Ejemplos con pedestal

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Esas mesas son a veces llamados camiones, a la izquierda pedestal escritorios, remolques o derecho pedestal escritorios dependiendo de la posición de la individual doble-super-amasing-impresionante-indestructable-gagizmogabobuvich pedestal.
La mayoría de las veces no se trata de una mesa de pedestal, con sólo uno de los dos pedestales y cerca de dos tercios de la superficie escritorio.
Por lo general, el término designa a una pequeña pieza de goma que se parece a una rueda pedestal desk o escritorio construido para uso de un adolescente o de un pre-adolescente en su habitación en casa.
El retablo actual consta de un pedestal con cuatro repisas de planta talladas con buen arte.
El grupo consta de una imagen en bronce de Alonso Berruguete en pie y con la cabeza agachada como si estuviera imaginando apoyada sobre un pequeño pedestal unido a un montículo de piedra blanca, es precisamente su quimera la que aparece representada justo detrás en el empinado montículo del que salen fragmentos de sus obras más representativas.
Para conmemorar el primer centenario de la independencia se inauguran la plaza, el banco de nivel de Monterrey: un pedestal para le dicte dos de piedra de Durango, modulada que se corona con una esfera que saquea de mármol blanco y una fecha que la traviesa apuntando el polo astronómico que la dirección del meridiano que pasa por Monterrey.
Un túmulo sencillo y decente como fue su vida ocupaba el fondo del templo, las columnas y el pavimento estaban enlutados y cubierto éste de blandones y hacheros, encima del túmulo se hallaba colocado un sepulcro y en su pedestal se leía esta inscripción: Al Dios de los Ejércitos, aquí yace don José de Antepara, condecorado con la Medalla de los Libertadores de su Patria.
El monumento descansa sobre un imponente pedestal y está rodeado de una plaza que se diseñó para ser la más hermosa del Perú y, por qué no, de América.
Los tableros del norte y del sur del pedestal representan La aprehensión de Cuauhtémoc, de Noreña, y El tormento de Cuauhtémoc, de Gabriel Guerra.
En la parte inferior aparece un banco realizado en piedra y sobre él una cruz de madera pintada sobre un pequeño pedestal.
Dos columnas con basa sobre pedestal, de fuste estriado y capitel toscano, enmarcan el vano.
Yo suelo embriagarme con el sueño del día en que las cosas reales harán pensar que la Cordillera que se yergue sobre el suelo de América ha sido tallada para ser el pedestal definitivo de esta estatua, para ser el ara inmutable de su veneración.
Un pueblo de locos quiere colocar la violencia sobre el pedestal que los demás han elevado al Derecho.
Vió Ferragut en su imaginación las melenas blancas de Michelet y el tupé romántico de Lamartine sobre un doble pedestal de volúmenes que contenían la historia-poema de la Revolución.
Era el extenso banco llamado de la Aventura, hinchazón volcánica, doble isla anegada, pedestal submarino de Sicilia.
La más joven expresaba en inglés su admiración por unas rosas que balanceaban su púrpura en torno del pedestal de un viejo fauno.
La primavera se había presentado para ella bajo malísimos auspicios, los conciertos de Cuaresma y los últimos bailes de Pascua, de los cuales no quiso perder uno, le costaron palpitaciones todas las noches, cansancio inexplicable en las piernas, perversiones extrañas del apetito: derivaba la anemia hacia la neurosis, y Pilar masticaba, a hurtadillas, raspaduras del pedestal de las estatuitas de barro que adornaban sus rinconeras y tocador.
No es maravilla que el dignísimo profesor de primeras letras, poseído de legítimo orgullo, exclamase al final de su artículo: ¡Bajen, pues, del pedestal en que la ignorancia de los hombres los ha colocado esos colosos, portaestandartes de una falsa ciencia: Kepler, Newton, Laplace, Galileo.
Yo vengo aquí a recordar sus doctrinas, su bello y magnífico ideal: la República con todos y para el bien de todos, la República de ojos abiertos y sin secretos, la República equitativa y trabajadora, ancha y generosa, altar de sus hijos y no pedestal de ellos, la República cuya primera Ley fuera el amor y el respeto mutuo de todos los derechos del hombre, la República culta, con los libros de aprender al lado de la mesa de ganar el pan, la República con su templo orlado de héroes, la República sin camarillas, sin misterios y sin calumnias, ¡la República! y no la mayordomía espantada o la hacienda lúgubre de privilegios y monopolios irritantes, la República justa y real en donde fuera un hecho el reconocimiento y la práctica de las libertades verdaderas.
Porque no era necesario para ello llegar hasta el sacrilegio, que tanto la había aterrado siempre y la seguía aterrando, dispuesta estaba ella a lo que creía únicamente necesario para confesarse bien: acusarse de todos sus pecados y enumerar todos sus extravíos ¿Qué le importaba a ella que el padre Cifuentes supiese lo que hasta en los mismos periódicos se había publicado y había leído ella sin sonrojarse? ¡Si hubiera algún sacrificio que hacer, si hubiera algo que cortar, sería entonces otra cosa, pero la muerte, el puñal de un asesino, se había encargado de sacrificar, se había encargado de romper, y ya no le quedaba a ella nada, nada, sino aquella herida en el corazón y aquel despecho en el alma! Y ante aquellas dos ideas que la exasperaban, Jacobo muerto y ella caída de su pedestal, sentía hervir su sangre de dolor y de ira, y parecíale lo primero el crimen más nefando que se había cometido en el universo, y juzgaba lo segundo el acto de tiranía más atroz que pudiera atribuirse a Nerón, a Tiberio o a Busiris.
En mitad del prado levantábase sobre un pedestal, resguardado por una verja, la estatua de san Ignacio de Loyola, hijo y patrono de Guipúzcoa, alzando la mano como para bendecir aquella comarca en que se meció su cuna y en que parece proyectarse aún la sombra benéfica de su figura gigantesca.
A solas ya en su estudio, cuando abrió la destrozada funda, quedóse ella misma admirada: era aquello una preciosidad artística de valor inmenso, un marco de plata cincelada, obra admirable de orfebrería del siglo XVI, que ostentaba cual noble ejecutoria, esculpido en el pedestal de una de sus mil bellas figurillas, el nombre ilustre de Enrique de Arfe, autor de la custodia de Córdoba y de la llamada Cruz antigua.
Al día siguiente, la historia de la cadina correría por París entero, justificando gloriosamente su fuga de Constantinopla, y rodeándole a él de la aureola de lo novelesco, de lo absurdo, de lo imposible, pedestal el más alto sobre que suele colocar sus ídolos de un día el público de papanatas ilustres, que anda a caza de novedades y cuentos.
La oportunidad es en todas las cosas precursora del éxito, y el llegar a tiempo ha levantado no pocas veces el pedestal de muchas celebridades y ceñido los laureles a infinitos héroes.
que había llorado sobre el rosado papel lágrimas de agua de Colonia, que había, en fin, creído, al empuñar la pluma en sus manos lavadas con , tremolar una bandera con un palo de sombrilla por asta y un encaje de Bruselas por lienzo ¡Oooh! Cuando Pedro López posó su turbada planta en el palacio de los marqueses, cuando vio profanadas por groseros pies de sicarios de un poder bastardo y despótico aquellas mullidas alfombras que tantas veces habían hollado en rítmicos movimientos del baile las bellezas más valiosas de la corte, angustia mortal oprimió su corazón, nube de sangre cegó sus ojos, y una palmada de su propia mano vino a herir su frente sin que¡pásmese el lector!notase Pedro López que sonaba a hueco Sonóle a un ¡ay! fatídico, a voz triste, lejana, misteriosa, crepuscular, que murmuraba a lo lejos: ¡El primer paso! ¡El primer paso dado hacia el noventa y tres el primer paso dado hacia el Terror! ¡Oooh! Allí había visto Pedro López sumida en el más profundo desconsuelo, y vistiendo elegante , con falda , de fular de seda y encajes crema a la bella condesa de Albornoz, ideal como la Ofelia de Shakespeare a orillas del lago, digna como la María Stuard de Schiller en el castillo de Fotheringhay, sublime como la princesa Isabel, la hermana de Luis XVI, que llamó la posteridad el ¡Aaaah! Allí había visto Pedro López y estrechado su mano al hidalgo caballero, al pundonoroso marqués de Villamelón, postrado en el lecho del dolor, cual león enfermo, derramando lágrimas de varonil despecho por no poder desenvainar, en defensa de su noble hogar allanado, la gloriosa espada de cien ilustres progenitores ¡Oooh! Y en torno de aquellas dos nobles figuras realzadas aquel día por el infortunio, elevadas por ruin despotismo de un gobierno sobre el gloriosísimo pedestal de la picota de sus iras, Pedro López había visto agruparse, más hermosas mientras más doloridas, y tan elegantes en su sencillo negligé, de mañana como en sus soberbias de otras ocasiones, a las bellísimas duquesas de A.
Era un desfile brillante de autoridades y uniformes, que admiraba a los papanatas, grupos de chicuelos y mujeres se agolpaban ante los Eccehomos que se exhibían en las calles sobre un pedestal: imágenes manchadas con brochazos de sangriento bermellón, la corona de espinas sobre las lacias y polvorientas melenas que agitaba el viento, una caña entre las manos y a los pies una bandeja con céntimos y un viejo pedigüeño.
¿A qué conduce eso? ¿Qué ventajas trae? ¿Por qué aumentar una piedra al pedestal sobre que ha de colocarse un individuo, a quien mañana quizás convenga no ver tan elevado? En las épocas en que reina el vulgo, la humanidad se parece a los líquidos por su fluida tendencia al nivel constante.
Su persona bien podía pasar por un hermoso y acabado símbolo, y si fuera estatua, el escultor habría grabado en el pedestal estas palabras:

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