Ejemplos con gruesas

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Este rio de Santa Cruz en otro tiempo fué capaz de naves gruesas: pues refiere Gonzalo Fernandez de Oviedo en su , que ancoraron en él las naos del comendador D.
Los músicos rompieron a tocar lo que les pareció mejor, echóse atrás el gentío curioso, y otra vez en el centro de la plaza volvieron a dar saltos las blancas alpargatas, a agitarse, rígidos, los ruedos de las faldas azules y verdes, mientras arriba ondeaban los picos de los pañuelos sobre las gruesas trenzas, o se movían como borlas rojas las flores que llevaban los en las orejas.
Conservaba la misma gravedad con que acompañaba las bromas a que era aficionado y las palabras gruesas que matizaban su conversación, pero decía con voz algo trémula:.
¡Sangre! El rojo escandaloso de la sangre por todas partes: en la chaqueta y la camisa, que cayeron como guiñapos al pie de la cama, en la blancura rígida de las gruesas sábanas, en el cubo de agua que se iba coloreando al mojar Pep un trapo para lavar el busto del herido.
Es por esto que les llevo estas gruesas tartas de Pascua y las gruesas fuentes de natillas, y muchas de docenas de gruesos pasteles, como los otros años, ¡tantos!, en este mismo día.
Paquito nada había dicho, púsose muy encarnado, con ese santo carmín con que el pudor instintivo tiñe las facciones de la inocencia, y destrozando entre sus deditos, sin darse cuenta de ello, una anforita romana, extraño lacrimatorio de vidrio que había sobre una mesa, ocultó con varonil esfuerzo las gruesas lágrimas que le brotaban de los ojos.
Las hoces relampagueantes iban tonsurando los campos, echando abajo las rubias cabelleras de trigo, las gruesas espigas, que, apopléticas de vida, buscaban el suelo, doblando tras ellas las delgadas cañas.
Fortunata, que tenía en cada mano una de las gruesas bandas de sus cabellos negros, apartándolas como si fueran una cortina, no sabía si reír o echarse a llorar.
Mucho agradeció esto doña Fuensanta, y poniéndose su toquilla encarnada, quedándose con la bata de tartán y las gruesas zapatillas de orillo, cogió el cesto y el portamonedas y fue a pedir órdenes a Severiana, que estaba en la sala, dentro de una nube de polvo.
El borde de piedra del estanque estaba semiderruido, y las gruesas bolas de granito que lo guarnecían andaban rodando por la hierba, verdosas de musgo, esparcidas aquí y acullá como gigantescos proyectiles en algún desierto campo de batalla.
Pero el molimiento del cuerpo le hacía apetecer las gruesas y frescas sábanas, y omitió la letanía, los actos de fe y algún padrenuestro.
Bueno fuera en esta sazon preguntar a Carrizales, a no saber que dormia, que ¿adónde estaban sus advertidos recatos, sus recelos, sus advertimientos, sus persuasiones, los altos muros de su casa, el no haber entrado en ella ni aun en sombra álguien que tuviese nombre de varon, el torno estrecho, las gruesas paredes, las ventanas sin luz, el encerramiento notable, la gran dote en que a Leonora habia dotado, los regalos continuos que la hacia, el buen tratamiento de sus criadas y esclavas, el no faltar un punto a todo aquello que él imaginaba que habian menester y que podian desear? Pero ya queda dicho que no habia para qué preguntárselo, porque dormia mas de aquello que fuera menester: y si él lo oyera, y acaso respondiera, no podia dar mejor respuesta que encoger los hombros, enarcar las cejas y decir: todo aqueso derribó por los fundamentos la astucia, a lo que yo creo, de un mozo holgazan y vicioso, y la malicia de una falsa dueña, con la inadvertencia de una muchacha rogada y persuadida: libre Dios a cada uno de tales enemigos, contra los cuales no hay escudo de prudencia que defienda, ni espada de recato que corte.
Aquí fué el gritar del pueblo: aquí el amohinarse el tio alcalde: aquí el desmayarse Preciosa, y el turbarse Andres de verla desmayada: aquí el acudir todos a las armas, y dar tras el homicida, creció la confusion, creció la grita, y por acudir Andres al desmayo de Preciosa, dejó de acudir a su defensa, y quiso la suerte que Clemente no se hallase al desastrado suceso, que con los bagajes habia ya salido del pueblo: finalmente, tantos cargaron sobre Andres, que le prendieron y le aherrojaron con dos muy gruesas cadenas: bien quisiera el alcalde ahorcarle luego, si estuviera en su mano, pero hubo de remitirle a Murcia, por ser de su jurisdicion: no le llevaron hasta otro dia, y en el que allí estuvo pasó Andres muchos martirios y vituperios, que el indignado alcalde y sus ministros, y todos los del lugar le hicieron.

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