Ejemplos con ribeteados

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Iriberri era un viejecito pequeño, imberbe, con el aire enfermizo, el pelo rubio y los ojos ribeteados.
El Izarra presenta también motivos de fantasía para las imaginaciones vagabundas, en ese alto acantilado, paredón gigantesco, pizarroso, con vetas blancas, las hornacinas se abren como esperando una imagen, los balcones, ribeteados por liquenes verdes, se alargan en lo alto.
Pasaban entre las mesas damas rusas de alta diadema y vestiduras rígidas, niponas de menudo andar, polonesas con dolmanes ribeteados de pieles blancas, marineritos tentadores que enfundaban sus juveniles prominencias en un traje blanco cedido por un grumete.
Pasan labriegos con sus largas cabazas amarillentas, de cogulla a la espalda, luego, de tarde en tarde, una vieja, vestida de negro, arrugada, seca, pajiza, abre una puerta claveteada con amplios chatones enmohecidos, cruza el umbral, desaparece, una mendiga, con las sayas amarillentas sobre los hombros, exangüe la cara, ribeteados de rojo los ojuelos, se acerca y tiende su mano suplicante.
Tras de nosotros entró , señora de edad muy alta, con pañuelo negro liado a la cabeza, saya y jubón de estameña, los pies en abarcas, la cara como pergamino, los ojos, pitañosos de su natural, en aquella ocasión ribeteados del grandísimo duelo por la inminente defunción de su amo, y después de mirar al demacrado D.
El desconocido distinguiríase entre mil por la pátina de su cara sudosa, afeitada de ocho días, por los ojos ribeteados de bermellón, por la boca desmedida y los labios con hemorroides, por los ojos de carnero moribundo, por la ropa, que habría sido decente en otro cuerpo y en remotas edades, por el sombrero de copa, que su oficio le obligaba a usar, y era de catorce modas atrasado.
Ya habían pasado muchos años, pero él se acordaba, como si estuviera viéndolos, de aquellos ojos sin pestañas, ribeteados de rojo, horribles para los demás, pero amorosos para él, de aquella mano seca que al acariciarle la cerdosa cabeza manchábala de pringue meloso, de aquella cama en que soñaba abrazado a su madre, y ahora.
Tras de nosotros entró la Ranera, señora de edad muy alta, con pañuelo negro liado a la cabeza, saya y jubón de estameña, los pies en abarcas, la cara como pergamino, los ojos, pitañosos de su natural, en aquella ocasión ribeteados del grandísimo duelo por la inminente defunción de su amo, y después de mirar al demacrado D.

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