Ejemplos con mediquillo

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Pero ven acá, mediquillo chifladocontinuó el millonario.
Vi en aquel mediquillo un ser creado por el prodigioso dibujante Alenza.
Pasó la noche mejor de lo que todos esperábamos, y amaneció el día siguiente sin una nube en el cielo ni una ráfaga de aire en la tierra, y cuando el sol traspuso los picachos del Este y saludó al valle con sus rayos que chisporroteaban sobre la nieve que no había deshecho la lluvia, mi pobre tío mandó que se abrieran de par en par los cuarterones de su alcoba, ya que no le era permitido hacer otro tanto con las puertas y ventanas para que entraran la luz y el aire en la abundancia que necesitaba él para salir a flote en aquella mar de angustias «que le ajogaba», por culpa del arrastrado mediquillo que parecía empeñado en matarle.
A ver, Cienfuegos, mediquillo, lúcete.
Vi en aquel mediquillo un ser creado por el prodigioso dibujante Alenza.
Y acto continuo el mediquillo salió de la capilla obscura donde se representaba tal escena, y se fue a buscar una aguja en un pajar, como él dijo, esto es, a buscar a Obdulia entre la multitud.
Aquel grupo de progresistas y socialistas serios miró en masa al mediquillo impertinente con desprecio.
No faltaron jaleadores, y sonaban las palmas mientras cantaba el mediquillo con voz ronca y melancolía de chulo:.
En punto a letras, las de su ciencia inclusive, don Robustiano no podía alzar el gallo a ningún mediquillo moderno de los que se morían de hambre en Vetusta.
El mediquillo vestía pantalón muy ajustado y combinaba sabiamente los cuernos que entonces se llevaban sobre la frente con los mechones que los toreros echan sobre las sienes.
Pero doña Anuncia se aburría en Loreto, donde no había sociedad, y el viaje, la vuelta a Vetusta, se precipitó contra los consejos del mediquillo grosero, que prodigaba los términos técnicos más transparentes.
Y por último -llegué a decirme-, si las teorías de ese mediquillo están bien fundadas, si la reconstitución del cuerpo degenerado y podrido ha de venir por la sangre pura de las extremidades, alguien ha de empezar esa obra eminentemente humanitaria y patriótica.
» y que tijeretas han de ser? Al fin y al cabo, ¿qué me importaba a mí que lo hubiera o no lo hubiera? Híceme estas preguntas, porque enlazando sus motivos con el efecto que me había causado la inesperada ocurrencia del empecatado mediquillo, cabía suponer la existencia, en que jamás había creído, de ciertas corrientes misteriosas por lo más hondo e inexplorado del corazón.
-¿Y no hay más mujeres en el mundo -dijo con entereza el mediquillo-, que las mozonas de Tablanca y las señoras de Madrid? Procure usted, señor don Marcelo -añadió en tono de la mayor sinceridad-, que la mujer elegida para compartir con usted el señorío de esta casa, se considere muy honrada y gananciosa en ello: con esto basta, y no dude que las de esta condición abundan a nuestro alcance.
Lo cierto era que si el simpático mediquillo no estaba en lo justo en cuanto afirmaba, debía de estarlo, y que causándome cierto rubor hasta las tentaciones de contradecirle en asertos tan honrados y tan hermosos, dime desde luego, si no por convencido, por puesto en camino de convencerme muy pronto.
Y entonces se enfrascó el simpático mediquillo de Tablanca en otra teoría, que no me vendió por nueva en el fondo.
Me miró entonces el mediquillo con cierta insistencia recelosa, cambió dos veces de postura en el sillón, sonrióse un poco y me dijo al fin:.
Pues cabalmente la sinceridad, y en su más alto grado, acompañada de un buen entendimiento, fue lo primero que yo eché de ver en el mediquillo de Tablanca.
Pues bien: precisamente en ese mismo peligroso trance fue donde empecé yo a vislumbrar la «cantera» de aquel mozo, despechugado y casi en ropas menores, mediquillo simple de una aldehuela sepultada entre montes, en presencia de un elegante de Madrid, harto de correr el mundo de los ricos desocupados, y no seguramente por lo que me dijo ni por lo que hizo, sino por todo lo contrario: por lo que se calló y por lo que no quiso hacer, o mejor todavía, por lo bien que supo callarse y estarse quieto, y escoger lo que me dijo y el modo de decirlo.
Sentámonos frente a frente en cómodos, aunque no ricos ni elegantes sillones, con una mesita entre los dos, cargada de papelejos, una plegadera, cajas de fósforos llenas y desocupadas, cenicero con colillas, una petaca de suela y una bolsa abierta de cirugía, y hubo primeramente las vaguedades acostumbradas en toda visita, después fumamos, sin dejar de hablar del tiempo, por lo inusitado de su relativa templanza, ni del juicio que iba formando yo de aquella tierra, para mí desconocida hasta entonces, luego tocamos el punto de las condiciones higiénicas del valle, y por este resquicio salió a relucir la quebrantada salud de mi tío Celso, sobre la cual tenía yo muchos deseos de hablar con el mediquillo aquél.
Como si adivinara mis deseos el mediquillo de Tablanca, en cuanto me tuvo a su lado sacó a plaza el asunto de este modo:.
Conoció al mediquillo de Tablanca y le abrazó muy regocijado y cariñoso, a mí me saludó con la cortesía y los ademanes de un gran señor, de los exquisitamente educados, porque los hay de ellos sin pizca de educación.
Por dónde me iba conduciendo el empecatado mediquillo de Tablanca, me sería imposible decirlo ni aun con el plano del terreno a la vista.
Me atreví a hablar de ambos particulares al mediquillo apenas salimos del caserón de don Pedro Nolasco.
Su visita fue breve, y nos despedimos muy afablemente, quedando yo muy complacido de aquel hallazgo en Tablanca, más por lo que se leía en la cara y en el aire del mediquillo, que por las ponderaciones que de sus prendas hizo mi tío al presentármelo.

© Todos los derechos reservados Buscapalabra.com

Ariiba