Ejemplos con melopea

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Esta Melopea es como sigue: ¡Ponte de pie, Carabinero hermano Y lanza al hondo azul la clarinada Del Himno másculo, que es alborada De tu gozoso sacrificio sobrehumano.
Es en estos años donde escuchará la música que le influirá en sus futuras creaciones: Extremoduro, Platero y Tú, Barricada, Los Secretos, Reincidentes, Melopea etc.
En su Poética, Aristóteles considera la melopea una parte esencial de la tragedia.
Durante ese año Roberto Fats Fernández también grabó su quinto disco en los estudios del sello Melopea, titulado Tangos & Standards.
Años después, el propio Litto Nebbia haría lo mismo, durante su exilio en México, al crear Melopea.
¡Buenas noches! Media hora después, tendido en la obscuridad, oigo en el inmediato pasillo su voz que domina el chirrido de los ejes, la melopea de oleaje costero que lanzan las ruedas, los saltos crujientes del vagón, iguales a los de un camarote de trasatlántico.
Y un bramido musical, una melopea grave, amenazante y monótona surgía de esta masa de bocas redondas, brazos en péndulo y piernas que se abrían y cerraban lo mismo que compases.
Y los miles de gritos, con una melopea recomenzada incesantemente a través de los días y las noches, cantaban el choque monstruoso que había presenciado esta tierra y del cual guardaba todavía un escalofrío trágico.
El pequeño, agarrado a una mano de su madre tiraba de ella con melopea quejumbrosa.
La hacía estremecer esta música, en la que entraban por igual el encanto de los versos y la voz que los recitaba con rítmica melopea.
Este ruidillo no turbaba la dulce melopea del violín, sino, antes bien, la exornaba con un comentario gracioso, de cómica elegancia.
Los vivas de ordenanza, el estruendo de clarines y tambores, suenan a melopea desmayada y quejumbrosa, a marcha fúnebre.
El cristianismo, al formarse como religión, no inventó ni una mala melopea.
La musiquilla seguía lanzando su chillar bufonesco en medio de la melopea espantosa de tal tragedia, declamada por los fusiles de una parte, de otra por los ayes lastimeros o los arrogantes apóstrofes de las víctimas.
A causa de esto, desde la mañana hasta el anochecer, la vieja barraca soltaba por su puerta una melopea fastidiosa, de la que se burlaban todos los pájaros del contorno.
Sonaba a lo lejos la grave melopea de la marcha solemne y religiosa que entonaba la banda militar.
Le hacía daño la inocente melopea infantil.
Oíase, sin embargo, el paseo igual y sereno de la péndola y un roncar lejano, profundo, que tenía algo de la trompa épica, y era la melopea del sueño de doña Crucita cantada en tonante estilo por sus órganos respiratorios.
Y el gran Tuste traspasó la puerta y descendió los pocos escalones que conducían al portal, cantando más que repitiendo con briosa voz el final de aquella sonora melopea: «Dios de paz y de amor, que después de haber extendido los inmensos cielos azules y haber derramado en los cielos, como una lluvia de luz, las estrellas, y haber hecho salir del obscuro seno del caos la tierra coronada de flores, ¡él! causa de toda vida, autor de toda existencia, se despoja de su vida, de su existencia, por la salud y la libertad de los hombres en el altar sublime del Calvario».
Poníase Ibero a punto de llorar con la melopea trágica y fúnebre, y a su amigo decía: «Acabe usted, por Dios, que el sentimiento de ese pasaje me destroza el alma».
También me ocupó don Néstor, anciano bajo y grueso, blanco en canas, de cara de luna llena, muy risueño siempre, amable conversador de ancha y roja boca, cuyos labios carnosos y sensuales relucían húmedos como besando las palabras que modulaba no sin gracia con una especie de cadenciosa melopea.
«¡Buenas noches!» Media hora después, tendido en la obscuridad, oigo en el inmediato pasillo su voz que domina el chirrido de los ejes, la melopea de oleaje costero que lanzan las ruedas, los saltos crujientes del vagón, iguales á los de un camarote de trasatlántico.
El de Écija lo contemplaba todo con una inusitada alegría, veíalo todo como al través de un encantado cristal, parecíale que aquel día tenía el paisaje algo no advertido hasta entonces por él, antojábasele que todo cuanto le rodeaba se complacía en vivir, el sol en iluminarlo todo, el cielo en ser azul, el ambiente en ser cristalino, el campo en estar cubierto de verdores, todos los ruidos se fundían, para él, en una a modo de vaga y dulcísima melopea.
Este ruidillo no turbaba la dulce melopea del violín, sino, antes bien, la exornaba con un comentario gracioso, de cómica elegancia.
Los vivas de ordenanza, el estruendo de clarines y tambores, suenan a melopea desmayada y quejumbrosa, a marcha fúnebre.
Y esta vez el nombre del hombre querido brotó en los labios de Rosalía como una dulce, una plácida, una vaga melopea.
Es una obra que probablemente se hará, porque el castellano, por su fonética y su prosodia, tiene mucha más analogía que el viejo francés con el italiano antiguo y moderno, y puede reproducir en su compás la melopea dantesca, con sus sonidos llenos y su combinación métrica de sílabas hasta cierto punto largas y breves, como en el latín de que ambos derivan.
Por la noche, sonando aún en sus oídos la música del Odeón, y los parlamentos de Astol, de vuelta de las calles donde escuchara el ruido de los coches y la triste melopea de los tortilleros, aquel soñador se encontraba en su mesa de trabajo, donde las cuartillas inmaculadas estaban esperando las silvas y los sonetos de costumbre, a las mujeres de los ojos ardientes.
Sus ojos turbábanse con el incesante centelleo de aquel millar de estrellas rojas, y les causaba extraña embriaguez el dulce lamento de los violines, la grave melopea de los contrabajos, y aquellas voces que desde el coro, con acento teatral, cantaban en un idioma desconocido, todo para mayor gloria del Bollo.
decía Bonifacio y decían todos los de su tiempo con una melopea pegajosa y simpática, algo parecida a canto de nodriza.

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