Ejemplos con misericordia

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Estas ofrendas en especie al santo indican que aquello que, al parecer sobra, es precisamente lo que falta en el asilo, para que se enteren las almas caritativas que por allí caen rara vez a cumplir en una obra de misericordia, y que sus dádivas sean las que más se han menester en la pobre casa.
¡Y luego nos concede como por misericordia que formamos de la heroica Cantabria, aunque de fijo fuimos los sometidos! Que se lo cuente a sus paisanos los Autrigones, eternos aliados de los Romanos, a quienes azuzaban contra nosotros.
Quiero morirme con los sobre mi cabeza, y cuando el alma se escape de mis labios, que todas estas mariposas la lleven, revoloteando, más ligera al regazo de Dios Padre, que me crió Beatriz Valdedulla, y me sostuvo toda la vida Beatriz Valdedulla, y me aceptará en su eterna misericordia como Beatriz Valdedulla, porque ¿yo qué culpa tengo de ser Beatriz Valdedulla? Sólo con recordar estas palabras me conmuevo.
Lucigüela de mis pecados: ay, hija, ¡y qué bien pintamos las cosas para dejar a nuestra personita en el lugar más lucido! Misericordia, ¿eh? ¡yo te daré la misericordia! Has hecho mal, remal, en escribir esa cartita a hurtadillas de tu cónyuge, y no me sorprende que él se haya puesto hecho un dragón.
¿Es pecado la misericordia? Cuando miro dentro de mí, misericordia y nada más encuentro.
Su infinita misericordia está por encima de todas las pequeñeces de la vida.
Las industrias más importantes, la metalurgia y las minas, de extranjeros son también, o de españoles que están supeditados a ellos, viviendo de su protectora misericordia.
Imitan el respeto y la tolerancia de los vencedores de otros países, pero no aprenden antes el ímpetu irrespetuoso y anonadador con que otros pueblos derrumbaron y patearon el pasado sin misericordia ni escrúpulos.
Tras los cesares grandes, fatales para España, venían los chicos: el fanático Felipe III, que daba el golpe de misericordia expulsando a los moriscos, Felipe IV, un degenerado con aficiones literarias, que escribía versos y cortejaba monjas, y el miserable Carlos II.
Pero antes de alcanzar tanta dicha, antes de subir a tanta alteza, ¿qué pruebas de bondad no habrá dado el alma? ¿Por qué áspera senda no habrá tenido que trepar, activa, atenta y persistente? Para ganarse la voluntad de su Creador habrá hecho obras de misericordia, consolando y amparando a los infelices y desvalidos, y con sus oraciones y penitencias, humildad y mansedumbre, habrá sido pasmoso ejemplo y provechoso estímulo a todo ser humano.
¡Qué bien me has castigado, Dios mío! ¡Qué bien me has castigado! Pero si en el castigo venero y acato tu justicia, te doy gracias por tu misericordia.
Se sacaron a relucir muchas obras de misericordia que en efecto había hecho.
Doña Manuela, lloriqueando, fijaba sus ojos con expresión interrogante en el implacable hermano, como si le pidiera misericordia.
Ganaríais respeto entre los buenos, cariño verdadero y gratitud profunda en mi corazón, ufanía de vos mismo a vuestros propios ojos y títulos meritorios ante la misericordia divina.
—¡Misericordia! Me sacarán los ojos las demás.
—¡Qué frialdad! ¡Está haciendo una obra de misericordia!.
—Los ojos de la Misericordia se han vuelto hacia el último instante de tu vida, y lágrimas y flores y bendiciones te han acompañado a la tumba!.
Más santidad que en oír siete misas, hay en practicar las obras de misericordia, acompañando a los enfermos y dando un ratito de conversación a quien se ha pasado toda la noche en vela.
Tengamos misericordia y consolemos al triste.
Dio algunos pasos, pero de cada una de sus pisadas brotaba una compasión nueva, delante de su caridad luminosa íbanse levantando las desdichas humanas, y reclamando el derecho a la misericordia.
Tan triste se puso un día pensando en estas cosas y tan al vivo se le representaban la próxima perdición de su querido hijo y las redes en que inexperto caía, que salió de su casa resuelta a implorar la misericordia divina del modo más solemne, conforme a sus grandes medios de fortuna.
Pues ése replicó el cura, con la segunda, tercera y cuarta parte, tienen necesidad de un poco de ruibarbo para purgar la demasiada cólera suya, y es menester quitarles todo aquello del castillo de la Fama y otras impertinencias de más importancia, para lo cual se les da término ultramarino, y como se enmendaren, así se usará con ellos de misericordia o de justicia, y en tanto, tenedlos vos, compadre, en vuestra casa, mas no los dejéis leer a ninguno.
Su libro tiene algo de buena invención, propone algo, y no concluye nada: es menester esperar la segunda parte que promete, quizá con la emienda alcanzará del todo la misericordia que ahora se le niega, y, entre tanto que esto se ve, tenedle recluso en vuestra posada, señor compadre.
Señor, ya que estas desgracias son de la cosecha de la caballería, dígame vuestra merced si suceden muy a menudo, o si tienen sus tiempos limitados en que acaecen, porque me parece a mí que a dos cosechas quedaremos inútiles para la tercera, si Dios, por su infinita misericordia, no nos socorre.
Desta manera paso mi miserable y estrema vida, hasta que el cielo sea servido de conducirle a su último fin, o de ponerle en mi memoria, para que no me acuerde de la hermosura y de la traición de Luscinda y del agravio de don Fernando, que si esto él hace sin quitarme la vida, yo volveré a mejor discurso mis pensamientos, donde no, no hay sino rogarle que absolutamente tenga misericordia de mi alma, que yo no siento en mí valor ni fuerzas para sacar el cuerpo desta estrecheza en que por mi gusto he querido ponerle.
Éstos, pues dijo el cura, fueron los que nos robaron, que Dios, por su misericordia, se lo perdone al que no los dejó llevar al debido suplicio.
Cerca de mediodía podría ser cuando nos echaron en la barca, dándonos dos barriles de agua y algún bizcocho, y el capitán, movido no sé de qué misericordia, al embarcarse la hermosísima Zoraida, le dio hasta cuarenta escudos de oro, y no consintió que le quitasen sus soldados estos mesmos vestidos que ahora tiene puestos.
Era el caso que aquel año habían las nubes negado su rocío a la tierra, y por todos los lugares de aquella comarca se hacían procesiones, rogativas y diciplinas, pidiendo a Dios abriese las manos de su misericordia y les lloviese, y para este efecto la gente de una aldea que allí junto estaba venía en procesión a una devota ermita que en un recuesto de aquel valle había.

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