Ejemplos con jefes

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Los jefes de los diversos grupos electorales preferían ser engañados sirviendo al Gobierno, a ser servidos a medias por un charlatán con el desacreditado título de candidato.
Según las noticias traídas por los doce encapotados, que conocían el distrito como la palma de la mano, y acababan de recorrerle todo, cumpliendo previas y acertadas instrucciones de los seis jefes, presentes también, la batalla iba a ser muy reñida, y ofrecía un éxito muy dudoso.
Los jefes, embriagados por el estrépito, daban sus órdenes a gritos, agitaban los brazos paseando por detrás de las piezas.
¡Había visto tanto! Los procedimientos terroríficos de la invasión, la falta de escrúpulos de los jefes alemanes, la tranquilidad con que los submarinos echaban a pique buques pacíficos cargados de viajeros indefensos, las hazañas de los aviadores, que a dos mil metros de altura arrojaban bombas sobre las ciudades abiertas, destrozando mujeres y niños, le hacían recordar como sucesos sin importancia los atentados del terrorismo revolucionario que años antes provocaban su indignación.
Cuando sus jefes necesitaban un hombre de confianza, decían invariablemente: Que llamen al sargento Desnoyers.
Un valienteafirmó con orgullo, considerando como propios los actos de su compañero, un verdadero héroe: y yo, Madama Desnoyers, entiendo algo de esto Sus jefes saben apreciarle.
Los jefes salían un poco del aislamiento en que los mantenía su altivez y se dignaban conversar con sus hombres para infundirles ánimo.
Una palabra dura de los jefes, un golpe de silbato, y todos se agrupaban, desapareciendo el hombre en el espesor de la masa de autómatas.
Y su duda hacía aún más dolorosa la marcha incesante, una marcha que duraba día y noche con sólo breves descansos, alarmados los jefes de cuerpo a todas horas por el temor de verse cortados y separados del resto del ejército.
Podían exigir el sacrificio de su vida, ¡pero ordenarles que marchasen día y noche, siempre huyendo del enemigo, cuando no se consideraban derrotados, cuando sentían gruñir en su interior la cólera feroz, madre del heroísmo! Las miradas de desesperación buscaban al oficial inmediato, a los jefes, al mismo coronel.
Los jefes adivinaban el estado de ánimo de sus hombres.
Pero los robos autorizados por los jefes, los saqueos en masa por orden superior, seguidos del incendio, le parecían tan inauditos, que permanecía silencioso, como si la estupefacción paralizase su pensamiento.
No sentía miedo a la muerte: lo único que le aterraba era la servidumbre militar, el uniforme, la obediencia mecánica a toque de trompeta, la supeditación ciega a los jefes.
Pero ¿y los jefes? ¿Dónde estaban los jefes para marchar a la victoria?.
Elegido por la Naturaleza para mandar a las razas eunucas, posee todas las virtudes que distinguen a los jefes.
Era casi un sirviente, un inmigrante rubio tirando a rojo, carnudo, algo pesado y con ojos bovinos que reflejaban un eterno miedo a desagradar a sus jefes.
En la prisión se reunió con otros funcionarios de policía y muchos jefes y oficiales que representaban a la justicia militar.
La policía había conocido su presencia en Francia por una carta que le dirigían sus jefes desde Barcelona, torpemente desfigurada, escrita con arreglo a una clave cuyo misterio estaba descubierto por el contraespionaje francés mucho tiempo antes.
Luego se arrepintió, por los escrúpulos de una caballerosidad absurda Además, tendría que explicar su pasado a los jefes de Brest, que apenas le conocían.
Además, sus jefes estaban enemistados.
Ascendía a Roger de Flor a la dignidad de César, pero lo obligaba a volver atrás, intentando al mismo tiempo introducir la discordia entre los jefes de la expedición.
Moría Poncio de Santapáu, el almirante catalán, moría después el almirante valenciano Bernardo Ripoll, y la pérdida de estos jefes daba la victoria a los de Génova.
Temístocles y Periclesañadíafueron jefes de escuadra, que luego de mandar buques gobernaron a su país.
Pero habiendo recibido muchas heridas en sus campañas, heridas de las que todavía sufre, pidió su licencia para retirarse a descansar de los trabajos de la guerra, y sus jefes se la concedieron con muchas recomendaciones.
Y tan había decidido la guerra él solo, que a los jefes principales de aquella lucha, a los generales Máximo Gómez y Antonio Maceo, los fue a buscar, y lo que no habían decidido ellos, él hubo de decidirlo y fue él solo, él quien sacó de su inacción a tales hombres y en la aventura los embarcó.
Desaparecen los municipios libres, sus defensores suben al cadalso en Castilla y en Valencia, el español abandona el arado y el telar para correr el mundo con el arcabuz al hombro, las milicias ciudadanas se transforman en tercios que se baten en toda Europa sin saber por qué ni para qué, las ciudades industriosas descienden a ser aldeas, las iglesias se tornan conventos, el clérigo popular y tolerante se convierte en fraile, que copia, por imitación servil, el fanatismo germánico, los campos quedan yermos por falta de brazos, sueñan los pobres con hacerse ricos en el saqueo de una ciudad enemiga, y abandonan el trabajo, la burguesía industriosa se convierte en plantel de covachuelistas y golillas, abandonando el comercio como ocupación vil, propia de herejes, y los ejércitos mercenarios de España, tan invictos y gloriosos como desarrapados, sin más paga que el robo y en continua sublevación contra los jefes, infestan nuestro país con un hampa miserable, de la que salen el espadachín, el pordiosero con trabuco, el salteador de caminos, el santero andante, el hidalgo hambrón y todos los personajes que después recogió la novela picaresca.
Se había imaginado encontrar algo semejante a las antiguas expediciones de las Cruzadas: soldados que peleaban por el ideal, que hincaban la rodilla antes de entrar en combate para que Dios estuviera con ellos, y por la noche, después de ardientes plegarias, dormían con el puro sueño del asceta, y se encontraba con rebaños armados indóciles al pastor, incapaces del fanatismo que corre ciego a la muerte, ganosos de que la guerra se prolongase todo lo posible para mantener la existencia de holganza errante a costa del país, que ellos creían la más perfecta, gentes que a la vista del vino, de las hembras o de la riqueza se desbandaban, hambrientas, atrepellando a sus jefes.
—¡Figúrate, por ejemplo, lo que pasaría en Madrid si mil o dos mil personas se dedicasen a escribir anónimos a todos los maridos engañados, a todas las mujeres vendidas, a todos los que tienen amigos falsos, a cuantos son objeto de murmuraciones, a los jefes de quienes se burlan los subalternos, a los robados por personas de quienes no sospechan, y a todos los que viven de ilusiones o bañándose en las aguas del olvido!—Pues añade el pasquín.
Les conozco bien Todos los jefes no van más que a hacer su pella El día en que haya un gobierno que les quiera comprar, se acabó la guerra.

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