Ejemplos con hartazgo

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Las palabras de Orestes eran el reflejo del hartazgo romano ante la política griega.
Sin embargo, los estudios Columbia llevaron casi hasta el hartazgo las remakes de versiones anteriores durante este período.
Ya no es sólo el sector rural completamente sobrepasado por la irresponsabilidad de sus cuatro dirigencias , éste es un golpe forzado por la ultraderecha y la ultraizquierda vernáculas, a fuerza de mentira periodística, de fogonear el miedo con mails incendiarios y de programas de telebasura que han posicionado un hartazgo que no es más que hartazgo de la mala onda mediática pero astutamente disimulado.
Las cuadras estaban llenas de caballos enjutos que se daban un hartazgo ante el pesebre repleto.
¡Ah, cómo le envidio a usted, Gabriel, que ha corrido mundo y ha oído tan buenas cosas! La otra noche no pude dormir pensando en lo que usted me contó de su vida en París: aquellas tardes de los domingos, tan hermosas, corriendo después de almorzar, unas veces a los conciertos de Lamoreux, otras a los de Colonna, dándose un hartazgo de sublimidad ¡Y yo aquí encerrado, sin otra esperanza que dirigir alguna misita rossiniana en las grandes festividades! Mi único consuelo es leer música, enterarme por la lectura de las grandes obras que tantos tontos oirán en las ciudades dormitando o aburriéndose.
En las épocas en que don Juan tenía buen apetito, Mónica se lo satisfacía con escogidos platos, que jamás le proporcionaron indigestión ni hartazgo, cuando desganado, le excitaba el hambre comprándole y condimentándole moderadamente lo que mejor pudiese regalarle el paladar.
Mientras él pagaba el escote contando chascarrillos, en la gran mesa de la cocina, que desde el casamiento de don Pedro no usaban los amos, se veían, no lejos de la turbia luz de aceite, relieves de un festín más suculento: restos de carne en platos engrasados, una botella de vino descorchada, una media tetilla, todo amontonado en un rincón, como barrido despreciativamente por el hartazgo, y en el espacio libre de la mesa, tendidos en hilera, había hasta doce naipes, que si no recortados en forma ovada por exceso de uso, como aquellos de que se sirvieron Rinconete y Cortadillo, no les cedían en lo pringosos y sucios.
Nuestro amigo don Pablo Bragas murió en Ateca a los noventa y un años de edad, de calenturas gástricas, debidas al doble efecto de un hartazgo de salpicón y de un constipado que cogió examinando la conjunción de Arcturus con Marte en una noche de Enero.
hay hartazgo de zanahorias como unos cuantos sonetos del Petrarca y otros tantos de.
Porción de viejos achacosos cayeron en consunción por falta de nutritivo caldo, pero lo más notable que sucedió fue el fallecimiento casi repentino de unos cuantos gringos herejes que cometieron el desacato de darse un hartazgo de chorizos de Extremadura, jamón y bacalao y se fueron al otro mundo a pagar el pecado cometido por tan abominable promiscuación.
No se diga -le dijo al mar, su confidente- que mi virtud venció cuando tuvo hambre y metafísica, y que sucumbe cuando tiene hartazgo y positivismo.
Pero todo es malo en este mundo: pasar hambre o comer demasiado, y un día, al anochecer, el padre Salvador, viniendo de un hartazgo para solemnizar el bautizo de cierta criatura que tenía toda su estampa, ¡cataplum!, dió un ronquido que puso en alarma a toda la comunidad, y reventó como un odre, aunque sea mala comparación.
Vivían en perpetuo hartazgo de vanagloria.
Lo que él soñaba era un hartazgo, hasta saciarse, una comilona a discreción, mucha carne, vino, pasteles de postre.
Sus antecesores, los sátiros, corriendo ágiles con sus patas nervudas, de dura pezuña y brioso jarrete, descansando en frescas grutas y repuestos boscajes, bebiendo de los cristalinos arroyos y tumbándose para la siesta con el vientre bombeado por el hartazgo de bellotas, eran felices, pero hoy el fauno y el semicapro han de poseer su cabaña, cubrirse con ropas nuevas o haraposas, encender su fuego, no cortejar a la hembra sino cuando ella lo permite.
—No me dejes, Hartazgo mío, que querría dármelo de curiosidad, demás que estoy ya.
—Yo soy, no lo creeréis, un hartazgo, y aun por eso tan cariharto.
con un hartazgo de verdades? Gran buche será menester para cada día su verdad a secas.
Lo de menos era en él, con ser mucho, el interés que sabía dar en pocas y pintorescas frases a las noticias que yo le pedía, por no satisfacerme las que me suministraban Chisco y su compañero, acerca de las grandes alimañas, sus guaridas en aquellos montes y la manera de cazarlas, los lances de apuro en que se había visto él y cuanto con esto se relacionaba de cerca y de lejos, sus descripciones de travesías hechas por tal o cual puerto durante una desatada «cellerisca» sus riesgos de muerte en medio de estos ventisqueros, unas veces por culpa suya y apego a la propia vida, y las más de ellas por amor a la del prójimo: lo demás era, para mí, su manera de «caer» sobre la montaña, como estatua de maestro en su propio y adecuado pedestal, aquél su modo de saborear la naturaleza que le circundaba, hinchiéndose de ella por el olfato, por la vista y hasta por todos los poros de su cuerpo, lo que, después de este hartazgo, iba leyéndome en alta voz a medida que pasaba sus ojos por las páginas de aquel inmenso libro tan cerrado y en griego para mí, la facilidad con que hallaba, dentro de la ruda sencillez de su lengua, la palabra justa, el toque pintoresco, la nota exacta que necesitaba el cuadro para ser bien observado y bien sentido, el papel que desempeñaban en esta labor de verdadero artista su pintado cachiporro, acentuando en el aire y al extremo del brazo extendido, el vigor de las palabras, el plegado del humilde balandrán, movido blandamente por el soplo continuo del aire de las alturas, la cabeza erguida, los ojos chispeantes, el chambergo derribado sobre el cogote, la corrección y gallardía, en fin, de todas las líneas de aquella escultura viviente.
Es hambre de un gigante el hartazgo de un enano.
Aunque no hubiese otro desaire que aquel continuo topar con ellos, oír siempre hablar de ellos causa un tal enfadoso hartazgo que vienen a ser después tan aborrecidos como fueron antes deseados.
A los dos meses de hallarse el niño en el campo, fue un día a Madrid la nodriza con las ropas del ángel de Dios, diciendo que éste se había largado al otro mundo de un hartazgo.
Cierto que Luz estuvo en el escondrijo dos años más de lo justo, cierto que el momento de decidirse la madre ocurrió en aquella crisis de su edad y después de un hartazgo de desórdenes que bien pudiera tomarse por el hartazgo de Marta, cierto es igualmente que en estas coincidencias hay base sobrada, tomando las cosas en su primer aspecto, para la suposición de las gentes, pero es la pura verdad también lo que yo afirmo con el testimonio de la marquesa misma, y a esta opinión hay que atenerse.
Otra máxima: «el amor se alimenta de deseos, de privaciones y de contrariedades, dale todo cuanto pida, sin cortapisas y a pasto, y cátale muerto en dos días, y muerto por hartazgo de prosa, que es, de todos los hartazgos, el más abominable.
Ni aquello ni lo que había seguido: la ceguera de los sentidos, la brutalidad de las pasiones bajas, subrepticiamente satisfechas hasta el hartazgo, esto era vergonzoso, más que por nada por el secreto, por la hipocresía, por la sombra en que había ido envuelto, ahora, sin aprensión, sin escrúpulos, sin tormentos del cerebro, la dicha presente, aquella que gozaba en una mañana de Mayo cerca de Junio, contento de vivir, amigo del campo, de los pájaros, con deseos de beber rocío, de oler las rosas que formaban guirnaldas en las enramadas, de abrir los capullos turgentes y morder los estambres ocultos y encogidos en su cuna de pétalos.
Verdad era que la idea de ser objeto de los ensueños que confesaba la Regenta, le halagaba, esto no podía negarlo, ¿cómo engañarse a sí mismo? ¡Si apenas podía mantenerse sentado sobre la tabla dura! Pero esta delicia de la vanidad satisfecha no tenía que ver con su propósito firme de buscar en Ana, en vez de grosero hartazgo de los sentidos, empleo digno de la gran actividad de su corazón, de su voluntad que se destruía ocupándose con asunto tan miserable como era aquella lucha con los vetustenses indómitos.
Si lo toma a la altura de lo que le quiere a usted y admira a Nieves, ¡pobres de nosotros! Pero tampoco en este reparo debemos detenernos: la muerte por hartazgo de felicidad es envidiable.
Estaba en pleno hartazgo de Naturaleza, según declaraban sus ojos resplandecientes, su boca entreabierta y como ávida de aire serrano, y aquella su especial inquietud de músculos y hasta de ropa.

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