Ejemplos con hedor

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Cuando son molestados, los adultos exudan un fluido amarillento por el ano, con un hedor descrito similar a madera en descomposición, probablemente un mecanismo de defensa contra ranas o sapos hambrientos.
Al año el demonio abandonó el cuerpo del niño que cayó fulminado despidiendo un gran hedor.
Es portador de una maldición familiar que llamó La Maldición del Krumm que lo afectó en perder su hedor horrendo.
Su más valiosa herramienta asustando es su hedor de las axilas.
Luego de que la víctima acepta llevar a la mujer, la cara se le transforma en una calavera de caballo con la carne podrida, con ojos fulgurantes y aliento con hedor a descomposición.
Después, Bradley y sus padres des-hipnotizaron a los campistas con su hedor.
Fuerzan con entusiasmo el combate cuerpo a cuerpo en el medio de las fuerzas enemigas, de modo que su hedor pueda surtir efecto lo más rápido posible.
No, no era posible Un hedor de grasa caliente se unía a la respiración de hollín de maderas y cascotes.
¿Esta voz? Don Marcelo tiró de él en el obscuro recibimiento, llevándole hacia un balcón ¡Qué hermoso le veía! El kepis era de un rojo obscurecido por la mugre, el capote, demasiado ancho, estaba rapado y recosido, los zapatones exhalaban un hedor de cuero.
Un hedor de grasa descompuesta por la muerte arañó su olfato.
Un hedor de cementerio acompañaba al caminante, siendo cada vez más intenso así como avanzaba hacia París.
No tenía heridas visibles, pero debajo del capote tendido sobre su vientre, las entrañas, deshechas en espantosa carnicería, exhalaban un hedor de cementerio.
El suelo exhalaba un hedor insufrible.
Los cadáveres habían desaparecido, pero un hedor nauseabundo de grasa descompuesta, de carne quemada, parecía agarrarse a las fosas nasales.
Una respiración de carne blanca, atocinada y sudorosa, revuelta con el hedor del cuero, flotaba sobre los regimientos.
Un hedor de quema se esparcía en el ambiente.
Dentro percibió un hedor de muchedumbre enferma, miserable y amontonada, semejante al que se huele en un presidio o un hospital pobre.
Como un nimbo invisible le circundaba cierto hedor compuesto de vino barato y emanaciones de ropas trasudadas, Argensola lo percibía a través de la puerta de servicio: El amigo Tchernoff que vuelve.
Otra vez cortaron blanduras repulsivas que exhalaban un hedor insufrible.
Los privilegiados encuentran satisfechas sus necesidades sin abandonar este barrio lujoso, y ni por curiosidad bajan las escaleras que conducen a los barrios pobres Pero hay que reconocer que en éstos el vecindario es sucio y hay en ellos un hedor de rancho agrio.
Podían matar a un hombre con su contacto, sin dejar en el ambiente más que un leve hedor de chamusquina, un poco de vapor: después, nada.
Un tonel de sardinas doradas por la ranciedad, esparcía acre hedor.
Aresti conocía este perfume de las minas, el hedor de los cuerpos vigorosos que trabajan, sudan y duermen siempre con la misma envoltura.
El hedor del engrudo y de la suela húmeda infestaba su casa con el ambiente agrio de la miseria.
La mancha se agrandaba, tenía una forma parecida a la puerta de su , y salía por ella un humo denso, nauseabundo, un hedor de paja quemada que le impedía respirar.
Porque temeroso este de que algún ánimo suspicaz pusiese en duda lo auténtico de la presea, apresuróse antes de presentarla a la veneración pública a frotar la suela sobre el pavimento, a fin de que apareciese usada, y a desvirtuar con ricas esencias aquel importuno hedor a zapato nuevo que la noche antes había despertado en sus narices dudas tan peligrosas.
Arrojaba humo por las narices, agitando su melena de chispas, batiendo desesperadamente su rabo como una escoba de fuego, que esparcía hedor de pelos quemados.
Un hedor repugnante de carne cruda impregnaba el ambiente, y sobre la línea de mostradores ostentábanse los rojos costillares pendientes de garfios, las piernas de toro con sus encarnados músculos asomando entre la amarillenta grasa con una armonía de tonos que recordaba la bandera nacional, y los cabritos desollados, con las orejas tiesas, los ojos llorosos y el vientre abierto, como si acabase de pasar un Herodes exterminando la inocencia.
El airecillo nocturno llevaba calle abajo el picante olor de la cebolla y el hedor de la manteca requemada.
Ya no me causaba repugnancia el hedor de los cueros engrasados, ni me ahogaba el polvo, ni me arrancaban una sola queja los tumbos del incómodo y ruidoso vehículo.

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