Ejemplos con oropeles

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Se bailaba delante de los nacimientos, golpeando el suelo y marcando la cadencia con una especie de árbol artificial adornado de oropeles y papelitos de colores, que cada uno llevaba en la mano y que llamaban la azucena.
Vive en un exilio interior entregado a la botella y abandonando progresivamente los oropeles modernistas en busca de mayor transparencia y sencillez.
Junto con autores como Ricardo Azuaje, Israel Centeno, José Roberto Duque, Luis Felipe Castillo, Slavko Zupcic, Juan Carlos Chirinos, y Juan Carlos Méndez Guédez, entre otros, Guerra participó de esa serie de escritores que frente a la melancolía de una narrativa que se sentía en deuda con las grandes gestas épicas y estéticas de los años sesenta, decidió sumergirse en los laberintos de una creación narrativa sostenida en el vigor anecdótico y en la exploración de un universo caribeño desprovisto de oropeles y de colorines turísticos.
La fuerza de su barroco sin sus miles oropeles y contorsiones.
Gades explicará su viaje al exterior como una manera de buscar las raíces flamencas, pues para él en España los oropeles y el exceso de vistuosismo habían prostituido la cultura flamenca popular.
Todo en su historia pasada le parecía falso y artificial, como la vida que se muestra en los escenarios, pintada y cubierta de oropeles bajo una luz engañosa.
A la indecisa luz de la lámpara veíase una como niebla espesa que envolvía los abigarrados oropeles del altar churrigueresco.
Mas yo empleé mi hacienda en deslumbrar con engañosos oropeles la inocencia, en seducir con mentidas promesas a honradas familias, en corromper dueñas y criadas.
-Milord -dije dando a mis palabras toda la serenidad posible- usted debajo de ese humor melancólico, debajo de los oropeles de su imaginación tan brillante como loca, guarda sin duda un profundo sentido y un corazón de legítimo oro, no de vil metal sobredorado como sus acciones.
En los lustrosos bancos se sentaban algunas señoras de edad: las luces del altar, al reflejarse en los oropeles de un luengo cortinón rojo que servía de dosel a la Virgen, brillaban, estrellas tembladoras de aquella dulce oscuridad, indicando a dónde debían dirigirse los piadosos ojos.
Un gusanito humano, sin sedas ni oropeles, con piel blanca y todos los atributos para gustar al hombre, diminutivos atributos, plurilineales, en las continuas des- y re-composiciones de actitudes a efecto.
A los granadinos nos falta esa cohesión, ese espíritu de unidad que hace posibles las más difíciles empresas y allana todos los obstáculos con su fuerza invencible y poderosísima, no apreciamos en lo que vale, lo que cerca tenemos, y seducidos por el brillo de oropeles y relumbrones, engañados con el reclamo traidor de unos esplendores que no existen, ansiamos gozar la vida de Madrid y se da el extraño fenómeno de que viviendo bien en Granada deseemos ir a pasarlo mal en el ambiente falso y corrompido de un centro de luchas políticas, en las que no es por cierto el supremo fin del interés patrio lo que se persigue, padecemos la funesta manía del absentismo, y de este morbo social resultan los mayores males que nos afligen.
Allá por los remotos tiempos de la casi nada, existió un buen hombre, como ya no suele haber, que vivía olvidado de los despreciables oropeles mundanos en lo más recóndito de un bosque, como los viejos ermitaños de aquellos tiempos heroicos.
La sombra es sudario para la impostura, la vanidad y los oropeles, por eso hay tantos que la odian.
Y hubo como un balance de valores en que cada cosa mostrose tal y como era: la vanidad, vanidad, el amor, amor, y la sensualidad, sensualidad, sin el grato artificio de sentimentales oropeles.
Era entonces, aún, amable escepticismo de hombre corrido sin crueldades ni ensañamientos, su ironía mostraba, el lado grotesco de las cosas, sentimientos y pasiones dejaban caer ante su mirada perspicaz los oropeles en que desfilaban envueltos por el carnaval de la vida y le mostraban sus pobres personalidades un poco ridículas, y él se contentaba con sonreír y poner un epitafio irónico sobre la tumba de aquella nueva ilusión que moría.
A mí no me gustan oropeles, ni sirvo para hacer el randibú, como soy tan llanota.
Multitud, tropa, caballos, uniformes, penachos, colores, oropeles y bullicio le mareaban de tal modo, que no veía más que una masa movible y desvaída, semejante a los cambiantes y contorsiones del globo de agua que había estado mirando momentos antes.
¿Quiso disimular ante el pueblo? ¿Quiso comprometer al patricio, conquistándoselo con oropeles? ¿Realizó un acto de nobleza, sin segunda intención, como justiciero, ateniéndose a lo que viniera después? Cualquiera de estos motivos es loable, por una razón o por otra, y en su actitud no careció de belleza al devolver al gran ciudadano todos los honores que le habían «suspendido», porque hasta entonces manifestara su «voluntad» de una manera demasiado imperativa a veces.
Algunos amigos de mi padre, noticiosos de su llegada, acudieron a saludarlo, y poco a poco se llenó de gente la vasta sala desmantelada, de la que recuerdo, como decoración y mueblaje, una docena de sillas con asiento de paja -las de enea, o anea de los españoles- dos sillones «de hamaca», amarillos, montados sobre simples maderas encorvadas, paredes blanqueadas con cal, de las que pendían algunas groseras imágenes de vírgenes y santos, iluminadas con los colores primarios, como las de Épinal, o las aleluyas, una consola de jacarandá muy lustroso y muy negro, sosteniendo un niño Jesús de cera envuelto en oropeles y encajes de papel, el piso cubierto con una vieja estera cuyas quebrajas dibujaban el damero de los toscos ladrillos que pretendía disimular, y el techo de cilíndricos troncos de palma del Paraguay, blanqueados también y medio descascarados por la humedad, como si tuvieran lepra.
Cual una abeja sale al campo a hacer acopio de dulzuras para sus mieles, Juan recogía en la calle, en estas muestras generales de lo que él creía universal cariño, cosecha de buenas intenciones, de ánimo piadoso y dulce, para el secreto labrar de místicas puerilidades, a que se consagraba en su casa, bien lejos de toda idea vana, de toda presunción por su hermosura, ajeno de sí propio, como no fuera en el sentir los goces inefables que a su imaginación de santo y a su corazón de ángel ofrecía su único juguete de niño pobre, más hecho de fantasías y de combinaciones ingeniosas que de oro y oropeles.

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