Ejemplos con infundiendo

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

En contraste, la noticia de la victoria de Trajalongo se propagaba entre las tribus de todos los valles cercanos a Santiago, infundiendo renovado entusiasmo en la nación indígena.
A los que se sumaron los italianos, que cargados de ilusiones llegaron a Uruguay, infundiendo pasión y trabajo, destacamos a los: Milano, Larghero, Nocetti, Leone, Fioritto, Meistro, Burccio, Zin, Buffa, Campioni, Perazza, Scarenzio, Scavino, Zanelli, Raticelli, Barbieri, Cortalezzi, y más tarde Bevilacqua, Rozza, Petre, Fusatti , Guidi, y descendientes de Tovagliari, Buzetta, Brunasso, entre varios, imponiendo su estilo de vida en las próximas generaciones de ecildenses.
Además de que proveía de víctimas para los sacrificios humanos y controlaba la población evitando el aumento de la población e infundiendo el miedo para evitar que se revelaran contra los Aztecas.
La fábula, muy breve, relata cómo los montes dan terribles signos de estar a punto de dar a luz, infundiendo pánico a quienes los escuchan.
Las aclamaciones abrasaban el aire, infundiendo en las almas el fuego de una nueva vida.
La figura de Novaliches, dando el rostro a la impopularidad para defender lo irremisiblemente perdido, infundiendo a sus tropas un ficticio entusiasmo y peleando contra la Libertad hasta quedar fuera de combate, es digna del mayor respeto, y aun de admiración.
El enano huyó también dando gritos, y a poco la servidumbre entera del palacio corría por todas partes azorada, abriendo y cerrando puertas, e infundiendo la alarma por todo el vecindario.
Me has contagiado de tantas cosas, que no dudo he de adquirir la fe que tú, sólo con mirarme, me estás infundiendo.
Pero este malestar era insignificante comparado con otro que desde la mañana principió a atormentarnos, la sed, que todo lo destruye, alma y cuerpo, infundiendo una rabia inútil para la guerra, porque no se sacia matando.
El mar alegre, la tierra jocunda, el aire claro, sólo tal vez turbio del humo de la artillería, parece que iba infundiendo y engendrando gusto súbito en todas las gentes.
Así siempre se le veía por alto a causa de la caballería enemiga, poniendo sus reales en lugares montañosos, en reposo, si Aníbal se estaba quieto, y si éste se movía siguiéndole alrededor de las eminencias, y apareciéndose siempre en disposición de que no se le pudiera obligar a pelear sí no quería, pero infundiendo al mismo tiempo miedo a los enemigos con aquel cuidado, como si les fuese a presentar batalla.
Libre ya y expedito, desenvainó la espada y corrió por medio de las filas en busca de los enemigos, infundiendo aliento y emulación a los demás combatientes.
En todos los demás puntos venció fácilmente Pompeyo luego que marchó con sus tropas, pero en Módena de la Galia se detuvo al frente de Bruto largo tiempo, durante el cual, cayendo Lépido sobre Roma, y acampándose a sus puertas, pedía el segundo consulado, infundiendo terror con un gran tropel de gente a los ciudadanos que estaban dentro, mas disipó este miedo una carta de Pompeyo, de la que aparecía que sin batalla había acabado la guerra, porque Bruto, o entregando él mismo su ejército, o habiéndole hecho éste traición, mudó de partido, puso su persona a disposición de Pompeyo, y con escolta que se le dio de caballería se retiró a una aldea, orillas del Po, donde sin mediar más que un día se le quitó la vida, habiendo Pompeyo enviado allá a Geminio.
Pues pasada poco más de media hora, volví en mí, y me hallé, mal digo, no me hallé, pues me hallé perdida, y tan perdida, que no me supe ni pude volver ni podré ganarme jamás y infundiendo en mí mi agravio una mortífera rabia, lo que en otra mujer pudiera causar lágrimas y desesperaciones, en mí fue un furor diabólico, con el cual, desasiéndome de sus infames lazos, arremetí a la espada que tenía a la cabecera de la cama, y sacándola de la vaina, se la fui a envainar en el cuerpo, hurtóle al golpe, y no fue milagro, que estaba diestro en hurtar, y abrazándose conmigo, me quitó la espada, que me la iba a entrar por el cuerpo por haber errado el del infame, diciendo de esta suerte: «Traidor, me vengo en mí, pues no he podido en ti, que las mujeres como yo así vengan sus agravios.
Dos niños vinieron a consolarla al cabo, infundiendo algún interés a su existencia.
La figura de Novaliches, dando el rostro a la impopularidad para defender lo irremisiblemente perdido, infundiendo a sus tropas un ficticio entusiasmo y peleando contra la Libertad hasta quedar fuera de combate, es digna del mayor respeto, y aun de admiración.
Era el alma de Beethoven, ruiseñor inmortal, poesía eternamente insepulta, como larva de un héroe muerto y olvidado en el campo de batalla, era el alma de Beethoven lo que vibraba, llenando los ámbitos del Circo y llenando los espíritus de la ideal melodía, edificante y seria de su música única, como un contagio, la poesía sin palabras, el ensueño místico del arte, iba dominando a los que oían, cual si un céfiro musical, volando sobre la sala, subiendo de las butacas a los palcos y a las galerías, fuese, con su dulzura, con su perfume de sonidos, infundiendo en todos el suave adormecimiento de la vaga contemplación extática de la belleza rítmica.
Los jurados, y sobre todo, el joven caballero, confundidos todos por la impresión que les produjera aquella mujer diabólica, dejaban traslucir en su muda, pero elocuente sorpresa, una marcada indignación que sublevara los ánimos, infundiendo un sombrío pánico, al paso que una excitación alarmante, devoradora e inquieta.
Todo esto que contemplo con una avidez insaciable, con un placer desconocido, va infundiendo en mi alma una apatía melancólica, un deseo de quietud eterna.
Queriendo poner remedio a estas quejas, y causar algún daño a los enemigos, armó ciento cincuenta naves, y poniendo e ellas muchas y buenas tropas de infantería y caballería, estaba para hacerse a la vela, infundiendo grande esperanza a sus ciudadanos, y no menor miedo a los enemigos con tan respetable fuerza.
Portanto, es visto que no son de provecho para los espectadores aquellas cosas que no engendran celo de imitación, ni tienen por retribución el incitar al deseo y conato de aspirar a la semejanza, mas la virtud es tal en sus obras, que con el admirarlas va unido al punto el deseo de imitar a los que las ejecutan, porque en las cosas de la fortuna lo que nos complace es la posesión y el disfrute, pero en las de la virtud, la ejecución, y aquellas queremos más que nos vengan de los otros, y éstas, por el contrario, que las reciban los otros de nuestras manos, y es que lo honesto mueve prácticamente y produce al punto un conato práctico y moral, infundiendo un propósito saludable en el espectador, no precisamente por la imitación, sino por sola la relación de los hechos.
Así pues, echó mano como de costumbre de sus cábalas y maquinaciones, y comenzó a sembrar la cizaña de su encono en el ánimo de los obispos, infundiendo recelos de discordias con el Sumo Pontífice en algunos, y amenazando a otros con los alborotos que pudiera ocasionar en la mal sosegada Castilla la resolución de dar por libre de sus votos a don Álvaro.

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