Ejemplos con productos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Las zonas cultivadas se encuentran dedicadas principalmente a los productos relacionados con la ganadería, abundando los prados y el maíz.
De este modo, y si atendemos a la etimología de los pueblos de la zona, cuyos nombres en la mayoría de los casos derivan de los productos propios que proporcionaban, en el nombre de Valdepiélagos encontramos la partícula piel, que añade un matiz histórico a la etimología del municipio a la vez que separa la parte final lagos, que nuevamente refiere a sus múltiples corrientes y acuíferos.
Esta industria empezó a caer cuando los productos de polipropileno empezaron a ganar popularidad frente a los productos del yute.
¡Lástima que muriesen sin decir palabra! Relataba la historia verídica de la caverna de Formentera, donde los normandos habían guardado los productos de sus piraterías en España e Italia: santos de oro, cálices, cadenas, joyas, piedras preciosas y monedas medidas a celemines.
Los Febrer habían sido durante siglos los intermediarios entre Oriente y Occidente, haciendo de Mallorca un depósito de productos exóticos, que luego desparramaban sus naves por España, Francia y Holanda.
Había nacido el industrialismo, y las fábricas del interior lanzaban por el ferrocarril, recientemente instalado, un oleaje de productos que las flotas iban transportando a todos los puebles del Mediterráneo.
¡Lástima que no estuviesen allí también todos los que se habían quedado en las universidades alemanas, sabios de indiscutible habilidad en su mayor parte para desmarcar los productos intelectuales, cambiando la terminología de las cosas! Estos hombres de barba fluvial y antiparras de oro, pacíficos conejos del laboratorio y de la cátedra, habían preparado la guerra presente con sus sofismas y su orgullo.
Después de la crisis de los primeros momentos, las necesidades de los beligerantes arrebataban los productos de sus estancias.
La escasez de comida la compensaban con los productos de una tierra rica en vinos.
Y todos estos errores representaban fortunas considerables: cada panacea salvadora daba lugar a la constitución de una sociedad industrial, vendiéndose los productos a grandes precios, como si el dolor fuese un privilegio de los ricos.
Experto en la administración de estos bienes enormes, sabía que un reparto entre los herederos iba a duplicar los gastos sin aumentar los productos.
La doctora le había dicho muchas veces que Alemania no conocería nunca el hambre, gracias a su organización, y que podía resistirse años y años con el consumo de sus propios productos.
Próximos a estos caprichos galantes y afeminados, los raros productos del arte asiático proyectaban sus siluetas extrañas y deformes, semejantes a ídolos de un bárbaro culto, por los panzudos tibores, cubiertos de una vegetación de hojas amarillas y flores moradas o color de fuego, cruzaban bandadas de pajarracos estrafalarios, o serpenteaban monstruosos reptiles, del fondo obscuro de los vasos tabicados surgían escenas fantásticas, ríos verdes corriendo sobre un lecho de ocre, kioscos de laca purpúrea con campanillas de oro, mandarines de hopalanda recta y charra, bigotes lacios y péndulos, ojos oblicuos y cabeza de calabacín.
Sus productos recorren el globo, mal traducidos, peor arreglados, pero con segura venta y número de ediciones incalculable.
Los productos de aguja de las isleñas canarias mezclábanse con la pacotilla chillona venida de Asia.
Conocía cada industria que iba a ejercitar como el más competente maestro, encargaba los aparatos a Inglaterra, los montaba y los hacía funcionar felizmente, obteniendo productos muy aceptables.
¿Quién que ve un vaso roto, o un edificio en ruina, o una palma caída, no piensa en las viudas? A don Manuel no le habían bastado las fuerzas, y en tierra extraña esto había sido mucho, más que para ir cubriendo decorosamente con los productos de su trabajo las necesidades domésticas.
Utilizando los descubrimientos de la ciencia, había multiplicado los productos, y disminuido su valor, poniéndolos así al alcance de la mayoría, y facilitando su bienestar.
El capital al servicio de la industria había civilizado territorios salvajes, había destruido fronteras históricas, estableciendo mercados en todo el globo: él era quien surcaba las tierras vírgenes con los rails de los ferrocarriles, quien removía los mares para tender los cables telegráficos, quien ponía en comunicación los productos de uno y otro hemisferio, venciendo los rigores de la naturaleza y evitando las grandes hambres que habían hecho rugir a la humanidad en otros siglos.
¡El aumento de unos reales en el jornal! Remedios del momento, cataplasmas que de nada sirven al enfermo, pues al poco tiempo se restablece el fatal equilibrio, aumentándose el precio de los productos, y el trabajador, con más dinero en la mano, se ve tan necesitado como antes.
Sus productos debían repartirse entre todos, con arreglo a sus necesidades.
La Iglesia, compenetrada con el pueblo, vive en paz con las otras religiones del país, una burguesía inteligente crea en el interior poderosas industrias y arma en las costas la primera marina de la época, y los productos españoles son los más apreciados en todos los puertos de Europa.
El obrero de las fábricas, convertido por un progreso desviado y fatal en esclavo de la máquina, vive junto a ella como una rueda más, como un resorte de carne, luchando su cansancio físico con la musculatura de hierro que no se fatiga, embrutecido diariamente por la cadencia ensordecedora de los pistones y las ruedas, para darnos los innumerables productos de la industria que resultan indispensables en la vida de la civilización.
Doña Manuela continuaba haciendo sus compras, deteniéndose ante los productos raros y extraños para la estación que puede ofrecer una huerta fecunda, cuyas entrañas jamás descansan y que el clima convierte en invernadero.
En lechos de hojas estaban alineados y colocados con cierto arte los pimientos y tomates, con sus rubicundeces falsas de productos casi artificiales, los guisantes en sus verdes fundas, todo apetitoso y exótico, pero tan caro, que al oír sus precios retrocedían con asombro los buenos burgueses que por espíritu de economía iban al Mercado con la espuerta bajo la raída capa.
Bien sabía lo que costaban esos productos de la confitería rústica.
Pueblo por excelencia agrícola, mira cultivados sus campos como hace cien años, rinde los mismos productos, cosecha los mismos frutos.
¡Si todo era un embuste, si aquel hombre estaba loco! Era autor de novelas de brocha gorda y no pudiendo ya escribirlas para el público, intentaba llevar a la vida real los productos de su imaginación llena de tuberculosis.
El café es como una gran feria en la cual se cambian infinitos productos del pensamiento humano.

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