Ejemplos con perfume

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Vivía saturada del olor del incienso y respiraba el perfume especial de moho y hierro viejo de las catedrales, sin más horizonte que las ojivas de enfrente o el campanario, que aplastaba con su mole un pedazo del cielo que se veía desde el claustro alto.
Sería, entre las estatuas vivientes que poblaban el claustro alto, un autómata más, imitaría a aquellas criaturas que tenían en su ser algo de la aspereza de la piedra berroqueña de los contrafuertes, aspiraría como un bálsamo de tranquilidad la herrumbre de las rejas, que esparcían por el templo el perfume vetusto de los siglos.
El clérigo estaba tan impregnado del ambiente de la catedral, que en su cuerpo parecían resumirse todos los olores del templo: su sotana tenía el perfume mohoso de la piedra vieja y las rejas herrumbrosas, por su boca parecían respirar los canalones y las gárgolas la rancia humedad de los desvanes.
Acompañaba a su sobrina gran parte de la mañana arrullado por el tictac de la máquina, que le producía una dulce somnolencia, viendo cómo la tela pasaba bajo la aguja a pequeños saltos, esparciendo ese perfume químico de los tejidos nuevos.
Quiso conocer el misterioso perfume de aquella ciencia odiada que perturbaba a los sacerdotes de Dios y les hacía renegar indirectamente de las creencias de diecinueve siglos.
Después todo el centro de la calle libre, flanqueado por dos filas de clérigos y militares con cirios, los diáconos con incensarios, asistidos por los ángeles rococós que llevaban las navetas del asiático perfume, y los canónigos con sus capas históricas de gran valor.
Sus trigos, altos y verdes, formaban como un lago de inquietas ondas al bordo del camino, la alfalfa mostrábase lozana, con un perfume que hizo dilatarse las narices del caballo.
Doblegábanse los nispereros con el peso de los amarillos racimos cubiertos de barnizadas hojas, asomaban los albaricoques entre el follaje como rosadas mejillas de niño, registraban los muchachos con impaciencia las corpulentas higueras, buscando codiciosos las brevas primerizas, y en los jardines, por encima de las tapias, exhalaban los jazmines su fragancia azucarada, y las magnolias, como incensarios de marfil, esparcían su perfume en el ambiente ardoroso impregnado de olor de mies.
Esta habitación obscura y húmeda exhalaba un vaho de alcohol, un perfume de mosto, que embriagaba el olfato y turbaba la vista, haciendo pensar que la tierra entera iba a quedar cubierta por una inundación de vino.
Toda esta gente, comiendo, bebiendo y gesticulando, levantaba el mismo rumor que si la plazoleta estuviese ocupada por un avispero enorme, y en el ambiente flotaban vapores de alcohol, un vaho asfixiante de aceite frito y el penetrante olor del mosto, mezclándose con el perfume de los campos vecinos.
El viento inundaba la habitación con los mil aromas del jardín, y el amor derramaba en mi alma el perfume embriagante de los años juveniles.
Ligeritas de ropa a pesar de la estación, revoloteaban alegremente por su cuarto, que ofrecía el desorden del despertar, en torno de las dos camitas de inmaculada blancura, que en sus arrugadas sábanas guardaban el calor de los cuerpos jóvenes y ese perfume de salud y de vida que exhalan las carnes sanas y virginales.
Además, la vista de su familia parecía traerle algo de los esplendores de la fiesta, el perfume de las mujeres, los ecos de la orquesta, el voluptuoso desmayo de las amarteladas parejas, el ambiente del salón, caldeado por mil luces, y el apasionamiento de los diálogos.
Y después de aspirar ese perfume fantástico de un mundo desconocido que su familia parecía traerle entre los pliegues de sus ropas, el pobre muchacho volvía a la cama, para dormir tres horas más y emprender después el camino de la tienda, mientras la mamá y los hermanos roncaban su primer sueño con la fatiga propia de las noches de baile.
Estaba segurísimo de ello, y si no, ¿cómo era que todas las primaveras las había pasado sin percibir siquiera aquel perfume de azahar que exhalaban los paseos y ahora le enloquecía, enardeciendo su sangre y arrojando su pensamiento en la vaguedad de un oleaje de perfumes? No era menos cierto que hasta entonces había estado sordo.
Recortaban cruelmente sus tiernos rabos mientras hablaban con los compradores, o aprisionaban sus finos tallos con el hilo, sin que les enterneciera el perfume que en son de protesta les arrojaban al rostro.
¡Oh, qué bien se sentía caminando junto a la mujer amada, rozándola el codo a la menor disigualdad del terreno, aspirando el perfume indefinible de Tónica, distinto de todas las esencias de este mundo! Olvidábase de todo, de su familia, de su porvenir, de la pobre Micaela, que iba a sus espaldas rumiando altramuces, y su atención reconcentrábase en los ojos negros, que a cada momento reproducían un rincón del paisaje, en la blanca y sana dentadura, tan hermosa, tan brillante, que al reír parecía iluminar la morena cara de la joven.
Caía de los balcones una lluvia de pétalos de rosa, volaba el talco como nube de vidrio molido, estallaban luces de colores en todas las esquinas, y entre el perfume del incienso, el agudo reclamo de las cornetas, la grave lamentación de la música, la melancólica salmodia de los sacerdotes y el infantil balbuceo de las campanillas de plata, avanzaba el palio abrumado por la lluvia de flores, iluminado por el resplandor de incendio de las bengalas, y el sol de oro, mostrándose en medio de tal aparato, enloquecía a la muchedumbre levantina, pronta siempre a entusiasmarse por todo lo que deslumbra, e inconscientemente, lanzando un rugido de asombro, empujábanse unos a otros, como si quisieran coger con sus manos el áureo y sagrado astro, y los soldados que guardaban el palio tenían que empujar rudamente con sus culatas para conservar libre el paso.
La viuda, siempre sonriente, se asombraba de sus frases de doble sentido, de los guiños picarescos con que acompañaba sus palabras, y hasta le parecía ¡oh poder de la ilusión! que había en su persona un perfume extraño que comenzaba a crispar los nervios de doña Manuela, algo del ambiente de aquella mala piel de la calle del Puerto, que el protector se había traído sin duda a su hogar honrado.
Andábase con dificultad, temiendo meter el pie en las esteras de esparto redondas y de altos bordes, en las cuales amontonábanse, formando pirámide, las lustrosas castañas de color de chocolate y las avellanas, que exhalaban el acre perfume de los bosques.
Un intenso perfume de heliotropo y violeta salía de allí, perdiéndose en la pesada atmósfera de la plaza.
Sentíase impregnado del indefinible perfume de la joven, y andaba con timidez, como si se hubiese adherido a su exterior algo precioso y frágil que podía desprenderse al acelerar su marcha.
Hízose fiscalizadora, reparona, entrometida, y unas veces con dulzura, otras con aspereza que le costaba trabajo fingir, tomaba razón de todos los actos del joven, tundiéndole a preguntas: ¿A dónde vas con ese cuerpo? ¿De dónde vienes ahora? ¿Por qué entraste anoche a las tres de la mañana? ¿En qué has gastado los mil reales que ayer te di? A ver, ¿qué significa este perfume que se te ha pegado a la cara?.
Difícil era borrar la grata impresión y el éxito del perfume.
Las señoras entraban y salían, dejando en el ambiente de la casa un perfume mundano que algunas narices de reclusas aspiraban con avidez.
En la desgracia se aprende Muchas veces me callo por no escandalizar, pero por dentro siento algo que me está rallando así, así muele que te muele ¡Pues tengo yo un olfato! Cuando estás faltoncito, si no lo conociera por otras cosas, lo conocería por el perfume que traes algunas veces en la ropa Otro dato: Una noche traías en el pañuelo de seda del cuello, ¿qué crees?, pues un cabello negro, grande.

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