Ejemplos con hacienda

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Se me dirá por algunos que en esa capilla se dice la primera misa en los días festivos, por lo cual es, hasta cierto punto, una necesidad para el vecindario la conservación de ese pequeño templo, pero, señores, lo cierto es también que esa necesidad es puramente moral, al paso que la otra se toca y se palpa, y afecta a la hacienda y hasta a la vida de muchos de nosotros, de nosotros, señores, que somos muy liberales.
Unico resto de una familia antiquísima del país, y poco aficionado a las delicias matrimoniales, había dejado pasar los mejores años de su vida entre los placeres de la caza y las atenciones de su hacienda, que le daba lo necesario para vivir hecho un señor en aquellas soledades.
¡Que se lo llevase todo el demonio! Al fin era suyo, bien lo sabía Dios, y podía destruir su hacienda antes que verla en manos de ladrones.
Nada había variado: las arboledas, más copadas, conservaban la misma disposición, el mismo aspecto, el caserío de la hacienda próxima volvía ante mis ojos igual, idéntico, como una estampa admirada en la niñez, y que el mejor día, cuando menos lo esperamos, viene a recordarnos épocas dichosas.
En el real solitario, junto al estanque de aguas turbias, una parvada de ocas, los techos pajizos envueltos en la gasa del humo vespertino, detrás, la casa de la hacienda, vetusta en parte, con aires de arruinada fortaleza, en parte sonriente y alegre, restaurada, rejuvenecida al gusto europeo, dejando adivinar en las vidrieras luminosas y en las verdes persianas un interior elegante y rico.
Es el dueño de la hacienda de Santa Clara.
Allí, cerca de una hacienda, frente por frente de una aldea salinera, entre cuyos montículos estériles yergue una pobre palma, mísera desterrada de fecundo suelo, su empolvado penacho, había un sitio que hasta en lo más crudo del invierno hacía gala de sus hierbajes verdes.
Cuando compró la hacienda de Santa Clara, el señor Fernández vino a vivir a mi ciudad natal, y procuró relacionar a los suyos con lo mejor de Villaverde.
Sí, sí, ya sabemos que dice que esta población es una hacienda grande.
Fernández necesita un empleado en su hacienda de Santa Clara.
De la hacienda del señor Fernández.
Ya vino Fernández hablé con él, y me dijo que el quince de Abril te espera en la hacienda.
¿Decirles que tenía yo empleo en la hacienda de Santa Clara? ¡Quién pensaba en eso!.
Tendría yo en la hacienda casa y comida, los tiempos mejoraban, y era del caso aprovechar la buena suerte, pero la idea de abandonar a mis tías, aunque fuese para atender a sus necesidades de un modo más amplio, me atormentaba, me llenaba de angustia, y no dejaba de aterrorizarme el pensamiento de que en el prometido empleo me sería necesario tratar con personas que no me estimaran, que acaso no me conocían, y de las cuales tendría yo que sufrir menosprecio y maltrato.
Además, la hacienda de Santa Clara no está en el fin del mundo.
Yo contaba con seguir aquí, al servicio de usted, hasta el día en que debo estar en la hacienda, y he querido.
En la hacienda estarás muy bien, ganarás buen sueldo, porque ese señor sabe pagar a los que le sirven, vendrás a vernos cada quince días, y todos estaremos muy contentos.
Además creo que necesitas ropa para ir a la hacienda.
El doctor me ha conseguido un empleo, muy bueno, en la hacienda de Santa Clara, que, como tú sabes, es del señor Fernández, el papá de Gabrielita, tu compañera de Conferencia.
¡Calma, muchacho, calma! A fin de semana estaré en la hacienda, iré a ver al niño, a ese pobre chiquillo que está muy delicado, y entonces, delante de tí, arreglaremos eso.
¿Usted es el señor que ha de ir a la hacienda?.
Pocas horas después me apeaba yo a las puertas de la hacienda.

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