Ejemplos con lubricidad

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

En estas obras, que se han interpretado como ataques satíricos a la anatomía femenina, de Kooning pintó con extravagante lubricidad.
Otras veces, cuando leía el conjuro de San Gregorio el Magno a la concupiscencia: , lejos de mí las antorchas de la libidinosidad, que la sucia lubricidad no se asiente en las articulaciones de mi cuerpo, la imagen de Angustias se me presentaba más linda, cándida y adorable que nunca, y mis brazos, involuntariamente, se tendían para asirla contra mi pecho.
Ochenta y cuatro cartas amorosas, leídas por el abogado de la familia Balmaceda, ochenta y cuatro cartas de «la mujer de fuego», como llamábase a sí misma en una de dichas misivas la señorita Waddington, cartas frenéticas, desnudas, locas de lubricidad, cartas que, según telegrafían de Bruselas periodistas parisienses, jamás las hubo tan quemantes, tan encendidas, tan pródigas en detalles íntimos.
Esto nos invita a comprender que la lubricidad, la fornicación existe incuestionablemente en cada una de las Nueve Infradimensiones Naturales bajo la corteza geológica de nuestro mundo.
Tenía tan desarrollados los atributos de la virilidad, que, ciertamente, más que un hombre, parecía el dios de la lubricidad.
Su llegada nos desconcertó, Licas se querelló ante Licurgo de nuestra fuga, pero este le cerró la boca contestándole secamente, y envalentonado yo, reproché, en voz alta y firme a Licas los ataques a mi pudor, ora en casa de Licurgo, ora en su propia casa, censurando su lubricidad brutal.
-iQué dices a esto-interroguele-, infame seductor, más vil que las cortesanas y de alma impura y manchada?- Afectando indignación y agitando amenazadoramente los brazos, exclamó en tono más alto que el mío, Ascylto:-¿Y hablas tú, gladiador obsceno, asesino de tu huésped, escapado de la arena del circo por milagro? ¿No callas aún, ladrón nocturno, violador de mujeres? ¿Y aún gritas tú, que un cierto bosque me has hecho servir de Ganimedes a tu lubricidad, como este muchacho te sirve ahora? -¿Por qué huiste de mí cuando hablaba con Agamenón?-le pregunté.
Y una ola de lubricidad enorme les envolvía a todos, substituyendo a la alegría con una brutal torpeza física que emanaba de los menores movimientos de sus cuerpos sudorosos.
No había en ella, como en la del farsante de marras, asomo de lubricidad, se trataba la cuestión de sus buenas carnes desde un punto de vista puramente antropológico.
Pálido, inmóvil, aplastado por esta revelación espantosa, deslumbrado por la belleza sobrehumana de aquella mujer que se desnudaba ante él con un impudor que le pareció sublime, terminó cayendo de rodillas ante ella como hacían los primeros cristianos ante aquellas puras y santas mártires que la persecución de los emperadores libraba en el circo a la sanguinaria lubricidad del populacho.
Después, cuando el rey volvió en sí, le contó toda la historia, y le dijo: ¡El que ha matado a tu hija es uno de los negros del rey Omar Al-Nemán, ese rey lleno de lubricidad que ha hecho lo que ha hecho con tu hija! Y el rey Hardobios, al oír estas palabras, vió que todo el mundo se oscurecía, y resolvió tomar una venganza terrible.
Describía todas las aberraciones de la lubricidad femenil en lo antiguo, en la Edad-media y en los tiempos modernos.
Así, aquel espectáculo de lubricidad desenvolvió en él un erotismo torpemente provocado, desarrollando precozmente sus pasiones amatorias.
Eso hacía, sin darse cuenta de que tomaba parte en aquellos furores de lubricidad con aires de pasión, la lascivia, la corrupción de su temperamento fuerte, extremoso y de un vigor insano en los extravíos voluptuosos.
Hombres y mujeres, jóvenes y viejos, todos estaban mezclados y revueltos unos con otros, desgreñados los cerdudos cabellos, rotas las sucias camisas, sueltos los grasientos pilquenes, medio vestidos los unos, desnudos los otros, sin pudor las hembras, sin vergüenza los machos, echando blanca babaza éstos, vomitando aquéllas, sucias y pintadas las caras, chispeantes de lubricidad los ojos de los que aún no habían perdido el conocimiento, lánguida la mirada de los que el mareo iba postrando ya, hediendo, gruñendo, vociferando, maldiciendo, riendo, llorando, acostados unos sobre otros, despachurrados, encogidos, estirados, parecían un grupo de reptiles asquerosos.
Mareaba verlos girar en torno del mogote, agitando la cabeza a derecha e izquierda, de arriba abajo, para atrás, para adelante, se ponían unos a otros las manos en los hombros excepto el que hacía cabeza, que batía los brazos, se soltaban, se volvían a unir formando una cadena, se atropellaban, quedando pegados como una rosca, se dislocaban, pataleaban, sudaban a mares, hedían a potro, hacían mil muecas, se besaban, se mordían, se tiraban manotones obscenos, se hacían colita, en fin, parecían cinco sátiros beodos, ostentando cínicos la resistencia del cuerpo y la lubricidad de sus pasiones.
Tenía una lubricidad incitante en la fisonomía.

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