Ejemplos con parricida

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

El libro puede leerse en dos niveles: en el más superficial se encuentra la historia de un parricida con el que todos los hijos del hombre asesinado comparten diversos niveles de complicidad, pero en un nivel más profundo se encuentra el drama espiritual de un conflicto moral que involucra: fe, duda, racionalismo y libre albedrío.
Los Questores del parricidio fueron funcionarios públicos de Roma establecidos para hacer pesquisas sobre todos los crímenes capitales, no eran jueces, como han pretendido Godefroy y algunos autores modernos, y por lo mismo la ley que los instituía no decía qui judi cent sino qui quserant, con respecto a la palabra parricidio de que se sirve la ley, no debe entenderse solamente de los que habían matado a sus padres, sino también de los que habían asesinado cualquiera otra persona, pues, según observa Pricíano, la palabra parricidium no procede tanto de a parente como de a parí, de suerte que este término se aplicaba a toda clase de homicidios, vemos confirmado todo esto en una ley de Numa Pompilio concebida en los siguientes términos: si quis hominem líberum sciens morti duit parricida estod, todo lo cual prueba que la palabra parricidium se entendía de todos los asesinatos que se cometían en la persona de cualquiera hombre con tal que fuese libre, se llamaron además questores parricidas para distinguirse de los questores que recogían las contribuciones públicas y que por esta razón se llamaban quæstores ærarii, los questores del parricidio fueron instituidos por la ley de las Doce Tablas, antes, siempre que s trataba de decidir sobre algún asunto capital, se nombraba un oficial, que por esta vez solamente debía hacer las informaciones, este oficial era generalmente uno de los cónsules en ejercicio.
Muchos se sonrieron ante el ingenio de este parricida jugador de ajedrez.
El Código Alfonsino considera parricida aún a la mujer que mata a su marido.
Por un tris hace la chica con su consorte lo que dispone la ley de Partida que se haga con el parricida.
De la primera cuadra vino, andando como los borrachos, una de las seras de carbón, que pronto tomó figura humana, y todas las apariencias personales del Parricida.
-Si fuera una novela patibularia, incendiaria, foragida, parricida o adulterina, poniéndole algunas láminas al cromo y portadas alegóricas a diez tintas, tal pudiera haber en ella de horrores, que se la compraran a usted, a pesar de su poco nombre.
Déjame ser cruel, pero no parricida.
¡Muere, miserable parricida, muere como los animales feroces, mientras te recuerdan esas bóvedas las puñaladas que diste al fiero autor de tus días! ¡Que su sombra y la de tantas víctimas, dignas de mejor suerte, inmoladas a tu ambición y a tus placeres, se agiten ahora en derredor de ti, y te presenten frenéticas las hondas heridas que les abriste! ¡Que la sangre que vertieron a raudales, enrojezca tus labios y tus ojos, y te eche en cara en los últimos momentos tus atrocidades y violencias! ¡Ay, aún así será muy suave la venganza de la humanidad, y nunca llegará tamaño castigo al menos atroz, o monstruo, de todos tus delitos!.
Sí, detestable parricida: ¡acuérdate también del fiero autor de tus días, de su lastimosa muerte, de la sala tenebrosa donde comió la ver postrera teñida en su propia sangre alevosamente derramada por la mano pérfida de su hijo!.
-No: todo eso dicho con esas palabras, con discreción y cariño, ya lo sé, con toda la hipocresía imaginable: pero palpitando en el fondo la misma ingratitud del corazón, la misma podredumbre del alma, la misma crueldad parricida, el mismo repugnante y monstruoso egoísmo, ¡que sólo con haberlo dicho, aun sin pensar hacerlo, se me van las manos a la garganta para que lo vuelva a blasfemar!.
, pero no estoy solo en el mundo, ¿y mi familia?, ¿y mi hija?, ¿y la hija de mi alma? ¡Si sabe que voy a ese duelo se muere! ¡Y yo por nada en este mundo, ni por la honra, me resigno a ser parricida!.
Parricida en el príncipe don Carlos, fratricida en don Juan de Austria, ¿qué podía esperarse que hiciese con sus sobrinas?.
En vano las cariñosas vecinas la consolaban indicándole la esperanza remota de que el inicuo parricida se arrepintiese, se enmendase, o, como decían ellas, «se volviese de mejor idea».
¡Ay de mí una y otra vez! ¿Adónde me empujas, padre, a hacerme asesino tuyo y parricida, ¡oh padre!?.
¡Ah malvado! ¿Te atreves a mentar siquiera a esa madre parricida donde yo lo pueda oír?.
La obra parricida de los que esclavizaron el país ha herido la carne de la patria en lo más íntimo, vital y sagrado: en el sexo.
-¡Ojalá que no me viera a mí! -repuso el anciano, meneando la cabeza-, ¡ojalá que ni sus ojos ni los míos penetrasen en las tinieblas de mi conciencia! ¡Hija mía!, ¡hija de mi dolor! ¿Y soy yo el que te he entregado a ti, ángel de luz, en los brazos de un malvado? Sí, tú puedes estar serena, porque tu sacrificio te ensalzará a tus ojos y te dará fuerzas para todo, pero yo, miserable de mí, ¿con qué me consolaré? Yo, parricida de mi única hija, ¿cómo encontraré perdón en el tribunal del Altísimo?.
Después, la traviesa mujer se pasó al otro lado, junto al criminal parricida, y con mucho secreto le iba diciendo estas palabras:.
Mucho después de esto, cuando ya el Parricida y consortes dormían con estúpido sueño, pesada sedación de su barbarie, Nazarín se echó donde antes había estado el Sacrílego.
«Es una broma, guardias -dijo el Parricida-.
El Parricida, mordiéndose los labios, masticaba palabras soeces y amenazadoras.
«Déjenmele -gritaba el Parricida-, y le arranco de un bocado el corazón».
-Cállate, fulastre, que no tienes alma más que para ofender a tus amigos -le dijo el Parricida-, y siempre tiras a lo santurrón.
«Pues por el perdón, toma -le dijo otra vez el Parricida, pegándole, aunque menos fuerte.
Oyéronse otra vez los soeces insultos, y uno de los bribones, el que hemos convenido en llamar el Parricida, que era el más bravucón o insolente de todos, se levantó del suelo, y como si orgulloso quisiera sobrepujar con su barbarie la barbarie de los otros bandidos, se llegó a Nazarín, que continuaba en pie, y le dijo: «Yo soy mesmamente el obispo de pateta, y te voy a confirmar.
Rómulo, en primer lugar, haciendo robar ochocientas o pocas menos, no las tomó todas para sí, sino solamente a Hersilia, según se dice, y las demás las distribuyó a los principales ciudadanos, además de esto, tratando después con estimación y amor e igualdad a las mujeres, hizo ver que aquella primera violencia e injuria se había convertido en una acción honesta y en un medio muy político de unión: ¡tan íntimamente enlazó y estrechó a las dos naciones entre sí, y tan bello origen dio de benevolencia y poder a la república! Pues de la reverencia, amor y consistencia que imprimió a los matrimonios, el tiempo mismo es testigo, porque en cerca de doscientos treinta años no hubo hombre que se resolviese a apartarse de la compañía de su mujer, ni mujer de la de su marido, y así como los más eruditos de los Griegos llevan la cuenta de quién fue el primer parricida y el primer matricida, de la misma manera no hay Romano que no sepa que fue Carbilio Espurio el primero que repudió a su mujer por causa de esterilidad.
Fue, también cosa suya no haber señalado pena contra los parricidas, y haber llamado parricidio a todo homicidio, como que éste era factible, pero imposible aquel, y por muy largo tiempo pareció que con sobrada razón se tuvo por desconocida semejante maldad, porque nadie hubo en Roma que la cometiese en cerca de seiscientos años, siendo el primero de quien se cuenta haber sido parricida, ya después de la guerra de Aníbal, Lucio Hostio, mas baste de estas cosas.
-Vázquez Varela fue popular entre los ñáñigos cuando se le tuvo por parricida.
No se ha abolido la pena de muerte, pero es como si se hubiese abolido, porque el presidente de la República, el Gobierno y los partidos que lo sostienen son refractarios a la aplicación de dicha pena, que hace años no se aplica en París, ni siquiera a monstruos como el parricida Briere.

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