Ejemplos con malogro

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

A Fabio López le pareció el cuadro muy vistoso, y se detuvo unos momentos con el doble fin de contemplarle y de descubrir a sus sobrinos, o de ser visto por ellos. Sucedió lo último. Conoció la voz del apodado Juan Fernández, viole en seguida venir hacia la plancha tendida entre la escalera y el vapor, y bajó, con paso resuelto como quien pisa ya terreno conocido y hasta de su legítima propiedad. Entró en la ratonera, aprovechando el pretexto de algunos apóstrofes a su deudo para echar unas cuantas ojeadas al cuadro y empezar a orientarse de él, y no quedó pesaroso de la exploración. ¡Mucha mujer guapa había por allí! Fueran de allá, fueran de acá, fueran crema fina o fueran requesón, vulgar, ellas eran guapas, y en tratándose de mujeres guapas, no había que pararse en fronteras ni en jerarquías: todas eran de todas partes y para admiración y recreo de todos los hombres de buena voluntad y mejor gusto. Con este puntalillo en los ánimos, se sintió más brioso y se atrevió a un poco más: vio sitios desocupados en el castillete de proa, y fue en demanda de uno de ellos. Hervía aquel espacio de mujeres en animado revoltijo. Mejor para él: podía hartarse de mirar sin ser observado de nadie. Pues a mirar y empezando por lo de más cerca y más a tiro de los ojos: por los pies. ¡De lo bueno a lo superior, reconcho! Pero no se podía andar despacio ni en bromas con la vista por allí. Arriba con ella: el talle. Le tenía a él sin cuidado ese particular. Al otro piso... De molde, pero ¡fuera usted a saber!... Las caras. ¡Allí sí que no cabía engaño para él, que era ya perro viejo y sabía distinguir de colores! Podía certificar que había las necesarias para perder el gusto el hombre de más cachaza, puesto a escoger entre todas las de primera. ¡Canastos, cómo abundaban las de esta clase! Y los trajes eran vistosos y hasta elegantes, pero sencillos a más no poder. Le gustaba esta circunstancia. En cambio, los hombres, sobre todo los de cierta edad, tumbaban de espaldas: unos por carta de más, y otros por carta de menos... Volviendo a las mujeres, ninguna de ellas le era enteramente desconocida. A todas las había visto alguna vez, o en la playa o entre calles en lo que iba de verano, o desde que se habían vestido de largo, porque en el montón las había forasteras y de casa. Procediendo en el examen por comparación, buenas las hallaba entre las primeras, pero ¡cuidado con algunas de las segundas! Allí estaba, entre otras, la Africana de Brezales... ¡Reconcho, qué mujer aquélla!... En el mundo no se daba otra de más adobo picante... Buena era su hermana en clase de rubia, pero ¡quiá! ni con cien leguas... ¡Qué contraste el de las dos con las tres cotorras de Sotillo, que estaban a su lado charla que te charla con unas forasteras que conocía él mucho de vista! El segundo sobrino suyo, el sportman platónico, muy soplado de smoking y cuellos de pajarita, que se le había acercado momentos antes, deprisa y corriendo, porque lograba aquel vagar en sus tareas, le informó de que las que hablaban con las de Sotillo eran las de Gárgola, guapas chicas, amén de acaudaladas... Según el mismo informante, lo de Irene Brezales con Nino Casa-Gutiérrez había concluido, sin haber comenzado propiamente, y para que no le quedara a nadie la menor duda, estaba ella presente allí, convaleciendo de la enfermedad que le había costado el susto... El gran duque se había conformado con una indemnización de cinco mil duros. Se sabía esto porque él mismo había cobrado en el Banco un talón de esa cantidad, firmado por don Roque, y debió de publicarlo el dependiente que pagó... Bien le vendría la guita al hijo del personaje, que llevaba tres días de malas en la ruleta... porque había ruleta a diario, aunque se dijera otra cosa... En lo del malogro de la boda, punto para Pancho Vila.
Sentía esto mi padre, pronosticando el malogro de su hijo y de su casa, más yo,.
El amor religioso por un arte o una ciencia puede originar en los que le llevan infundido en las entrañas, extremos de veneración supersticiosa, que reprimen el impulso de la voluntad, mediante el cual aquel amor se haría activo y fecundo, y de este modo, militan, paradójicamente, entre las causas que concurren al malogro de la vocación.

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