Ejemplos con muerte

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Parece que las tres temen a la misma muerte.
En los largos días en que la niña navegó en su cuna alba, río abajo, hacia la muerte, nadie se acordaba de Platero.
Ya recuerdas los tenduchos astrosos de los gitanos, con sus hogueras, sus mujeres vistosas, y sus burros moribundos, mordisqueando la muerte, en derredor.
La verdad es que si me pusiera a hablar sinceramente, tendría que deciros no poco también acerca del dichoso borriquito cuya vida, andanzas y muerte ha pintado Juan Ramón con tanto amor.
Mi alma estará triste hasta la muerte, muertos mis oídos a las campanas de resurrección, muertos mis ojos a los colores de primavera.
Él mismo debió de vislumbrar el desastrado fin que le aguardaba, pues entre las notas y apuntes que dejó a su muerte leí esta sentencia: El que consagra sus días a la busca y ejercicio de la Verdad, el Bien y la Belleza, es incompatible con la vida, por lo menos, con la vida tal como se nos ofrece en la sociedad presente.
Toma y leedice, ceñudo, Apolonio, alargando despectivamente a Belarmino, como si fuese su sentencia de muerte, el telegrama que acaba de recibir.
Pero, ¿cómo voy a ir hoy, hoy, precisamente, día de Pascua, al refectorio, sin mi botella de agua de Vichy? ¿Qué no dirían los otros, sobre todo alguno que, por desprecio, no nombro? ¿Cuál no sería la humillación, la befa, el escarnio? No, no y no, antes la muerte.
Todas las noches, en su lecho de muerte, hacía que la doncella le aderezase el cabello, poniéndole aquella especie de mariposas, que al día siguiente conservaba durante todo el día.
Así, la Iglesia de los primeros siglos fué una dulce y baldía anarquía, un ensayo de organización para obtener la felicidad después de la muerte.
Horas después, todavía los ojos, las mejillas, la boca, la posición de cabeza, torso y brazos, eran como signos gráficos de fácil interpretación, en donde se podía leer un traslado de las divinas palabras: , triste está mi alma hasta la muerte.
Luego yo soy la culpable de la muerte de Anselmo.
¡Cosas de la viday, después de una pausa, añadióy de la muerte! ¡Descansa en paz, Novillo bueno, Novillo fiel, Novillo amante!.
¿Qué le sucedería a Anselmo? ¿Estaría enojado? ¿Sería contrario al matrimonio de don Pedrito y Angustias? ¿Habría averiguado que el anónimo al Padre Alesón era obra de Felicita? ¡Dios mío, Dios mío, qué incertidumbre congojosal Felicita lloraba silenciosamente, deseando la muerte.
El Arte vivifica las cosas, las exime de su coordinación concreta y de su finalidad utilitaria: las hace absolutas, únicas y absurdas, las satura de esa contradicción radical que es la vida, puesto que la vida es al propio tiempo negación y afirmación de la muerte.
Amo la vida, porque temo la muerte.
Débese ello a que durante esta etapa el hombre anda buscando finalidades absolutas, en lugar de coordinaciones experimentales y finalidades relativas, y todo porque tiene miedo a la muerte, pusilanimidad desconocida en la Naturaleza hasta el nacimiento de la conciencia humana.
Es decir: cuando la humanidad, tras de haber imaginado penetrar el sentido de la vida y la muerte y tener asido el orbe entre las manos, como un niño una pelota, volvió sobre sí y, con maravilla y espanto, descubrió que todo había sido ensueño e ilusión, que la vida no tiene sentido ni el orbe consiente que se le abarque, en aquel trance lastimoso, que fué algo así como una almoneda en donde se desbarató el hogar y menaje de los dioses, algunos individuos remataron a bajo precio tales y cuáles trastos de la almoneda, que, aunque apolillados y claudicantes, todavía duran y se utilizan, y otros individuos, muy contados, más propensos a la desesperanza y al tedio, volviéronse de espaldas al cielo, ya vacío y desalquilado, humillaron los ojos hacia el suelo, y aplicáronse a reunir por semejas hechos minúsculos, no de otra suerte que un desocupado, por pasatiempo o ansia de olvido, se emplea en coleccionar objetos inservibles, y así se fué formando cada una de las ciencias particulares: que no es otra cosa una ciencia sino colección, jamás completa, de sellos usados o cencerros de vaca.
Había sido actor, durante dos horas, y ante un auditorio de reyes, infantes y demás tropa palatina, en el drama de los dramas: la pasión y muerte del Hombre-Dios.
Sin duda, todo esto es cierto, pero vosotros no debéis ignorar que CERVANTES fué herido y cautivo por muchos en el inhospitalario suelo del África, donde apuró hasta las heces el cáliz de la amargura, viviendo con la continua amenaza de la muerte.
Mucho quería a su hermanito, pero la muerte no tiene remedio, y lo que ahora le preocupaba a él era que el caballo no quedase cojo.
A todos alcanzaba algo de responsabilidad en esta muerte, pero cada uno, con hipócrita egoísmo, atribuía al vecino la principal culpa de la enconada persecución, cuyas consecuencias habían caído sobre el pequeño, cada comadre inventaba una responsabilidad para la que tenía por enemiga.
La muerte del pequeño se había transmitido rápidamente por todo el contorno, gracias a la extraña velocidad con que circulan en la huerta las noticias, saltando de barraca en barraca en alas del chismorreo, el más rápido de los telégrafos.
Eran unos ojos que ya no miraban, y su morena carita parecía ennegrecida por misteriosa lobreguez, como si sobre ella proyectasen su sombra las alas de la muerte.
Con la muerte de esta pobre bestia creía Teresa que iba a quedar abierta una brecha en la familia por donde se irían otros.
Enrojeció, como si estas palabras, rasgándole el corazón, hubieran hecho subir toda la sangre a su cara, y después quedóse blanca, con palidez de muerte.
Llegó la vista del proceso, y le sentenciaron a muerte.
¿Habéis visto el gesto hipócrita, el regocijado silencio con que acoge un pueblo la muerte del gobernante que le oprime? Así lloró la huerta la desaparición de don Salvador.
Los perros ladraban al verle de lejos, como si se aproximase la muerte, los niños le miraban enfurruñados, los hombres se escondían para evitar penosas excusas y las mujeres salían a la puerta de la barraca con la vista en el suelo y la mentira a punto para rogar a don Salvador que tuviese paciencia, contestando con lágrimas a sus bufidos y amenazas.
Hasta los pájaros huían de aquellos campos de muerte, tal vez por temor a los animaluchos que rebullían bajo la maleza o por husmear el hálito de la desgracia.

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