Ejemplos con fábricas

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

¡Y allí fué el temblar de la voz y el crujir de los dientes! Porque temieron por sus casas, por sus campos, por sus fábricas, por sus tesoros, es decir, su Dios, su patria, su alma.
Había nacido el industrialismo, y las fábricas del interior lanzaban por el ferrocarril, recientemente instalado, un oleaje de productos que las flotas iban transportando a todos los puebles del Mediterráneo.
Y esta actividad general comprendía también a las mujeres, que dedicaban al servicio de la patria su labor en fábricas y hospitales o su inteligencia más allá de las fronteras.
Las poblaciones ribereñas se agrandaban, el mar se llenaba de velas, las mesas eran más opulentas, surgían industrias, se abrían fábricas y circulaba el dinero en la costa, atraído del interior por el comercio de pesquería y de conservas.
Le agradaron las fábricas de fósforos, altas, enyesadas, limpias, con su gran letrero en la frente, y en Hernani batió palmas al divisar a la izquierda un magnífico parque inglés, con sus macizos de flores resaltando sobre el verde césped, y sus coníferas elegantes, de ramaje simétrico y péndulo.
Su tonelaje y su calado le permitían remontar los grandes ríos de la América del Norte, llegando hasta las ciudades del remoto interior que hacen humear las filas de chimeneas de sus fábricas al borde de un lago dulce convertido en puerto.
Mientras don Fernando estuviese al lado del millonario, no había que temer que entrase en los altos hornos el espíritu de purificación santurrona que reinaba en otras fábricas.
El millonario, abstraído en sus negocios, ignoraba la vida interna de sus fábricas, y se indignó contra aquellos empleados, que eran excelentes administradores, pero se aprovechaban de las facultades que él les daba, para imponer sus creencias.
Encarándose con Sánchez Morueta, preguntábale qué haría si supiera que en su escritorio existían hombres que deseaban el naufragio de sus barcos, el incendio de sus fábricas, el agotamiento de sus minas, la desaparición total de todo lo que era la existencia de su casa.
Si sus barcos se perdían, estaban asegurados, si las huelgas cerraban momentáneamente sus fábricas, no por esto sufriría su capital grandes mermas: si se agotaban las minas de Bilbao, él tenía otras y otras en distintos puntos de España, que aguardaban la explotación.
Los planos de las minas, las vistas de las fábricas de la casa, adornaban las paredes.
Y flotando por encima del bosque de chimeneas de ladrillo y de hierro, el eterno dosel de la moderna Bilbao, los velos en que se envuelve como si quisiera ocultar púdicamente su grandeza, los humos multicolores de sus fábricas, negros, de espesos vellones, como rebaños de la noche, blancos, ligeramente dorados por la luz del sol, azules y tenues como la respiración de un hogar campesino, amarillos rabiosos con un chisporroteo de escorias minerales.
Por un lado del tren, se abarcaba el vertiginoso movimiento de la ría con sus barcos y fábricas: por la ventanilla opuesta, admirábase la paz de los campos, el trabajo cachazudo y tranquilo de los aldeanos, removiendo la tierra arcillosa.
Subían de sus entrañas los grandes tanques de hierro cargados de hulla inglesa y, deslizándose por los rails aéreos, iban a volcar el negro mineral en las enormes montañas de las fábricas.
En último término, entre montañas, se adivinaba la villa heroica é industriosa: el humo de las fundiciones y fábricas se confundía con el cielo plomizo.
Y de él también, los altos hornos que ardían día y noche junto al Nervión, fabricando el acero, y gran parte de los vapores atracados a los muelles de la ría cargando mineral o descargando hulla, y muchos más que paseaban la bandera de la matrícula de Bilbao por todos los mares, y la mayor parte de los nuevos palacios del ensanche y un sinnúmero de fábricas de explosivos, de alambres, de hojadelata, que funcionaban en apartados rincones de Vizcaya.
Era la miss animosa de la propaganda evangélica que recorre el globo esparciendo Biblias con fría sonrisa, sin miedo a las burlas de los civilizados ni a la brutalidad de los salvajes, pero lo que Lucy repartía eran excitaciones a la revuelta, y no buscaba a los dichosos, sino a los desesperados, en las fábricas y en los arrabales infectos.
Existían ciudades tan populosas como las modernas capitales del mundo, poblaciones enteras eran inmensas fábricas de tejidos, se cultivaba todo el suelo de la Península.
El obrero de las fábricas, convertido por un progreso desviado y fatal en esclavo de la máquina, vive junto a ella como una rueda más, como un resorte de carne, luchando su cansancio físico con la musculatura de hierro que no se fatiga, embrutecido diariamente por la cadencia ensordecedora de los pistones y las ruedas, para darnos los innumerables productos de la industria que resultan indispensables en la vida de la civilización.
Venían hacia él por los bordes del camino los veloces rosarios de muchachas, cesta al brazo y falda revoloteante, de regreso de las fábricas de la ciudad.
Había trabajado en las fábricas, había servido a una familia como doméstica, pero al fin sus hermanas le dieron el ejemplo, cansadas de sufrir hambre, y allí estaba, recibiendo unas veces cariños y otras bofetadas, hasta que reventase para siempre.
Por los ribazos laterales, con un brazo en la cesta y el otro balanceante, pasaban los interminables cordones de cigarreras é hilanderas de seda, toda la virginidad de la huerta, que iban a trabajar en las fábricas, dejando con el revoloteo de sus faldas una estela de castidad ruda y áspera.
Recordaban aquellas enormes fábricas de madera pintada, con su lanza semejante a un mástil de buque y sus ruedas cual piedras de molino, las carrozas sagradas de los ídolos indios o los carromatos simbólicos que güelfos y gibelinos llevaban a sus combates.
En los puntos más céntricos de la ciudad habíanse levantado los altares , enormes fábricas de madera y cartompiedra que llegaban a los tejados, con decoración gótica o corintia, erizados de mecheros de gas, y en su parte media la repisa, en la que se ostentaba el diplomático de Caspe con su hábito de dominico y un dedo en alto entre cirios y flores.
Cuando era preciso se calaba el chacó, martirizaba el pecho con el asfixiante correaje, y servía a la nación y a la libertad, yendo a pasar la noche en el Principal, donde comía melones en verano, se calentaba al brasero en invierno, en la santa y pacífica compañía de algunos otros comerciantes del Mercado, que, olvidándose de la marcialidad de su uniforme, pasaban las horas de la guardia hablando de las fábricas de Alcoy o del precio del azúcar y de la seda, todo esto sin perjuicio de faltar a la ordenanza, abandonando el puesto con frecuencia para dar un vistazo a sus casas.
¿Cuántas fábricas tiene ahora? Una.
Por algunos huecos del caserío se ven horizontes esteparios y luminosos, tapias de cementerios coronadas de cipreses, esbeltas chimeneas de fábricas como palmeras sin ramas, grandes extensiones de terreno mal sembrado para pasto de las burras de leche y de las cabras.
Pasaron ratos muy dichosos visitando las soberbias fábricas de Batlló y de Sert, y admirando sin cesar, de taller en taller, las maravillosas armas que ha discurrido el hombre para someter a la Naturaleza.
Lo único que ni por soñacion intentó Venegas en todo aquel tiempo fué trabajar, comerciar, crear industrias, montar fábricas, ingeniárselas, en fin, de cualquier modo para ganar dinero por sí mismo.
Cuando entre usted en la calle Real y en la del Condestable, verá fábricas tan hermosas como la de la catedral.

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