Ejemplos con liberales

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

En vano se habían hecho revoluciones en España y aclamado leyes liberales que reconocían la igualdad de todos los españoles, el , al pasar a la Península, era un ciudadano como los otros, pero en Mallorca era un réprobo, una especie de apestado, que sólo podía emparentar con los suyos.
El general Ortega era un iluso, al que recibía doña Juana con novelesco misterio, vestida de blanco en un salón casi a obscuras, hablándole con voz dulce de ultratumba, como si fuese el ángel del pasado, de la necesidad de volver España a sus antiguas costumbres, barriendo a los liberales y restableciendo el gobierno de los caballeros.
Buen mozodecía de él, buen caballero, pero igual casi a los liberales.
Y digo de conveniencia, porque en sus expansiones con el coronel solía decirle: Me gustan los liberales porque con ellos hablan todos y de todo cuanto les da la gana.
Ya no es hombre que ama las situaciones liberales porque en ellas cada uno puede hablar de cuanto le acomode, aunque no lo entienda , al contrario, es apasionado defensor de los gobiernos , que sin negar al tiempo las libertades que le corresponden, sostengan a cada uno en su esfera, y no alimenten, en.
Pasaba por reaccionario entre los liberales, y entre los reaccionarios por liberal, no había situación política buena para él mientras imperasen sus ideas, ni mala cuando no imperaban.
Se me dirá por algunos que en esa capilla se dice la primera misa en los días festivos, por lo cual es, hasta cierto punto, una necesidad para el vecindario la conservación de ese pequeño templo, pero, señores, lo cierto es también que esa necesidad es puramente moral, al paso que la otra se toca y se palpa, y afecta a la hacienda y hasta a la vida de muchos de nosotros, de nosotros, señores, que somos muy liberales.
Dígole a usted, señorita, que si se ganasen los grados por no tener asco a los pepinillos liberales, nadie los ganaría mejor que Don Ignacio.
Como veinte años antes de la historia que vamos narrando, llegaron a la ciudad donde sucedió, un caballero de mediana edad y su esposa, nacidos ambos en España, de donde, en fuerza de cierta indómita condición del honrado don Manuel del Valle, que le hizo mal mirado de las gentes del poder como cabecilla y vocero de las ideas liberales, decidió al fin salir el señor don Manuel, no tanto porque no le bastase al Sustento su humilde mesa de abogado de provincia, cuanto porque siempre tenía, por moverse o por estarse quedo, al guindilla, como llaman allá al policía, encima, y porque, a consecuencia de querer la libertad limpia y para buenos fines, se quedó con tan pocos amigos entre los mismos que parecían defenderla, y lo miraban como a un celador enojoso, que esto más le ayudó a determinar, de un golpe de cabeza, venir a las Repúblicas de América , imaginando, que donde no había reina liviana, no habría gente oprimida, ni aquella trabilla de cortesanos perezosos y aduladores, que a don Manuel le parecían vergüenza rematada de su especie, y, por ser hombre él, como un pecado propio.
No había más qué leer los papeles liberales, enterarse de los escándalos que habían provocado, hasta en Madrid, las palabras y los actos del Padre Paulí, para convencerse de que nadie trabajaba como él por la causa de Dios.
Aun así, le restaba una fortuna considerable a la Iglesia Primada, y mantenía su esplendor como si nada hubiese ocurrido, pero el señor Esteban husmeaba el peligro desde el fondo de su jardín, enterándose por los canónigos de las conspiraciones liberales y de los fusilamientos, horcas y destierros a que tenía que apelar el señor rey don Fernando para contener la audacia de los negros , enemigos de la monarquía y la Iglesia.
Arrinconado en su palacio por los liberales, como su antecesor lo había sido por los absolutistas, tomó el partido de morirse, para no presenciar tantos atentados contra la fortuna sagrada de la iglesia.
Era necesario , conciliar todas las voluntades, ahuyentar todos los escrúpulos, ahondar en cualquier rincón en que pudiera encontrarse un ochavo, escarbar en todo muladar en que pudiera hallarse un pelotón de hilas sucias, agotar todos los recursos de fiestas, bailes, toros, beneficios, francachelas y festivales, con que la caridad moderna ha encontrado el secreto de enjugar las lágrimas, al mismo tiempo que ensancha los corazones, refocila los estómagos y estira las piernas ¡Socorrer a los heridos del Norte! ¡Qué anzuelo tan a propósito para pescar desde las carlistas más recalcitrantes hasta las liberales más radicales! Por eso había pensado él, para dar aquel barrido general y definitivo, en un gran baile, una fiesta sonada y famosísima, de , que debía dar , Curra, convidando a todo el Madrid explotable, desde la presidenta consorte del comité carlista, hasta la ministra cesante, esposa dignísima del excelentísimo señor don Juan Antonio Martínez Y allí, al calorcillo del champagne, que ablanda los corazones compasivos, bajo la influencia de las vanidades estimuladas que excitan el deseo de figurar, tender la red de la caridad, echar el anzuelo de los infelices heridos del Norte y pescar de una sola redada entre las mallas de la asociación de señoras a todo el Madrid femenino capaz de soltar la mosca Celebraríase luego una junta general preparatoria en casa de Butrón mismo, presidida por Genoveva, y en ella había de presentarse y aprobarse por sorpresa la candidatura de una junta directiva, preparada ya antes, en que entrasen todos los elementos tan hábilmente combinados, que el partido restaurador tuviese mayoría y pudiera Butrón, entre bastidores, manejar a la Junta y a la Asociación entera con la misma facilidad con que se maneja el manubrio de un organillo.
Ambos somos más liberales que Riego, ambos somos más despreocupados que el autor del , libro que V.
Los periódicos han cogido el derrumbado fragmento, y han apedreado con él a los liberales.
Porque mirosté, maestro, lo que les atufa es el aquel de haber estado mi endivido en Cartagena Y yo digo que a mucha honra, ¡re-hostia! Allí estábamos los verídicos liberales.
Harto sabía, además, que no todas habían nacido en doradas cunas, y que la finura es lo que constituye la verdadera aristocracia en estos tiempos liberales.
Cogió la hucha de la vieja treinta reales, y mas rica y mas alegre que una pascua de flores, antecogió sus corderas, y fuese en casa del señor tiniente, quedando que otro dia volveria con su manada a dar contento a aquellos tan liberales señores.

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