Ejemplos con neurótica

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Ellos sugirieron que quizás yo era neurótica, dijo Leitao.
Esto quiere decir que un individuo psíquicamente sano disfruta del sexo libremente, sin traumas o inhibiciones, y una persona neurótica no.
Aunque el papel que le dio la fama fue interpretrando a la neurótica Rebecca el la serie de televisión Cheers.
Estudios post mortem revelaron que el deceso se debió a Enterocolitis Neurótica e infección por Escherichia coli.
Una de las mayores fuentes de esperanza para un mundo mejor es que la próxima generación, con la ayuda necesaria, crezca menos sometida y neurótica que la anterior y para ello es necesario una adecuada y fértil educación.
Queremos que descartes tu viaje, que salgas de tu introversión neurótica, ven a la fiesta.
Mamá Ganso ha sido adaptado en la jerga del Reino Unido, y se refiere a una mujer neurótica que se encariña mucho con aquellos que están a su cargo.
De hecho, Tichy es una persona con bastante sentido común, algo neurótica, a la que no se le caen los anillos ante nada.
El libro de Kiley enfatiza sobre él, pero no hace más que dar un nombre ya casi literario a un elemento que ha estado presente, desde siempre, en toda caracterización neurótica, desde los comienzos de los enfoques de la terapia psicoanalítica.
Es algo neurótica y obsesionada con el orden y la puntualidad.
La serie narra las vicisitudes de la familia Valemares, compuesta por Pablo, dirigente de una importante empresa constructora y su mujer Lucía, una mujer neurótica.
Y tras aquellos ojos dilatados que me habían visto así, yo veía a mi vez la tara neurótica, al tío internado, y a su hermano menor epiléptico.
La corrección gramatical y la ortografía revelaban quizá las manos y pensamiento de mujer neurótica, de superficial cultura.
Antes de que yo la desechase por extravagante y neurótica, me fue arrebatada por el atrevido pillastre don Juan de Urríes, a quien Dios pone siempre en mi camino para enturbiar glorias de amor.
Y miraba a todos como muy seguro de catalogarlos en alguna Taxonomía neurótica.
Y aquella confluencia del hombro derecho, quieta, esperando que la frente del chino acabase de ganar todo el arco que la intuición y el cálculo mental de fuerzas, distancias, obstáculos, elementos aceleratrices y hasta del máximun de intervención de una segunda potestad humana, tendían, templaban, ajustaban desde el punto más alto de la vidente voluntad del hombre hasta los cercos lindantes a la omnipotencia divina Y esa muñeca pálida, alambreada, neurótica, como de hechicería, casi diafanizada por la luz que parecía portar y transmitir en vértigo a los dados, que la esperaban en la cuenca de la mano, saltando, hidrogénicos, palpitantes, cálidos, blandos, sumisos, transustanciados tal vez, en dos trozos de cera que sólo detendríanse en el punto del extendido paño, secretamente requerido, plasmados por los dos lados que plugo al jugador La presencia entera de Chale y toda la atmósfera de extraordinaria e ineludible soberanía que desarrolló en la sala en tal instante, habíanme envuelto también a mí, como átomo en medio del fuego solar del mediodía.
Una maga de larga túnica de percal negro, estrellada de papel dorado, y puntiagudo capirote, bailaba, ciñéndose a un chulo peinado con persianas, una mora de mancebía, dejábase languidecer en brazos de un innoble tipo de rubicundo rostro, cabellos teñidos, ladeado hongo, roja corbata y grueso diamante en el anular, hibridación de tahur y tratante en caballos, más allá, un viejo flaco, zancudo, calvo, de libidinoso mirar y babosa sonrisa, oprimía contra su pecho, como esos vampiros de los cuentos de Hoffman, enorme bebé de astroso atavío de alquiler, juvenil chicuelo, indudablemente escapado de su casa, adheríase a enorme mujerona que movía con lujurioso ritmo sus macizas ancas de vaca, Colombina prostituida mirábase en los ojos de un ordenanza de Ministerio, y un estudiante, abrazado a una prójima, pasaba lento, mordiendo sus cabellos pintados, viejos verdes, colegiales, toreros de invierno, obrerillos endomingados, horteras, vividores de profesión, matones, chulapones de mancebía, pasaban, llevando entre los brazos noches nevadas, floristas, chulas, couplelistas, reinas de zarzuela, sacerdotisas egipcias, arlequines y locuras, pasaban y repasaban en hórrida zarabanda, poseídos de la gravedad de sus actos, mientras una Doña Inés neurótica escapaba de los brazos de un chauffeur.
Neurótica, arrebatada en un ensueño de amor imposible, vivía cultivando su ideal con malsanas lecturas y raros lances sentimentales y poniendo por cima de todo su lema,: Vivir del amor y para el amor.
Es una ciudad enferma, la gran neurótica del siglo, y de los enfermos no falta nunca algo que contar.

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