Ejemplos con mugriento

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Habían abusado de ella en un mugriento sótano.
Verloc: el propietario de un negocio de baratijas y pornografía de un mugriento barrio de Londres que al mismo tiempo que es uno de los vicepresidentes de una organización de que reune simpatizantes de la revolución social de distintas ideologías, incluyendo anarquistas trabaja desde hace mucho tiempo para la embajada rusa como espía y agente provocador y, al mismo tiempo, es confidente del inspector Heat de la policía británica.
En aquella casuca amarilla, de entrada abismática, como el orificio de una boca desdentada, galería de vidrios como antiparras, y tejado redondo, negruzco y a trechos desguarnecido, como gorro mugriento, vive, sin duda, un prestamista.
Oiga usté, sió pendónrespondió un caldista, asaz mugriento y desengañado, ¿piensa usté que, aunque pobres, vivimos aquí de estafar a inocentes, como hace algún señorón que yo me sé?.
Pero tampoco le salía la cuenta, porque se levantaba una figura ruin y mal trajeada, que, con voz de grillo mal emitida, soltaba un aluvión de párrafos enmarañados que nadie se tomaba la molestia de desenredar, o un finchado presuntuoso, que entre período y período de su discurso ponía una eternidad de paseos en corto, estirones de chaleco, montaduras de lente y mares de agua con azúcar, ya un perezoso desaplomado Adán, que parecía las pocas y desmadejadas frases que decía a fuerza de restregarse contra el banco y de tirar de sus bragas hacia arriba, o un mozo encanijado y presumido, que sin ciencia, sin virtudes, sin voz y sin palabra, quería convencer como los sabios y convertir como los justos, ya un osado boquirrubio, cuyo único afán era medir sus fuerzas con las de los del Parlamento, que se guardaban muy bien de replicarle, ya un viejo atrabiliario, cuyos furores causaban risa y cuyos chistes hacían llorar de compasión, ya una especie de cuáquero mugriento, demagogo impenitente, que vociferaba sobre justicia y amor al prójimo, no en nombre de Dios, a quien negaba, blasfemo, sino de una razón que parecía faltarle a él, ya que no a los que en santa calma le escuchaban.
Adivino su deseo de echar mano a la cartera que lleva sobre el pecho para extraer cierto pliego mugriento y rugoso.
Era el bodegón de Llopis un local telarañoso y mugriento, donde bebían los que tenían sed y jugaban a los naipes algunos holgazanes viciosos: en él vi el boceto, el trazo rudimentario del moderno casino, sitio de reunión, de vago charlar, mentidero y bebedero público, con el aspecto y colorido que tenían estos lugares en tiempos del Arcipreste de Hita, pero algo más era, pues allí, no el de Hita, sino el de Ulldecona, celebraba juntas, recibía embajadas y mensajes, dictaba órdenes, ejerciendo las funciones de su califato político, social y militar.
Varios jergones de hoja de maíz cubrían el tablado: cuatro mantas cosidas unas a otras formaban la cubierta común de los ocho, y junto a la pared yacían destripadas y mustias algunas almohadas de percal rameado, brillantes por el roce mugriento de las cabezas.
De las viguetas del techo pendían baterías de cocina, y en las estanterías se alineaban piezas de tela, botes de conservas, ferretería, alpargatas, objetos de vidrio, pero todo tan viejo, tan oxidado, tan mugriento, que, lo mismo comestibles que objetos, parecían sacados de una excavación después de un entierro de siglos.
Y exhibían ante la mirada atónita de los caseros, habituados a la vida sobria y humilde de la montaña, aquellas riquezas en fajos de papel mugriento.
Su bonete mugriento era siempre de algún canónigo que lo desechaba por viejo, su sotana de un negro verdoso y sus zapatos habían sido antes de algún beneficiado.
Como si hubiera leído al autor de los , que describe a , viejo, calvo, sucio, desarrapado y haciendo burla de toda sabiduría, Velázquez lo pintó calado el chapeo mugriento y envuelto en una capa raída, bajo la cual, asoman las piernas, que cubren medias asquerosas de paño burdo y zapatos para los que fuera un insulto la limpieza.
Junto a la puerta principal estaba el mostrador, mugriento y pegajoso, detrás de él, la triple fila de pequeños toneles, coronada por almenas de botellas conteniendo los diversos é innumerables líquidos del establecimiento.
Hillo meditaba, la barba apoyada en los dedos, la vista fija en el tapete mugriento y agujereado de la mesa.
Llevaba el más viejo una bufanda encarnada que le cubría la camisa, un sombrero calabrés algo mugriento y un arete de oro en la oreja izquierda, el más joven era bajo, rechoncho y sin pelo de barba en la rolliza cara.
El cordel de la campanilla, de puro mugriento, parecía negro.
Entonces se atrevió a preguntar al chicuelo mugriento, mofletudo y asabañonado que le despachaba.
Dominado por tales pensamientos, subió la escalera estrecha y muy pina, de una casa de aspecto pobre y nada limpio, detúvose en un descansillo, tiró de un cordón mugriento y abriole Carolina, el prototipo de la corista que contratan las empresas, no por lo bonitas, sino por tener mucho repertorio y por no faltarles nunca quien pague con un ajuste el recuerdo de una conquista.
Pocos meses antes, los mismos objetos y muebles que allí había estaban limpios y ordenados: ahora el polvo velaba las tablas del aparador, grandes manchas de grasa afeaban las puertas a la altura de las manos, los visillos blancos del balcón parecían grises, los cojines en que don José apoyaba las piernas estaban medio destripados en el suelo, y el mugriento hule que servía de tapete a la mesa mostraba descosidas y colgando hasta la estera las tiras de su ribete de trencilla.
A mediados del siglo pasado, en una plaza de Madrid, formando rinconada con un convento, claveteada la puerta, fornido el balconaje y severo el aspecto de la fachada, se alzaba una casa con honores de palacio, a cuyos umbrales dormitaban continuamente media docena de criados y un enjambre de mendigos que, contrastando con la altivez del edificio, ostentaban al sol todo el mugriento repertorio de sus harapos.
Abiertas de par en par las hojas de madera chapeada, se veía el cancel de mugriento cuero, con dos puertecillas laterales.
Perpleja y azorada la muchacha, giró en torno y casi se le escapa un grito del susto, cuando reparó que un hombre de cara larga y pálida, sin pelo de barba, cual si fuera de la raza india, cuya cabeza cubría hasta las orejas un gorro mugriento de seda, la miraba fijamente con ojicos de mono, a través de la reja de hierro, medianera entre el aposento y el comedor.
Pusiéronle la mesa a la puerta de la venta, por el fresco, y trújole el huésped una porción del mal remojado y peor cocido bacallao, y un pan tan negro y mugriento como sus armas, pero era materia de grande risa verle comer, porque, como tenía puesta la celada y alzada la visera, no podía poner nada en la boca con sus manos si otro no se lo daba y ponía, y ansí, una de aquellas señoras servía deste menester.
mugriento?.
Enseña un ayo mugriento la lición a un descuidado niño.
Hícelo con atención y vi que los dos tenían muy distinto pelaje del acostumbrado y corriente entre los aldeanos de aquellas comarcas: ofrecían todo el aspecto de los vagabundos famélicos de las ciudades, ambos llevaban la barba gris a medio crecer, y el ropaje obscuro y mugriento, con muy pocas señales de camisa.
Cuando los granujas trasegaron a sus estómagos, en dos sorbos, las pócimas infames que les sirvió el tabernero, pagó Pipa el gasto con la media peseta, más un cuarto que sacó de un pliegue de su mugriento gorro, y salieron todos a la calle.
Un momento después penetró en la sala, pisando tímidamente, un aldeano de madura edad, con la chaqueta al hombro, barba de quince días, y dando vueltas en las manos a un mugriento sombrero que solamente cesaba de girar cuando el aldeano sacaba una de ellas de la arrugada copa para retirar hacia atrás las ásperas y encanecidas greñas que le caían sobre los ojos.
Una mesa o dos, de vez en cuando, vaya, pero todos los días dos o tres horas de faena en ese billar mugriento.
Lo mismo en el mugriento y sombrío tugurio de un miserable que en el alfombrado gabinete del aristócrata, la «tauromaquia» tiene adeptos que la protegen y femeniles bellezas que la hacen cuestión «capital» de familia.

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