Ejemplos con rubicundo

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Alto, delgado, rubicundo, ojos garzos.
El emir Abd Allah era de color blanco y rubicundo, de pelo rubio, pero con grandes entradas, ojos azules y nariz aguileña.
En las risotadas del abundante y rubicundo señor Colignon, especie de rebase , Belarmino adivinaba una amable cualidad personal, o acaso cualidad de raza: la de admirar con alegría.
Su poseedor era un que vivía en Asunción sin más objeto que estudiar los animales y las plantas del país, un doctor alemán, gordo, rubicundo, de gafas doradas, muy amigo de bromear con las gentes simples del campo, para sonsacarles noticias.
El rubicundo y jovial Colignon perseveraba fiel en el afecto a Belarmino, y el zapatero le correspondía cordialmente.
Apenas transcurridos cinco minutos, irrumpió en la zapatería el voluminoso y rubicundo don René Colignon, fabricante de achicoria y confitero.
La razón era que hacía tiempo el señor Colignon había prestado al matrimonio Pinto mil pesetas, sin recibo ni documento alguno comprobatorio, y la Pinta premeditaba sangrar nuevamente al sanguíneo y rubicundo confitero, y aliviarle de un regular chorro de pesetillas.
Esta gozaban los expedicionarios de a pie, en su mayor parte familias felices, que ostentaban satisfechas la librea de la áurea mediocridad, y aun de la sencilla pobreza: el padre, obeso, cano, rubicundo, redingote gris o marrón, al hombro larguísima caña de pescar, la hija, vestido de lana obscura, sombrerillo de negra paja con una sola flor, en la izquierda el cestito de los anzuelos y demás enseres piscatorios, y llevando de la diestra al hermanito, a quien pantalones y chaqueta quedaron ya muy cortos, y que luce la caña de las botinas, y levanta orgulloso el cubo donde flotan los simples peces víctimas del mortífero pasatiempo de su padre.
La barba dorada y canosa invadía, arrolladura, una parte de su rostro rubicundo, esparciéndose luego sobre el pecho, y en medio de esta cascada fluvial abríase una sonrisa de bondad casi infantil.
Otro círculo de algas coronaba su peluca bermeja, y entre esta peluca y las barbazas de inflamado color ensanchábase el rostro rubicundo, carrilludo, granujiento, una cara de borracho perseverante y bondadoso como las que se ven en las muestras de las cervecerías.
Uno de ellos traía un farol que tristemente pestañeaba en la obscuridad, pues la aurora, mensajera del rubicundo Febo, apenas hendía los horizontes con sus dedos de rosa.
El ofendido tan asombrado como furioso, y sus compañeros en cuyos rostros se pinta la estupefacción, suspenden el trabajo: aquel desnudo de medio cuerpo arriba, sin más vestimenta que un mandil de cuero, se queda parado con el martillo en la diestra y en la izquierda la tenaza que oprime la roja lamina de hierro que estaba golpeando: los cuatro mozos cuya desnudez sólo encubre un paño gris liado a la cintura, miran y escuchan al rubicundo Apolo con menos curiosidad que sorpresa.
Un capitán de lanceros, muy gordo y rubicundo, bajaba de la Puerta del Sol, pisando muy fuerte, con las espuelas y las polainas manchadas de cieno, calada la corta capota azul con vueltas blancas.
¡Cualquiera de los cuatro hubiera querido ser gorrión, el muchacho que tocaba el organillo, una de aquellas presumidas fámulas, o aquel rubicundo sol que, como un eterno Fausto, torna a ser joven todas las mañanas!.
¡Ahí va mi copa! ¡Ahí va la mía! ¡Tome ésta! exclamaron diez voces por lo menos, y otros tantos brazos se cruzaron sobre la mesa en dirección del comisario, quien, empuñando una tras otra copa, cada cual llena de un vino diferente, se las fue echando al coleto, sin presentar más muestra del efecto que le causaban que ponerse algo rubicundo y aguársele los ojos.
¿Quién duda sino que en los venideros tiempos, cuando salga a luz la verdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere no ponga, cuando llegue a contar esta mi primera salidad tan de mañana, desta manera?: Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados pajarillos con sus arpadas lenguas habían saludado con dulce y meliflua armonía la venida de la rosada aurora, que, dejando la blanda cama del celoso marido, por las puertas y balcones del manchego horizonte a los mortales se mostraba, cuando el famoso caballero don Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso caballo Rocinante, y comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel.
-¡Qué, es posible -decía arqueando las cejas y dándose palmadas en la frente-, qué, es posible que Apolo, el rubicundo Delio, el claro Cintio, el patáreo numen desea verme, solicita conocerme y tratarme! ¡Oh, favor! Pero, ¿es cierto, soberano alípede, es verdad o ilusión dulce de mi deseo? ¿Es realidad física o extravío de la imaginación férvida? ¿Es soporoso nocturno rapto, que en la atezada calígine.
-¡El tesoro rubicundo de lo hondo del globo!.
Su rostro rubicundo estaba afeitado cuidadosamente y sus ojillos velados por sus espejuelos de oro relucían gozosos mostrando en ellos lo grata que le era nuestra visita.
Cuál fuese lo demás de su figura aparece de sus estatuas, pero aquel mirar fiero y desapacible de sus ojos azules se hacía todavía más terrible al que lo miraba, por el color de su semblante, haciéndose notar a trechos lo rubicundo y colorado mezclado con su blancura, y aun se dice que de aquí tomó el nombre, viniendo a ser un mote que designaba su color, así, un decidor de mentidero de los de Atenas le zahirió con estos versos: Si una mora amasares con la harina, tendrás de Sila entonces el retrato.
A la última hora de su jornada iba por las cristalinas esferas el rubicundo Apolo, recogiendo sus flamígeros caballos por llegar ya con su carro cerca del occidente, para dar lugar a su mudable hermana a visitar la tierra, cuando los caballeros y damas que la pasada noche se habían hallado en casa de la bien entendida Lisis, honrando la fiesta de su honesto y entretenido sarao, estaban ya juntos en la misma sala.
Ya el rubicundo Febo esparcía sus rayos por todo Madrid, cuando entre las multitudes que invadían y cercaban el Palacio de las Cortes apareció Espartero, no a caballo, con arreos y jactancia de caudillo que conduce a sus prosélitos al combate, sino pedestremente, en traje civil.
El rubicundo Alejandro venía, por un capricho, desde Milford, a la ventura, mar adelante, y llegaba a Palmera nada más que por seguir cierta línea recta.
Aquel Braulio, administrador de los cuantiosos bienes de doña Sales, representaba cuarenta y cinco años, era grueso y rubicundo, usaba gafas de oro, y sus mejillas parecían dos rosas frescas, bañadas de rocío, porque en toda ocasión le veríais sudando y sofocadísimo, cual si volviera de una larga carrera, hombre, en fin, que siempre tenía calor de sobra, como estufa encendida al rojo, y que en invierno vestía de riguroso verano.
Su poseedor era un gringo que vivía en Asunción sin más objeto que estudiar los animales y las plantas del país, un doctor alemán, gordo, rubicundo, de gafas doradas, muy amigo de bromear con las gentes simples del campo, para sonsacarles noticias.
Todas las tardes, no bien se pone el sol rubicundo de Tauro, Géminis o Libra, empiezan los grillos a tocar la bandurria entre las matas de habas, y las ranas de los pantanos a remedar la gaita gallega.
Y después de una estudiada pausa, continuó dirigiéndose a la joven, rebosando en su rostro carnoso y rubicundo esa afectada inspiración que él sabía fingir en ciertas ocasiones:.
Una maga de larga túnica de percal negro, estrellada de papel dorado, y puntiagudo capirote, bailaba, ciñéndose a un chulo peinado con persianas, una mora de mancebía, dejábase languidecer en brazos de un innoble tipo de rubicundo rostro, cabellos teñidos, ladeado hongo, roja corbata y grueso diamante en el anular, hibridación de tahur y tratante en caballos, más allá, un viejo flaco, zancudo, calvo, de libidinoso mirar y babosa sonrisa, oprimía contra su pecho, como esos vampiros de los cuentos de Hoffman, enorme bebé de astroso atavío de alquiler, juvenil chicuelo, indudablemente escapado de su casa, adheríase a enorme mujerona que movía con lujurioso ritmo sus macizas ancas de vaca, Colombina prostituida mirábase en los ojos de un ordenanza de Ministerio, y un estudiante, abrazado a una prójima, pasaba lento, mordiendo sus cabellos pintados, viejos verdes, colegiales, toreros de invierno, obrerillos endomingados, horteras, vividores de profesión, matones, chulapones de mancebía, pasaban, llevando entre los brazos noches nevadas, floristas, chulas, couplelistas, reinas de zarzuela, sacerdotisas egipcias, arlequines y locuras, pasaban y repasaban en hórrida zarabanda, poseídos de la gravedad de sus actos, mientras una Doña Inés neurótica escapaba de los brazos de un chauffeur.
Enseguida dio un par de chupadas a una punta que halló pegada a la testera del catre, mientras se amarraba con una escota los enciclopédicos calzones a la cintura, ocultó sus greñas bajo la cúspide de un gorro catalán, y, por último, lanzóse calle abajo en busca de aventuras, osado el continente, alegre la mirada, y tan lleno de júbilo como pudiera estarlo, en un caso muy parecido, el famoso manchego, si bien, a la inversa de éste, no se le daba una higa por que la posteridad recordase o no que ya el rubicundo Apolo extendía sus dorados cabellos por la faz de la anchurosa tierra, cuando él, perdiendo de vista su casa, comenzó a respirar los corrompidos aires de la Dársena.
El patrón, después de enjugarse el sudor que inundaba su rubicundo rostro, se irguió con toda la majestad de su corpulenta persona y empuñando la terrible huasca, empezó el interrogatorio:.

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