Ejemplos con piedad

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

¡Y cuidado si los españoles de muchachos gozamos cuando nos es dado trabar amistad con algún asno, burro o pollino de los innumerables que en nuestra tierra hay y que llevan sobre sus lomos tantas cargas y son el consuelo y alivio de los pobres! Borriquitos de España, que con vuestro pasito corto andáis y reandáis nuestros caminos polvorientos y abrasados trayendo el agua de la fuente, llevando la ropa al río, la retama al horno, la comida a los segadores y a los mozos de las eras, cabalgadura sumisa de viejos, niños y mujeres, que aguantas ancas, hambre y malos tratos, sobre la que viajan cantando o durmiendo arrieros, gitanos y campesinos: borriquitos de España, alegres y trágicos, bien merecéis que os paguemos el bien que os debemos y el mal que os hacemos con un poco de amor y de piedad.
No le ha bastado a usted martirizar sin piedad a su marido.
Y tú, hermana míaprosiguió, tomando en sus manos el joyel con el retrato y mirándolo con el rostro descompuesto por la piedad y la amargura, ¿dónde estás, en qué oscura mazmorra te encerré, a ciegas, que no doy con la entrada, aunque sangran mis pies de tanto caminar y mis manos de tanto tropezar a tientas?.
¿Está usté loco, señor? ¡Ay, Dios mío, ten piedad de mí!.
Acuérdate de la lira de VIRGILIO, que cantó nuestras glorias y moduló las quejas del amor desgraciado, sus dulcísimos y melancólicos versos conmueven el alma: él alabó la piedad, encarnada en el hijo de ANCHISES: sus combates no son menos bellos que los que se efectuaron a los pies de los muros troyanos, ENEAS es más grande y piadoso que el iracundo AQUILES: en fin, en mi sentir, VIRGILIO es muy superior al poeta de Chío.
Y si bien es verdad que el cantor de Ilión, en sus sonoros versos, abrió el primero el templo de las musas, y celebró el heroísmo de los hombres y la sabiduría de los inmortales, que el cisne de Mantua consalzó la piedad del que libró a los dioses del incendio de su patria y renunció a las delicias de VENUS, por seguir tu voluntad, tú, el más grande de los dioses todos, y que los más delicados sentimientos brotaron de su lira, y su melancólico estro transporta a la mente a otras regiones, también no es menos cierto que ni uno ni otro mejoró las costumbres de su siglo, cual hizo CERVANTES.
La piedad suntuosa y opulenta la había disfrazado con sus tesoros.
La piedad de otros siglos, crédula y grosera, aparecía tan absurda al mostrarse en pleno siglo de descreimiento, que el mismo don Antolín, tan intransigente hablando de las glorias de su catedral, bajaba la voz y apresuraba la relación al señalar el pedazo de manto de santa Leocadia cuando se apareció al arzobispo de Toledo, comprendiendo lo difícil que era explicar de qué tela se vestían las apariciones.
Linilla, ¡perdóname, perdóname! ¡He faltado a mis promesas! Te he olvidado un instante, ¡pero un instante nada más! ¡Por piedad! ¡No me niegues tu cariño! ¡Mira que sólo vivo para tí, para tí, Linilla mía!.
Y pensando esto, su mirada iba instintivamente hacia el mármol de una consola, donde antes se exhibían unos magníficos candeleros de plata guardados ahora en el Monte de Piedad, y miraba igualmente los cromos baratos que adornaban las paredes del salón, sustituyendo a dos grandes cuadros heredados de su padre, obra de Juan de Juanes, por los cuales le habían dado lo preciso para vivir durante un mes.
Y todos estos carromatos, legados de la piedad jocosa de pasadas generaciones, eran admirados por el gentío, que, con un entusiasmo puramente meridional, se regocijaba pensando en la fiesta de la tarde, cuando las muías empenachadas se emparejasen en la aguda lanza y los carromatos conmoviesen las calles con sordo rodar, exuberantes las plataformas de arremangados mocetones disparando una lluvia de confites sobre el gentío.
De aquí ¡al cielo, si Dios Nuestro Señor tiene piedad de este pobre pecador!.
¿Qué come mañana? Tiene hijos, esposa Y fiado en esto le ultraja y atropella sin piedad.
Desencajadas las facciones, pálido el rostro, amoratadas las sienes, afilada la nariz, los ojos mortecinos, los labios entreabiertos por la agonía, me pareció que dirigía a los mamotretos echados en olvido, dolorosa mirada de extraña compasiva piedad.
Verdugo diligente e implacable, dispuesto a vengar en las manos infantiles el menor desmán, cualquiera osadía contra los poetas del siglo de Augusto, don Román no se andaba con chicas, ni tenía piedad, quien la hacía la pagaba, así fuera el hijo del alcalde.
En su mirada se transparentan la mansedumbre y la benevolencia, es en ellos ingente la piedad, y al par de ésta sobresale la resignación.
¡Oyeme, por piedad! No quiero decirlo pero el corazón me grita: ¡Habla! ¡Habla!.
Tanta piedad podía llegar a ser una desgracia para él, porque si Fortunata se entusiasmaba mucho con la religión y se volvía santa de veras, y no quería más cuentas con el mundo, sino quedarse allí encerradita adorando la custodia durante todo el resto de sus días ¡Oh!, esta idea sofocó tanto al pobre redentor, que se puso rojo.
Nunca había sido Maximiliano muy dado a lo religioso, pero en aquel instante le entraron de sopetón en el espíritu unos ardores de piedad tan singulares, unas ganas de tomarse confianzas con Cristo o con la Santísima Trinidad, y aun con tal o cual santo, que no sabía lo que le pasaba.
Más de una vez aguardó en la calle a un acreedor, con acecho de asesino apostado, para insultarle sin piedad delante de la gente que pasaba.
Jacinta le sentó sobre sus rodillas y trató de ahogar su desconsuelo, estimulando en su alma la piedad y el cariño que el desvalido niño le inspiraba.
Y yo digo que es menester acantonar a Madriz, pegarte fuego a las Cortes, al Palacio Real, y a lo judíos ministerios, al Monte de Piedad, al cuartel de la Guardia Cevil y al Dipósito de las Aguas, y luego hacer un racimo de horca con Castelar, Pi, Figueras, Martos, Bicerra y los demás, por moderaos, por moderaos.
Aquel desconocido y misterioso, aquella hechura de su marido, sin que fuese, como debía, hechura suya también, era la verdadera culebra que se enroscaba en su interior ¿Pero qué culpa tiene el pobre niño? pensó después transformándose por la piedad.
Empezó a ver la inmensa desproporción que había entre la grandeza de su piedad y la pequeñez del objeto a que la consagraba.
De allí, sí, de allí venían aquellos lamentos que trastornaban el alma de la Delfina, produciéndole un dolor, una efusión de piedad que a nada pueden compararse.
Jacinta tuvo la piedad de evitarle las últimas palabras de la oración, diciéndolas ella.
¡Pobrecitos de nosotros! Ten piedad, hombre, y deja vivir a estas infelices criaturas.
¿Por qué? Porque saben qué clase de gente sois, porque tienen noticia de vuestra piedad ardiente y de vuestro valor.
Su demudado rostro indicaba que aquella alma, consagrada a la piedad y a los estudios latinos, no estaba tan tranquila como de ordinario.
En España, y principalmente en tiempo de guerras, que son siempre aquí desmoralizadoras, suelen verse esas condescendencias infames con los grandes, mientras se persigue sin piedad a los pequeñuelos.

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