Ejemplos con sala

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Llevaban coronas de cebollas, ajos, puerros y otras hortalizas de aroma desagradable y violento, dos lechuzas, varios muciérlagos y otros avechuchos temerosos y repulsivos, a fin de arrojar las coronas sobre el autor y soltar sobre la sala las nocturnas aves, en la coyuntura propicia.
¡Abajo los tiranos!gritaban algunos desde lo último de la sala.
¡Ahora no soy yo el intemperante, señor presidente!vociferó Simón, dominando con dificultad el tumulto que empezaba a reinar en la sala.
Antes de salir a la calle pasa a otro gabinete frontero al suyo, con la aparatosa sala por medio, y allí encuentra, ordinariamente solas, y rara vez con , a una señora tan gruesa como él, dura de semblante y rica aunque charramente vestida, y a una joven como de veintidós años, ancha de hombros y caderas, bien destacada de pecho, de ojos y cabellos negros como el azabache, de blancos dientes y moreno cutis, bien proporcionada y airosa de talle, y vestida con todo el rigor de la moda, una buena moza en toda la extensión de la palabra.
¡Qué susto grande! Escuché una voz que salía de lo más fondo de la capilla, al pasar por la sala de la tribuna.
Está allí como prisionero, y mandóme que llegase secretamente a decírtelo para que vieses manera hablarle por la sala de la tribuna.
Pasa, muchacho, vamos a la sala.
Ahí se están en la sala, acurrucadas en el sofá, columpiándose en las mecedoras, soñolientas y aburridas, en espera del novio, atisbando el momento oportuno para pelar la pava.
Pase usted, y verá cómo están las niñas durmiéndose en la sala, muriéndose de fastidio y desesperación.
Sonaban en aquel momento las doce en el viejo reloj de la sala, y tía Pepa, que andaba en las piezas interiores, se presentó en la habitación.
En tanto que Angelina cerraba la puerta de la sala me dirigí a mi recamarita.
Para distraerme me llevaron a la sala, y me dieron juguetes, muñecos de nacimiento, pastores y pastoras, cabras, ovejas, una casita de cartón, un molino, con su rueda que daba vueltas movida por un chorro de arena.
¡Sin buñuelos no hay Noche Buena! ¡Allá usted, Angelina, usted que se pinta para todo eso! Pondremos la mesa en la sala, y usted, doña Carmelita, cenará con nosotros.
Herrera conversaba en la sala con mis tías, y Angelina arreglaba la mesa en el comedor.
Vaya usted a la sala: vaya usted a saludar al señor cura.
Ya es muy tarde: acaban de dar en el reloj de la sala las doce de la noche, y no puedo seguir escribiendo.
Andrés estaba en la sala con mis tías.
Echóme el brazo y me condujo hacia la sala.
Por la noche, después de la cena, nos reuníamos en la sala.
Dejó Gabriela el libro que tenía en las manos, y se dirigió lentamente hacia un extremo de la sala, abrió el piano, y me llamó, diciendo:.
Por la noche, a la hora en que nos reuníamos en la sala, permanecía yo lejos de Gabriela, hojeando los periódicos, hasta que al fin, comprendiendo ella que algo grave me tenía pensativo y cabizbajo, me dijo cariñosamente, como una hermana que trata de consolar al pequeñuelo preferido.
Si vuelven, que no volverán, se quedarán en la sala, y por nada de esta vida las dejaré entrar en la recámara.
El piano, la mesa de dibujo, los periódicos que Gabriela leía y las plantas que ella cultivaba me hablaban de la joven, y a solas, en la sala, me complacía yo en recordar sus palabras, cerrar los ojos para fijar en mi mente la imagen de la niña.
Pero no se me ocultó que aquella alegría que embargaba mi ánimo al ver a Gabriela, al estar a su lado, al conversar con ella, en la mesa o en la sala, y la tristeza que se apoderaba de mi espíritu cuando me veía lejos de la encantadora señorita eran indicios de que en mi pecho se encendía irresistible amor.
Hablé con la señora y ví a la enferma, yo creo que va muy de alivio porque estaba en la sala, sentadita en un sillón.
Después de la cena, luego que los empleados se retiraron a sus habitaciones, me fui a la sala, abrí el balcón, y sentado en una mecedora, gozando del fresco de la noche, una hermosa noche de luna, me puse a pensar en Linilla.
¡Hermosa noche! ¡Qué dulcemente que susurraban los vientos! Pero, ¡ay, qué solitaria y triste me pareció la sala! Estaba fría como una tumba, desolada como una alcoba de la cual han sacado un cadáver.
Al atravesar la sala aspiré con delicia el aroma de las flores que se morían en el tazón de Sévres, el piano de Gabriela me pareció como todos los pianos, los pinceles esparcidos en la mesa de trabajo, junto a la acuarela principiada, nada me dijeron de la rubia señorita.
Juan se regocijaban en el balcón, llamando a Nicolasito Hernández con el apodo que tanto le hacía rabiar, y acercándose con toda cautela a uno de los costureros que en la sala había, colocó dentro de él media onza que le quedaba del juego.

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