Ejemplos con salida

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Así como los joviales espíritus diurnos se alejan con ruborosas alas apenas despunta por Oriente el íncubo nocharniego, el señor Colignon, desasosegado, aturdido y pálido por dentro, pues por fuera no se lo consentía su imposible rubicundez, se despidió y tomó la salida, no sin que Xuantipa le dijese al partir:.
Hay dos espectáculos que el hombre debe presenciar alguna vez: uno es la salida del sol, otro es un parto.
Y para hacer más llevadera su impaciencia, encontrábase de pronto en una , cuyos taludes de escuetos peñascos parecían juntarse sobre la cabeza del aturdido expedicionario, y cerrarle la salida en todas direcciones.
Bajo impresiones tan embriagadoras, vestida con lo mejor que tenía, y su hija con lo más elegante de su bien provisto ropero, estuvo una semana haciendo visitas que siempre había desdeñado, y pagando otras que debía de muy atrás, sólo por buscar ocasiones de anunciar su salida para Madrid, adonde la llevaba el delicado cargo con que el país había honrado a su marido.
Doña Juana era la que todavía se pagaba mucho de esas cosas, y las aceptaba con entusiasmo, por el efecto que harían en la ciudad, para la cual anunciaba la inmediata salida de los recién casados, con toda su familia.
Sus ojos pequeños y penetrantes miraban a todos lados con la esperanza de encontrar un descuido, algo que contraviniese las reglas establecidas, para estallar en gritos y amenazas que diesen salida al mal humor y a la ira reconcentrada que fruncían su entrecejo.
Adivino lo que ustedes han pensado antes de entrar en la Academia y preveo la desilusión amarga y aplastante que les aguarda a la salida.
Si ríe, es de dientes afuera, su interior es siempre lóbrego, con una obscuridad de caverna, en la que se agitan las pasiones como fieras encerradas que buscan la salida.
A la salida del coro señalaba al chantre, un prebendado obeso, con el rostro cubierto de placas rojas.
El animal, conociéndole de antiguo, buscaba su salida por la puerta más inmediata, pero el le cortaba el paso, lo acosaba nave adentro fingiendo perseguirlo, lo lidiaba de capilla en capilla, hasta que, acorralándolo, podía largarle unas cuantas patadas.
Había que ser cauto y guardar la salida.
Esta devoción no les impedía que riesen cantando, y por lo bajo, entre oración y oración, se insultasen y apalabrasen para darse cuatro arañazos a la salida, pues estas muchachas morenas, esclavizadas por la rígida tiranía que reina en la familia labriega y obligadas por preocupación hereditaria a estar siempre ante los hombres con los ojos bajos, eran allí verdaderos demonios al verse juntas y sin freno, complaciéndose sus lenguas en soltar todo lo oído en los caminos a carreteros y labradores.
En las primeras semanas, Roseta veía con cierto terror la llegada del anochecer, y con él la hora de la salida.
Y pugnaba con la madre por apartarla del ataúd, por obligarla a que entrase en el y no presenciase el terrible momento de la salida, cuando el , levantado en hombros, alzase el vuelo con las blancas alas de su mortaja para no volver más.
A la salida del pueblo estaba aguardando el señor vicario con el sacristán y los monaguillos: no era caso de hacerlos esperar.
No hay que fiarse de ellos, y más si han sido tranquilos en su juventud, pues ya es sabido que el que no la hace a la entrada la hace a la salida.
Ahora comprendía las palabras de don Eugenio, su sonrisa triste, la mirada de conmiseración con que había acompañado su rápida salida de la tienda.
La salida de la plaza era lenta, desmayada, contrastando con la llegada, ruidosa como una invasión.
La lidia las aburría o las horrorizaba, pero la salida de la cuadrilla las enardecía, y movíanse nerviosamente en sus asientos al ver el desfile de jacarandosas figurillas, que, a la luz del sol, destacábanse sobre la arena del redondel como ascuas de oro con el brillo de sus alamares.
Los babiecas ávidos de emociones agolpábanse frente a las fondas donde se alojaban las cuadrillas, esperando pacientemente la salida de los toreros para poder tocar con respeto los alamares del diestro.
Y luego, la salida del Templo, después de dar gracias.
Por la noche, ¡con qué placer saltó al andén de la estación, hendiendo a codazos la muchedumbre que obstruía la salida! Con los zapatos llenos de polvo, llevando en las manos dos ramas de naranjo cargadas de bolas de oro que esparcían fresco perfume, pasó como un hombre satisfecho de la vida ante los revisores y dependientes de Consumos que vigilaban la puerta, y corrió a la calle de Gracia, metiéndose en la escalerilla con un arranque de audacia que a él mismo le causaba asombro.
¡Santo cielo! ¡Pensar el paño negro y fino que él había vendido a la gente de la Ribera, las mantas que despachaba, los mantones y pañuelos que se habían empaquetado sobre aquel mostrador! ¡Y todos pagaban en oro! Pero ahora, ¡las cosechas no tenían salida, no había dinero, el comercio iba de mal en peor y las quiebras eran frecuentes! Él aún iba tirando, pero sí la cosa continuaba de tal modo, acabaría por cerrar la tienda y morir en el Hospital.
Dijo la señora que Pepillo deseaba pasar ese día en Villaverde, se resolvió darle gusto, y la salida quedó acordada para el día siguiente.
Mi salida de la casa de Castro Pérez, salida que además de enojosa me pareció ofensiva para mi buen nombre, me puso abatido y desalentado.
Helados, refrescos, aguardientes, todo tiene allí salida.
Al fin de la calle, delante de una tienda, una carreta, tirada por una yunta, aguardaba la salida de los gañanes.
A la salida me detuvo en la esquina unos cuantos minutos.
A la salida me despedí, muy de prisa, de mis compañeros de viaje.

© Todos los derechos reservados Buscapalabra.com

Ariiba