Ejemplos con mujercita

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Destacar una bellísima canción de amor Primavera en otoño y un tema que dedicó a su madre, tan querida por Gracia, Esa mujercita.
En una ocasión, Poe escribió a un amigo, A nadie entre los seres vivientes veo tan hermoso como a mi mujercita.
Tú ya no tendrás miedo a nada, tú serás mi mujercita, mi gloria, y ya nadie jamás podrá dañarte, ni perseguirte, ni hacerte llorar, ¿no sabes que vamos a la paz y a la dicha?, ¿no sabes que vamos a Luzmela?.
¿Bromitas todavía, socarrón?exclamó la mujercita tirándole de la nariz.
¡Mucho más de lo que puedas figurarte! Mira mi semblante, Clara, mira mi cuerpo deshecho, acuérdate de aquella Elena que jugaba y corría contigo en el Sotillo cuya alegría decíais que era comunicativa, acuérdate de aquella mujercita mimosa de quien tanto os burlabais que os hacía rabiar y os hacía reír a un mismo tiempo.
¡Mentira! Tú te dijiste: Vaya unas horas oportunas que tiene mi mujercita para visitarme.
Tristán esperaba que el criado volviese la espalda llevándose los platos para robar algunos besos a su mujercita.
Con mi mujercita estaría yo a gusto aunque viviese en una zahurda comiendo berzas y pan negro.
Su marido, don Restituto, según ella, se había adelantado a entrar en el teatro, para coger buen sitio y reservárselo a su mujercita.
Siempre había creído a esta mujercita de poco corazón.
Al aparecer Alberto, temió que gritase también aquella mujercita vestida de luto que tenía a su lado.
¡Se acabaron las locuras! Su mujercita y los estudios serios nada más.
Aquel año, al salir del Seminario, hallé a Angustias hecha ya una mujercita.
Nunca había podido sospechar tanta energía de carácter, tanta vehemencia pasional en esta mujercita obediente y dulce.
Esta mujercita triste y enferma no era un peligro.
Entonces no llevaré esta vida de pobreza disimulada, de bohemia elegante, no tendré que ceñirme a mi viudedad y a los regalos de mi tía, y seré rica y tú no sufrirás más, no trabajarás, pues te mantendré yo ¡yo!, ¡tu María Teresa, que será tu mujercita!.
¡Cincuenta mil francos! ¿No los encontraría en aquel país de ricos una mujercita como ella, amable y joven y artista? Y su fe en el porvenir se apoyaba especialmente en esta última cualidad.
Con los dinerillos que dio a mi mujercita la Marquesa de Navalcarazo, por ciertas labores de aguja, y algo que yo ganaba escribiendo en , fundado por mi amigo Valero de Tornos, pagábamos nuestro pupilaje, y aún nos restaba para menudencias y honestos placeres.
Acordábase del furor inquebrantable y frío de aquella mujercita, que hablaba tranquilamente de la suprema venganza de los caídos, del desquite de largos siglos de opresión.
Por lo poco agraciado del rostro, lo endeble del cuerpo que se adivina bajo la fuerte cotilla y la extravagante forma del peinado y el traje, debiera este retrato ser enojoso a la vista: en la mujercita así perjeñada y sobrecargada de perifollos hay algo de fenomenal y monstruoso, pero Velázquez ha vertido allí a manos llenas tales encantos de color, una variedad tan rica de rojos, que comprende desde el carmín más intenso al rosa más amortiguado, ha hecho tan vaporosos los tules y brillantes los metales, es tan aéreo lo que puede flotar, tan sólido lo que debe pesar, que la ridícula desproporción entre lo menudo del busto y lo abultado de la falda, todo aquello en que la forma sale maltrecha por la imperfección del modelo y la extravagancia de las ropas, desaparece ante la esplendidez de matices que deleita la vista y lo primoroso, suelto y fácil de aquella ejecución incomprensible y misteriosa que a pocos pasos da a lo pintado la completa apariencia de lo real.
La mujercita se enjugó las lágrimas.
Los que compraban las hortalizas al por mayor para revenderlas conocían bien a esta mujercita que antes del amanecer ya estaba en el Mercado de Valencia, sentada en sus cestos, tiritando bajo el delgado y raído mantón.
Cuando pretendía agradar, cuando ponía empeño en seducir, aquellos ojos claros, parados, se animaban súbitamente, trocándose de inocentes en maliciosos, y aquellos labios blanquecinos que ligeramente se mordiscaba con un movimiento imperceptible, tomaban color de cereza soleada: entonces sonreía de un modo delicioso, la falsa indiferencia, el abandono fingido, se convertían en laxitud estudiada que parecía pedir mimos o prometer caricias, y la mujercita insignificante, el ser débil, quedaban transformados en sirena de ocultos y peligrosos encantos.
Era una mujercita delicada, de complexión casi enfermiza, sin rasgos enérgicos de belleza con que atraer y dominar: su rostro carecía de expresión y su cuerpo de gentileza: sus posturas eran lánguidas, como si todo su organismo estuviera sometido a la impasibilidad de un temperamento ingénitamente casto, reflejo de un alma privada de inspirar pasiones e incapaz de sentirlas.
Ya vería él de lo que era capaz su mujercita.
La mujercita saludó con una dulce sonrisa a Juan, y dejando sobre su mismo banco el pequeño y la cesta, encorvóse penosamente para atar el zapato de su hijo mayor.
Era una verdadera madre la mujercita de la dulce sonrisa.
Aquella mujercita sería, hasta parecer esquiva con la generalidad de los compradores, reservaba las sonrisas y el agrado para los escritores y cómicos, a quienes en el fondo de su imaginación no veía según la realidad, sino que pensaba en ellos como en seres superiores, de cuyos cerebros surgían y en cuyos labios tomaban vida todos los lances, intrigas, amores y aventuras que le encantaban el ánimo.
A todas horas pensaba en mi mujercita y en las delicias del matrimonio.

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