Ejemplos con honraban

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

De Zeus, como protector de quienes le honraban con sacrificios apaciguadores.
En Grecia, se honraban los príncipes en su mayoría en desempeñar las funciones de sacrificadores pero había de igual manera sacerdotes profesionales llamados necoros.
Los majos honraban a sus difuntos, a los que enterraban en cuevas o en fosas, a través del ajuar funerario compuesto por cerámica, material lítico, conchas y adornos.
Diego de Landa no describe ceremonias correspondientes al uinal Kankin, hasta la fecha se desconocen los dioses que se honraban en este período del año maya.
Las ninfas se honraban con el mismo culto que a Leto en este santuario, en particular cerca de un nicho arqueado dónde se encontraron muchas estatuillas votivas.
Los griegos honraban allí a las divinidades ctónicas, sobre todo a las diosas de la tierra y de la fertilidad, Demeter y su hija Perséfone, pero también a Hécate y Hades.
Verdad es que conocía la historia de varios célebres misioneros cuyas virtudes honraban al cristianismo, pero siempre encontraba en su carácter un lunar que me hacía perder en parte mi entusiasta veneración hacia ellos.
Jóvenes de la clase media y de las familias más distinguidas se honraban con el uniforme de la M.
Le dije que sus sentimientos le honraban, porque probaban su lealtad, y que le honraban tanto más cuanto que convenía en que su padrino había sido infiel a sus compromisos y a su palabra.
Y excepción hecha de don Anselmo Espinosa, a quien un violento ataque de bilis postró en cama, honraban con su presencia el acto todos nuestros más conocidos personajes, a saber: Florindo Álvarez, en calidad de poeta épico, Arturo Canelón, con su carácter de periodista, orador y revistero luminoso, el general León Tasajo, acompañado de tres militares más, Jorge de la Cueva, cuyo traje arrebatador anonadaba al concurso, Francisco Berza, como monopolizador de la sabiduría, y Luis Acosta, que fue a sentarse muy cerca de la mesa, en el fondo del salón.
Cuando las gentes y los pueblos nos honraban y celebraban con divinos honores, cuando todos a una voz me llamaban la nueva diosa Venus, entonces os había de doler y llorar, entonces me habíais ya de tener por muerta: ahora veo y siento que sólo este nombre de Venus ha sido causa de mi muerte, llevadme ya y dejadme ya en aquel risco, donde Apolo mandó: ya yo querría haber acabado estas bodas tan dichosas, ya deseo ver aquel mi generoso marido.
Las personas reales se honraban llevando un hacecito de leña para freír a algún desventurado hereje, una junta de sus calificadores decidió de la suerte del príncipe de Asturias don Carlos.
El barbero que, aunque pobre, era obsequioso para los amigos que su domicilio honraban, condenaba a muerte una gallina o a un pavo del corral y entre la madre y la hija, improvisaban una sabrosa merienda o cuchipanda.
Así es que todos los días tenía numerosos visitantes notables que, al oír hablar de mis aventuras, me honraban con su presencia para pedirme que les narrara mis viajes y les pusiera al corriente de lo que sucedía en las tierras lejanas.
A los que le honraban y favorecían los obsequiaba teniéndolos a su mesa y dándoles de comer, no con lujo, pero tampoco con escasez y mezquindad.
El Dios que a mí me habían hecho conocer en mi casa era «un caballero anciano, de muy buena sociedad», algo serio por razón de su jerarquía, pero muy fino, muy complaciente y de una moral muy elástica, dispuesto siempre a incomodarse con la gente de poco más o menos, pero incapaz de faltar en lo más mínimo a las señoras del gran mundo que le honraban confesándole de vez en cuando y en los ratitos que las dejaban libres sus devaneos de hembras «eximias» del género humano.
Pero tan mal le iba con el tratamiento aquel, en mal hora aconsejado por su médico de cabecera, que tenía resuelta su marcha a París en el mismo día, no obstante el nuevo y poderoso atraaztivo que tenían para él aquellos lugares «desde que los honraban tan excelentes y tan inolvidables amigos».
Don Silvestre recordaba entonces que en su pueblo se honraban las mozas con sus pellizcos, que sólo el temor a las lenguas de las envidiosas le hacían economizarse en las empresas galantes, y lanzando un suspiro angustioso, abandonaba su puesto favorito y marchaba hacia su casa, preguntándose por los placeres de la corte y suspirando por el aire de su aldea.

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