Ejemplos con reloj

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Las madres ,- dar algo de comer ,- creerse príncipes ,- reloj de plata ,- un caballo ,- una escopeta ,-.
Aquél tenía la forma de un reloj, Platero.
A ver Ser justo Tener razón Por + Dar el reloj.
Reloj que levantará a la madrugada, escopeta que no matará el hambre, caballo que llevará a la miseria.
Jadeaba con desmayo y acopiaba sus escasas fuerzas para suspirar de continuo: Claro, claro, ¿qué duda coge? Luego, con intermitencias, como un reloj arbitrario, producía enérgicamente, al concluirse las frases del invisible conferenciante, una a manera de rítmica onomatopeya: tris-tras, tris-tras, tris-tras.
Novillo sacó el reloj y encendió un mixto.
Simón Cerojo, que acababa de recibir su licencia de soldado, que sabía un poco de pluma y había corrido media España con su regimiento, de cuyo coronel fue asistente cinco años, y era, además, un mocetón fresco y rollizo, se creyó con todas las condiciones exigidas por la vanidosa muchacha, y se atrevió a pretenderla, no sin llevar encima, por memorial y a mayor abundamiento, en su primera visita, un reloj de cinco duros y alguna de la ropa que, como prenda de una buena estimación y una fina amistad , le había regalado su coronel al despedirle.
En efecto, señor de Cuarteroladijo don Simón enredando con su larga y gruesa cadena de reloj, de modo que se vieran a un tiempo ésta y los anillos de sus dedos: la sociedad se desquicia si pronto no se le busca el remedio.
Con el auxilio de esta luz, cuyo alcance no pasaba de la mesa, parecía distinguirse allá en lontananza, entre las sombras del fondo, dos grandes cuadros al óleo, un armario y un reloj de caja.
Las mujeres señalaban con un dedo los ventanales de colores, los rosetones de las portadas, los guerreros dorados del reloj de la puerta de la Feria, las tuberías de los órganos, y quedaban inmóviles, con la boca abierta, en estúpida contemplación.
Gabriel reconocía sus esculturas groseras como contemporáneas de la puerta del Reloj y de las primeras obras de la catedral.
Nadie se escapa sin pagar, pero ¡ay! hace tiempo que no celebro, tú me ves a mediodía, cuando se cierra la catedral, leyendo mis Horas apresuradamente por el claustro, pendiente del reloj para bajar así que abren de nuevo el templo y vienen los forasteros a ver el Tesoro.
La puerta del Reloj, llamada también de la Feria, con sus rudas esculturas de hierática rigidez y el tímpano cubierto de compactas escenas de la Creación, contrastaba con la puerta del otro extremo del crucero, la de los Leones, o, por otro nombre, de la Alegría, construida doscientos años después, risueña y majestuosa a la par como la entrada de un palacio y revelando ya las carnales audacias del Renacimiento, que pugnaba por aposentarse entre las rigideces de la arquitectura cristiana.
El reloj de la torre llamada el Miguelete señalaba poco más de las diez, y los huertanos juntábanse en corrillos o tomaban asiento en los bordes del tazón de la fuente que adorna la plaza, formando en torno al vaso una animada guirnalda de mantas azules y blancas, pañuelos rojos y amarillos o faldas de indiana de colores claros.
Arriba, la fachada de piedra lisa, amarillenta, carcomida, con un retablo de gastada es cultura, dos portadas vulgares, una fila de ventanas bajo el alero, santos berroqueños al nivel de los tejados, y como final, el campanil triangular con sus tres balconcillos, su reloj descolorido y descompuesto, rematado todo por la fina pirámide, a cuyo extremo, a guisa de veleta y posado sobre una esfera, gira pesadamente el pájaro fabuloso, el popular con su cola de abanico.
Arrimado a la torre, en su rollo grietado y leproso, el cascado reloj virreinal, con su esfera de mármol y sus agujas doradas, invisibles para quien las viese de lejos, porque las ocultaba el ramaje de soberbios ahuehuetes, a cuya sombra se refugiaban los lechuguinos que cada domingo, después de la misa de doce, se instalan allí para ver a las muchachas que salen de misa muy emperifolladas y de ataque.
Aguardé en la esquina próxima la hora señalada, y al sonar ésta en el reloj de la Parroquia me presenté en el despacho.
Nadie miraba el reloj del comedor, que seguía indiferente marcando el curso del tiempo.
Sacó su reloj, la hermosa pieza cincelada del siglo anterior, e interrumpiendo a la cantante dijo a doña Manuela:.
Y mostraba su reloj, una joya rococó, que con sus esmaltes mitológicos hacía pensar en las fiestas pastoriles de Versalles.
La torre del reloj, cuadrada, desnuda, monótona, partiendo el edificio en dos cuerpos, y éstos exhibiendo los ventanales con sus bordados pétreos, las portadas que rasgan el robusto paredón, con sus entradas de embudo, compuestas de atrevidos arcos ojivales, entre los que corretean en interminable procesión grotescas figurillas de hombres y animales en todas las posiciones estrambóticas que pudo discurrir la extraviada imaginación de los artistas medievales, en las esquinas, ángeles de pesada y luenga vestidura, diadema bizantina y alas de menudo plumaje, sustentando con visible esfuerzo los escudos de las barras de Aragón y las enroscadas cintas con apretados caracteres góticos de borrosas inscripciones, arriba, en el friso, bajo las gárgolas de espantosa fealdad que se tienden audazmente en el espacio con la muda risa del aquelarre, todos los reyes aragoneses en laureados medallones, con el casco de aletas sobre el perfil enérgico, feroz y barbudo, y rematando la robusta fábrica, en la que alternan los bloques ásperos con los escarolados y encajes del cincel, la apretada rúa de almenas cubiertas con la antigua corona real.
Frontero a la ventana, encima de una mesa, entre dos jarrones de porcelana, un reloj de cristal, una lira, con la esfera de cobre dorado y las cifras esmaltadas de azul, bajo roto fanal cuyas partes estaban cogidas con lañas de papel.
Cuando me levanté de la mecedora para cerrar el balcón, daban las doce en el reloj del escritorio.
Pablo ha de salir a las tres, son las doce y media, aun no he visto si la mesa está lista, y ya sabes que mi papá come a la una en punto, suena el reloj, y no bien acaba de dar la hora ya le tienes en el comedor, dando palmadas y pidiendo la sopa.
Ya es muy tarde: acaban de dar en el reloj de la sala las doce de la noche, y no puedo seguir escribiendo.
Sonaban en aquel momento las doce en el viejo reloj de la sala, y tía Pepa, que andaba en las piezas interiores, se presentó en la habitación.
Gruñó el reloj de pesas, y soltó el repique de sus campanas disonantes.
Entre un estante y la pared estaba otro reloj de pesas, en larga y estrecha caja de ébano, siempre andando, siempre arreglado.
La forma de aquel reloj recordaba las aficiones poéticas del jurisperito.
El reloj de la catedral dió las cuatro.

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