Ejemplos con inofensivas

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Siendo acusadas por sus críticos de promoción de enfermedades, en algunos casos, al contribuir supuestamente a medicalizar los problemas derivados del modo de vida actual, al llamar la atención sobre condiciones o enfermedades frecuentemente inofensivas con objeto de incrementar la venta de medicamentos.
Las mayoría son inofensivas, pero entre los peligrosas están la cascabel y el coralillo, atacando sin provocación.
Un buen ejemplo lo ofrecen las moscas de las familias Syrphidae o Bombyliidae, frecuentadoras de las flores, sobre las que son confundidas fácilmente con avispas o abejas, o también las serpientes inofensivas que se asemejan a las de coral.
En el mimetismo batesiano especies inofensivas adoptan el aspecto de otra peligrosa, ganando así cierta ventaja defensiva.
Pero, a diferencia de los ectoparásitos, estas especies son inofensivas para su huésped pues se alimentan de los deshechos circundantes en el medio y principalmente de bacterias.
No son agresivas y no muerden, son totalmente inofensivas para los humanos.
Aunque la gran mayoría de las bacterias son inofensivas o benéficas, pocas bacterias son patógenas.
En general se las considera inofensivas e incluso beneficiosas por su labor polinizadora.
Desde la perspectiva terapéutica, existe ya una gran cantidad de estudios que demuestran que las dos vertientes de Estimulación Magnética Transcraneana, la EMT y la EMTr, tienen las grandes virtudes de ser inofensivas más no inocuas, esto es, que tiene efectividad pero pueden ser catalogadas como seguras, sin embargo, diversas medidas han de adoptarse para garantizar tal seguridad.
Algunas son feroces, otras inofensivas y todas ellas extrañas, además de tener algo más en común: éste no es su sitio.
Pero al igual que muchos animales, aunque parezcan inofensivas si son molestadas estas pueden morder, y transmitir enfermedades zoonóticas, como la fiebre por garrapatas de Colorado, una enfermedad causada por un virus de la familia Coltivirus.
La misteriosa amenaza pareció infundir temor en las primas, que se limitaron por entonces a inofensivas travesuras, a algún plumerazo más o menos.
¡La impaciencia! ¿No era esta palabra el colmo de la burla que estaba haciendo de mí aquel hombre? a responder comenzaba, no sé qué cosas, de oportunidad, aunque estudiando mucho las palabras antes de emplearlas para elegir las más inofensivas, cuando me atajó con estas otras:.
Allá en mis tiempos de periodista, esto es, ha más de un cuarto de siglo, alguna chilindrina mía, de esas chilindrinas bestialmente inofensivas, debió indigestársele al gobernante de mi tierra, pues sin más ni menos, me encontré de la noche a la mañana enjaulado en el presidio o Casamata del Callao, en amor y compaña con un cardumen de revolucionarios o pecadores políticos.
Por vía de precaución, o acaso con el siniestro fin de alejar a los importunos músicos que a la parte ulterior del foso, y hacia el punto que correspondía a la aldea de San Félix de Briones, cantaban a porfía al son de rústicas zampoñas, serenatas, endechas y epitalamios en obsequio de los recién casados, lo cual constituía un estrépito atronador e indecible, con uno u otro fin, repetimos, no faltó tampoco un doméstico mal intencionado que soltara o hiciese soltar toda la jauría de mastines hambrientos sobre aquellas pobres e inofensivas gentes que tanto importunaran con sus músicas sempiternas, importando por demás bien poco las consecuencias que de tal lance pudieran sobrevenir luego.
Los huracanes populares se forman casi siempre de la manera más extraña: gentes inofensivas que caminaban por la calle más de prisa que lo acostumbrado, rostros pálidos y miradas en las cuales se pintaba el temor y la curiosidad, el afán de lo desconocido, noticias extraordinarias, absurdas tal vez, que parecen circular por sí solas en las ondas del aire, de barrio en barrio, de grupo en grupo, de oído en oído, diez curiosos detenidos delante de un edificio, porque en él hay algo de lo que estorba al común anhelo, otros diez que se detienen después por la misma causa, y luego otros tantos, y enseguida ciento, y mil, y más, hasta que ya no se cabe, y empiezan, con el roce y el tufillo de las muchedumbres, el escozor de la curiosidad no satisfecha y la inquietud nerviosa en cada burbujita, que luego engendra el lento bamboleo de toda la masa, y el bamboleo, la hinchazón de las olas, las olas, el choque, el estruendo, y la espuma, y al fin, el desastre.
Es que basta que, en esta tierra de libertad y de trabajo, se encuentren y se conozcan razas enemistadas hasta no perder ocasión, en su patria, de degollarse mutuamente, para que se estimen y hasta se quieran, fraternicen y se mezclen, como los armenios, musulmanes y cristianos que aquí venden en pacífica sociedad las mismas inofensivas chucherías.
Los fragmentos de madera, las hojas, flores y frutas, reliquias de la pasada fiesta, que vagan mansamente en la superficie de las aguas, sobresaltan a veces a los peces y patos y los obligan a huir, pero al verlas inofensivas, les pierden al fin el miedo y terminan por familiarizarse con ellas: peces hay que persiguen las flores, jugueteando alegres, o que adentellan las frutas y las sumergen hasta el fondo, donde desaparecen en un instante devoradas por un enjambre de chicuelos.
La humedad aumentaba, y en las peñas vi légamos verdosos donde se deslizaban culebras de pintada piel, inofensivas.
En efecto, ¿cómo impedir que la luz que emanaba de las ciencias inferiores penetrase a su vez en las ciencias superiores? ¿Cómo lograr que los mismos para quienes los más sorprendentes fenómenos astronómicos quedaban explicados como una ley de la naturaleza, es decir, con la enunciación de un hecho general, que él mismo no es otra cosa que una propiedad inseparable de la materia, pudiese no tratar de introducir este mismo espíritu de explicaciones positivas en las demás ciencias, y por consiguiente en la política? ¿Cómo los encargados de la educación pueden, todavía hoy, llegar a creer que los que han visto encadenar el rayo, que fue por tantos siglos el arma predilecta de los dioses, haciéndolo bajar humilde e impotente al encuentro de una punta metálica elevada en la atmósfera, no hayan de buscar con avidez otros triunfos semejantes en los demás ramos del saber humano? ¿Cómo pudieron no ver que a medida que las explicaciones sobrenaturales iban siendo substituidas por leyes naturales, y la intervención humana creciendo en proporción en todas las ciencias, la ciencia de la política iría también emancipándose, cada vez más y más, de la teología? Si el clero hubiera podido ver en aquel tiempo, con la claridad que hoy percibimos nosotros, la funesta brecha que esas investigaciones científicas al parecer tan indiferentes e inofensivas iban abriendo en el complicado edificio que a tanta costa había logrado levantar, y que con tanto empeño procuraba conservar, si él hubiera llegado a comprender la íntima y necesaria relación que liga entre sí todos los progresos de la inteligencia humana, y que haciéndolos todos solidarios no permite que por una parte se avance y por otra se retroceda, o siquiera se permanezca estacionario, sino que comunicando el impulso a todas partes, hace que todas marchen a la vez, aunque con desigual velocidad según el grado de complicación de los conocimientos correspondientes, si él hubiera reflexionado que, estando comunicados entre sí todos los diversos departamentos del grandioso palacio del alma, la luz que se introdujese en cualquiera de ellos debía necesariamente irradiar a los demás y hacer poco a poco percibir, cada vez menos confusamente, verdades inesperadas que una impenetrable oscuridad podía sólo mantener ocultas, pero que una vez vislumbradas por algunos, irían cautivando las miradas de la multitud, a medida que nuevas luces, suscitadas por las primeras, fueran apareciendo por diversos puntos, se habría apresurado sin duda a matar esas luces dondequiera que pudieran presentarse y por inconexas que pudiesen parecer con la doctrina que se deseaba salvar.
-Los pájaros, prosiguió el anciano, nos alegran con sus cantos, destruyen en los campos mil insectos dañinos para nuestras cosechas y las hormigas son trabajadoras e inofensivas.
En las diligencias venían generalmente pasajeros armados hasta los dientes, con la decisión de matar a Moreira si les salía al camino, pero al encontrarse con el gaucho olvidaban por completo su propósito y las armas permanecían inofensivas en sus manos heladas por el espanto.
Pensaba en Vicenta, pensaba en su hijo que tal vez fuesen las víctimas inofensivas de su acción, y de sus ojos caían silenciosas las lágrimas que iban a perderse entre la seda de su barba, después de haber resbalado por la fiebre de sus mejillas.
Para bromitas -ya que hay quienes se entretienen en poner bombas inofensivas de diversos colores y, lo que es peor, de olores que no son de ámbar,- para bromitas, la que le han gastado al anarquista Paint.
Pero no era necesaria tan ruidosa excitación para que las inofensivas bestias dieran al traste con la formalidad, pues no bien sus pezuñas hollaron el blando suelo de la mies, toda la extensión de la vega les pareció poco para campo de su regocijo.
Don serafín, lisonjeado por las ruidosas muestras de aprobación de sus subalternos, soltó aún tres o cuatro inofensivas cuchufletas, cuando de pronto el preso que no había apartado un instante del rostro sonriente del vicedirector la mirada acerada y dura de sus grandes ojos azules, dio un salto de tigre hacia adelante, y de un vigoroso puñetazo asestado en la mitad del pecho envió la obesa personilla de don Serafín a cuatro pasos de distancia, donde tropezó y cayó de espaldas dentro de un pequeño estanque que había en el centro del patio.
A la entrada del poblado, y enclavado en el camino, se ve un edificio que, si en la parte alta aspira pomposamente a ser fonda, en la planta baja no quiere ser taberna, sin conseguir ninguna de ambas inofensivas pretensiones.
Ni las personas más inofensivas estaban libres de sus burlas, siendo principal blanco de ellas el ministro de Negocios Extranjeros del rey Venturoso, cuya gravedad, entono y cortas luces, así como lo detestablemente que hablaba el sanscrito, lengua diplomática de entonces, se prestaban algo al escarnio y a los chistes.
Un sobrino, ambicioso y activo, iba captándose las simpatías del pueblo y de la nobleza militar, y si no desposeía a su tío, era porque le consideraba entregado a inofensivas manías e incapaz de estorbar en nada.
Era su hechura sencilla y mezquina, a la griega, moda que había entronizado la revolución de Francia, poniéndola a la orden del día con el gorro frigio los nombres de Antenor, Anacarsis, Temístocles, Arístides, y otras cosas menos inofensivas.

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