los chicos, soliviantados por febril alegría, cogían puñados de uvas ya estrujadas, y se frotaban la cara, y se pintaban rayas en ellas como los salvajes.
Don Alejandro comió poco y Nieves menos. En cambio don Claudio Fuertes no cerró boca, más, en verdad sea declarado, hablando que comiendo. Refirió el motín y el suceso que le precedió en la iglesia, con todos sus pelos y señales. Hasta Leto y él, y Cornias y el mancebo, y casi, casi, don Adrián, habían tenido que andar en la gresca. No recordaba él haber dado más garrotazos en su vida... ni a los moros de África. Triste era haberse ensañado tanto en sus propios convecinos, pero se habían ido hacia aquel lado todos los ganapanes de Villavieja, y hubo que defenderse y ayudar a los amigos. La botica se había colmado después de desmayadas y contusos, y a don Adrián, y a Leto y al mancebo, y al mismo Cornias, les faltaba tiempo para disponer antiespasmódicos y aplicar compresas de árnica y vegeto, y hasta alguna que otra tira de aglutinante. No se había visto otra ni se volvería a ver tan pronto, en Villavieja. Las gentes formales estaban indignadas con el mequetrefe, y las familias de sus colaboradores engañados, pensaban llevar el asunto a los tribunales de justicia. También se hablaba de tomar alguna medida gubernativamente, por haberse repartido el periódico, sin la debida autorización oficial. Había bastante ''tolle, tolle'', contra las Escribanas, por ser cosa corriente que la mayor de ellas había pagado a Maravillas los gastos de la edición. De Maravillas se afirmaba, y sería verdad, que había huido de Villavieja durante lo más recio de la refriega, a uña de caballo, hacia la ciudad. Su padre había cerrado la taberna, muerto de miedo, y desde una ventana de arriba había declarado al pelotón de curiosos que le apostrofaban desde abajo, que estaba dispuesto a comerse todos los ejemplares del periódico que se le presentaran, si con ello se calmaban las iras reinantes contra él. Del hijo, que no se le hablara: era un trastuelo, un hereje, que tenía que acabar mal si no cambiaba de ideas, como se lo tenía él bien advertido... Se creía que bajaría muy poca gente por la tarde a ver el vapor que había entrado, porque los espíritus estaban muy soliviantados, y se aguardaba en el Casino un lleno después de comer, y quizá algún disgusto entre los chicos colaboradores, que ardían, y cualquiera que tuviera la mala ocurrencia de «tomarles el pelo» o defender al fugitivo. En fin, que podía dar juego todavía el programa del sabio Maravillas. El pobre don Adrián no había salido aún de su espanto. Leto, después del desahogo que se había dado a todo su gusto sobre Maravillas y sus defensores, estaba ya tan sereno y en sus quicios ordinarios, a él, a don Claudio, con verle bastaba.

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