Ejemplos con insultaba

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Como Bart quedaba de espaldas a la bandera y con su trasero apuntándole, todos comienzan a decir que el niño insultaba a su propia bandera.
Inmediatamente Ruggeri presentó su renuncia tras los resultados negativos y además por la pésima relación que tenía con la hinchada de Independiente que lo insultaba y mucho ante la mínima adversidad que se presentara en un partido.
Cuando Ní Mháille se enteró de esto, juró no volver a hablarle a Murrough de nuevo por el resto de su vida, e incluso lo insultaba.
Cuando en su presencia se insultaba acerbamente al difunto caballero, rompía a llorar descorazonada al sentirse impotente para defenderle de aquellas furias, y un lejano temor de que por haberla amado a ella purgase alguna injusticia el alma de aquel hombre la llenaba de sobresalto.
El tío le insultaba con las peores palabras o le inducía con promesas de seguridad.
Se insultaba fríamente, y para aminorar su culpa, incluía en esta vergüenza a todos sus semejantes.
Le insultaba, buscando en su faja un arma para herirle.
El corcovadito la aborrecía de muerte, como a todos cuantos se oponían a sus caprichos y deseos, y a la menor corrección la insultaba con dichos y palabras de taberna.
Su delito consistía en haber dado un ligero golpe a su sargento, en ocasión que éste lo insultaba por cuestión de amores!!!.
Era, en efecto, grande e irreducible el ansia que tenía de tomar a Atenas, bien fuese por una cierta emulación con una ciudad cuya gloria parecía hacer sombra, o bien por encono e irritación, a causa de las burlas y denuestos con que para irritarle los insultaba cada día, a él mismo y a Metela, desde las murallas, el tirano Aristión, cuya alma era un compuesto de lascivia y crueldad, a las que había reunido todos los vicios y pasiones de Mitridates, éste era el que estaba reduciendo a los mayores extremos, como a una enfermedad mortal, a una ciudad que había podido salvarse hasta entonces de mil guerras y de muchas tiranías y sediciones.
Quien en el trato ordinario no respeta la hacienda ajena, ¿creéis que procederá con pureza cuando maneje el erario de la nación? El hombre de mala fe, sin convicciones de ninguna clase, sin religión, sin moral, ¿creéis que será consecuente en los principios político que aparenta profesar, y que en sus palabras y promesas puede descansar tranquilo el Gobierno que se vale de sus servicios? El epicúreo por sistema que en su pueblo insultaba sin pudor el decoro público, siendo mal marido y mal padre, ¿creéis que renunciará a su libertinaje cuando se vea elevado a la magistratura y que de su corrupción y procacidad nada tendrán que temer la inocencia y la fortuna de los buenos, nada que esperar la insolencia y la injusticia de los malos? Y nada de esto dicen los periódicos, nada pueden decir, aunque les conste a los escritores sin ningún género de duda.
Y pasó en este momento, montado en un soberbio caballo, un maturrango, quien, lastimado en asentaderas y bamboleándose en el recado, insultaba al animal, tratándolo de mancarrón.
Y con los ojos, al decir esto, se lo comía, y le insultaba llamándole con las agujas de las pupilas idiota, Juan Lanas y cosas peores.
Vetusta le insultaba, le escarnecía, le despreciaba, después de haberle levantado un trono de admiración, y ella, ella que le debía su honra, su religión, lo más precioso, le abandonaba y le olvidaba también.
Pero a todo esto los demás niños de la escuela no podían soportar a Agib, que les pegaba y les insultaba y les decía: ¿Cuál de vosotros puede compararse conmigo? Mi padre es el visir de Egipto.
Después dijo un refrán desvergonzado en que se insultaba a su madre y a ella, según comprendió mucho más tarde, porque entonces no entendía aquellas palabras.
Y tan solo ante la idea de renuncia semejante, de un desistimiento tal de su parte, herido de muerte su orgullo y su amor propio, en una brusca reacción sublevábase entonces indignado, se insultaba, se injuriaba, acumulaba palabras afrentosas sobre su propio nombre, se llamaba débil, ruin, cobarde, y sacando nuevo aliento, retemplando su valor y su entereza al calor de la pasión enardecida, todo ese mundo de bajos sentimientos fatalmente encarnados en su pecho, el rencor, la envidia, el odio, la venganza, acababan por despertarse más vivaces, por primar de nuevo en él con la invencible exclusión de lo absoluto.
Y como no le hacían caso, y se reían de ella y hasta la dejaban sola, para correr por la casa y refrescar y tocar el piano y cantar, toda vez que ella misma confesaba que no le dolía nada, se tiraba la dama encinta de los pelos, insultaba medio en broma, medio en veras, a sus amigas y amigos llamándolos verdugos, y proponiéndoles que pariesen por ella y que verían.
Además, Emma cuando le insultaba, se repetía, sí, se repetía cien y cien veces, y aquello le llegaba a marear.

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