Ejemplos con libracos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Después del estilo severo, la dama había de usar el sarcástico en esta forma: «Pero tú, ¿qué caso has de hacer de esta pobre mujer ignorante, que no ha ido a la Universidad, ni sabe leer esos libracos franceses? Claro, tú, destinado a reformar la sociedad, y a volverlo todo del revés, levantando lo que está caído y echando a rodar lo que está en pie, eres un grande hombre, un pozo de ciencia.
Para el que aspira a volver a la Naturaleza, a la realidad de que le ha separado el sucio charco de tinta, el almacén de signos muertos que los dómines amontonan, para el que busca las fuentes fecundas del mundo y de su propia conciencia, lo urgente es raspar la tiña contagiada en los bancos de escuela, olvidar los libracos elementales, pedantes y embusteros como ellos solos, enderezar la razón enviciada, sometida a una docilidad ignominiosa, cauterizar las llagas de pereza y deshonestidad intelectual adquiridas en clase, galvanizar la médula yerta y erguir el espinazo, resucitar la admiración y la curiosidad aletargadas al canturreo de las lecciones.
No tentándole gran cosa los libracos de su carrera, resolviose a dejarla en el punto en que la tenía cuando los tristes acontecimientos de Peleches le obligaron a trasladarse a su casa solar, pero como se había dejado por allá, en vías de buen arreglo, cierto asunto que nada tenía que ver con la heredada hacienda ni con los afanes universitarios, encomendando el caserón nativo y todas sus pertenencias, muebles e inmuebles, al cuidado de una persona de su confianza, y sin pagarse mucho, por entonces, de los libres y salutíferos aires patrios, aunque a reserva de volver a henchirse de ellos tan pronto como lo necesitara, tornose a la ciudad, que era Sevilla.
Nadie de los seis sabe una palabra de esas cosas, pero el señor de Provedaño sabe de memoria libracos enteros, y enjareta en voz alta y resonante medio poema del Mio Cid.
¿Qué ha de suceder? Se alienta al primero que pasa por delante del público, a que cultive la novela, a que contribuya a este renacimiento de la prosa castellana: ¡rayo de Dios en la prosa y en el renacimiento! ¿Estamos locos, señores? ¿Ustedes olvidan quiénes somos, de quién descendemos? Esos libracos que a docenas vomita la imprenta, ¿cómo han de ser de la raza de aquellos otros en que brilló el ingenio español, admirado por todo el mundo?.
¿Seguir a quién? ¡Si él no tenía bastante fe, ni mucho menos! ¡Si dudaba, dudaba mucho, y con un desorden de ideas que le hacía imposible aclarar sus dudas y volver a creer a macha-martillo! Aquellos libracos, que había leído con avidez para hacerse todo lo sabio posible, a fin de preparar la educación del hijo, le habían producido, en suma, una indigestión intelectual de negaciones.

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