Ejemplos con frutos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Aquellos hombres, que habían visto sin alarmarse, durante muchos años, cómo cundían y se propagaban ciertas tendencias , y cómo se iba rebajando poco a poco el carácter nacional, corrompiendo aquel conjunto de cualidades que un día hicieron del tipo español el modelo proverbial de los caballeros , aquellos hombres, digo, que habían visto todo esto y mucho más, sin temblar por el día siguiente, observaron una vez que las predicaciones, que las tolerancias, que las concesiones, que toda aquella política de que encomiaban a destajo y en la cual creían sin conocerla, estaba dando ya sus frutos naturales y lógicos, que aquellas por las que nada habían hecho ellos nunca, y de las que jamás se habían acordado sino para explotar su trabajo a cambio de un mezquino pedazo de pan, se alzaban imponentes, en virtud de las alas que les prestara una libertad mal entendida, que aquella , como ellos llamaban a la multitud desheredada cuando ésta era dócil, se aprestaba, con la tea en la mano, a imponerse al mundo entero y a transformar, en un instante dado, el modo de ser de la familia y de la sociedad.
El suelo estaba sembrado de mondas de castañas, naranjas y otros frutos, según la estación.
Perico, hecho a vivir en perenne divorcio consigo mismo, no podía sufrir la soledad que le obligaba a reunirse a sí propio, y por lo que toca a Miranda, terminada su temporada de aguas, notablemente restablecida su salud, parecíale que ya era hora de acogerse a cuarteles de invierno y de gozar en paz los frutos de la medicación.
Había sembrado en ellos su pensamiento, queriendo acelerar la cosecha, y como en los cultivos forzados y artificiales, que crecen con asombrosa rapidez para no dar más que frutos corrompidos, el resultado de su propaganda era la podredumbre moral.
Será una primavera triste y sin frutos, pero tendrá flores.
Y mientras arrojaba con desprecio las espigas en un arriate del jardín, Gabriel pensaba con admiración en la fuerza atávica que hacía resucitar en pleno templo católico la ofrenda gentílica, el homenaje a la Divinidad de los primeros frutos de la tierra fecundada por el verano.
No quiero que se enteren mis familiares, pues serían capaces de reírse, no quiero que sepa nada mi pobre Visitación ¡Y yo no sé disimular!, ¡no puedo fingir alegría cuando estoy irritado! ¡Qué infierno el que sufro! ¡No poder decir que he sido hombre, que he sido débil, como hecho de carne que soy, y que llevo conmigo los frutos de mi falta, sin querer separarme de ellos aunque la calumnia me persiga! Cada uno obra como quien es, y yo quiero ser bueno en medio de mis pecados.
La humanidad era todavía una tierra infecta en la que se corrompían las mejores semillas, dando, cuando más, frutos venenosos.
Era algo fatal: aquellas tierras habían sido maldecidas por los pobres, y no podían dar mas que frutos de maldición.
Los árboles mostraban sus ramas cargadas de frutos.
¡Cómo me adulaba el espíritu tentador a fin de hacerme caer! ¡Cuán astutamente me engañaba! ¡Cuán ciega confianza fue la mía al principio! Así como hábil jardinero, si descubre entre malezas una planta nobilísima, la lleva a su jardín y la cultiva con afán para que todo vicio contraído entre las malezas acabe, y para que, merced a su cuidado prospere la planta y dé al fin lindas y aromáticas flores y sabrosos frutos, así yo, al hallar la bella alma de esta mujer, henchido de fatuidad, me propuse mejorarla, hermosearla más, purificarla de todo defecto y hacerla florecer y fructificar abundosamente en virtudes, conocimientos y perfecciones.
En torno de la fuente se veían muchas macetas con flores y hierbas olorosas, y alrededor arriates con bojes, que formaban bolas y pirámides, y rosales de enredadera, jazmines y naranjos, que revestían el muro y trepaban por cima de los balcones del piso principal, tejiendo una capa o manto de flores, frutos y verdura, y embalsamando el ambiente, ya con el olor del azahar, ya con el más leve aroma de jazmines y de mosquetas.
Eran los buñuelos de San José, el manjar de la fiesta, como frutos de oro, colgaban muchos de ellos de un colosal laurel, que recordaba el Jardín de las Hespérides.
En todas partes nos acechan: en el aire, en el agua, en los frutos incitantes que esmaltan los follajes, hasta en el aroma de las flores.
Entonces, apoyado en nudoso tallo, cortado a la subida, bajaba yo lentamente, cargado de flores: irídeas de subido escarlata, que a millares crecen entre las piedras de la vertiente, patas de león , simpáticas moradoras de las umbrías, buvardias que se me antojan talladas en coral, helechos que parecen tiras de raso, musgos raros, frutos desconocidos, guías enflorecidas de cierta campánula blanquecina que huele a miel virgen.
Pueblo por excelencia agrícola, mira cultivados sus campos como hace cien años, rinde los mismos productos, cosecha los mismos frutos.
El entusiasmo de la juventud, el ansia de vivir, manifestábanse en él con extraordinaria fuerza, como frutos tardíos del árbol de su vida, que había pasado invierno tras invierno sin conocer hasta ahora la primavera.
¡Pues sí, mis queridos lectores técnicos del ! En los primeros años de mi varia y complicada existencia, yo he sido tan labriego como vosotros: yo he manejado millares de veces la azada, el almocafre, la hoz y otros muchos instrumentos de labranza: yo he confiado el grano de oro del trigo o el grano de topacio del maiz a la generosa madre Tierra, y la he visto devolverme al poco tiempo el ciento por uno: yo he sepultado el , que es como quien dice el esqueleto, del albaricoque o de la guinda que me había comido, y luego he visto brotar un verde tallo por el grieteado suelo que cubría aquella fosa, y convertirse el tallo en tronco, y vestirse el tronco de hojas y flores, y trocarse las flores en frutos tan bellos y tan opimos como los del primer año de la Creación: yo he plantado el árido sarmiento que, andando los años, había de ser lujosa parra y darme fresca sombra y apretados racimos: yo he comido pimientos y tomates de las matas que planté y cultivé, y cebollas, y ajos, y calabazas y pepinos sembrados por mí, y.
Todas las horas que nos dejaban libres escuelas y colegios, las pasábamos con el azadón o el escardillo en la mano, o sacando agua del pozo, o haciendo estanques y acequias, o construyendo pozos en el paseo que corría entre las dos series de huertecillas, o pintando verjas en las tapias, con almagra y almazarrón, o labrando encañados para acotar cada propiedad y defenderla de los gatos, o cambiando entre nosotros tales o cuales frutos o semillas, cuando no convidándonos recíprocamente a comer , y hasta en la mata, las lechugas, las habas o los pimientos que habíamos criado.
En tal aprieto, decidieron sus mercedes regalarnos en propiedad y en usufructo el mencionado corral sobrante, para que lo convirtiéramos en teatro exclusivo de nuestras hazañas, é hiciésemos de él lo que se nos antojase, incluso levantar sus tapias hasta las nubes o cavar su suelo hasta los antípodas, bien que aconsejándonos prudentemente que nos lo repartiésemos por lotes y que lo cultiváramos hasta convertirlo en una especie de jardín-huerta, cuyos frutos y flores perteneciesen de derecho al dueño de cada pedazo.
Frutos, bailar si llega la mano, armar camorras si nos dan pié, y disputar si nos buscan la boca!—¡Ah, pesimistas! ¡Levantaos a las ocho de cualquiera de estas mañanas de Febrero, salid al campo, dejad por una hora ese aire que os asfixia a fuerza de suspirarlo siempre, mirad a los cielos y a la tierra.
También puede decirse que son un preludio, un aviso, una alborada, un arco-iris que anuncia la felicidad a la naturaleza, ó, lo que es más claro, son el primer antojo, el primer capricho, la primera monada de la creación, que se siente preñada de frutos y de flores, de fragancias y de armonías.
Cuando un prematuro otoño te brindaba frutos enfermizos, que no eran la cosecha de la vida, sino los esqueletos de sus flores,.
Y me he visto en el seno de una familia venidera, en el segundo crepúsculo de la vida, cuando ya son frutos las flores del amor.
Cuando nuestras revoluciones han provenido de fuera, han traído entre sus negros pliegues de desventuras momentaneas algo fecundo que, semejante al polen acarreado por las tempestades, debía producir frutos iguales a aquellos que en campos más dichosos confiaron sus semillas al hálito del huracán pasajero.
Ellos se beben mi cosecha de vino, mantienen sus gallinas con mis frutos, mis montes y sotos les suministran leña, mis hórreos les surten de pan, la renta se cobra tarde, mal y arrastro, yo sostengo siete u ocho vacas, y la leche que bebo cabe en el hueco de la mano, en mis establos hay un rebaño de bueyes y terneros que jamás se uncen para labrar mis tierras, se compran con mi dinero, eso sí, pero luego se dan a parcería y no se me rinden cuentas jamás.
No te dé pena ese cuidado respondió don Quijote, porque, aunque tuviera, no comiera otra cosa que las yerbas y frutos que este prado y estos árboles me dieren, que la fineza de mi negocio está en no comer y en hacer otras asperezas equivalentes.
Sí, que algo se me ha de pegar de la discreción de vuestra merced respondió Sancho, que las tierras que de suyo son estériles y secas, estercolándolas y cultivándolas, vienen a dar buenos frutos: quiero decir que la conversación de vuestra merced ha sido el estiércol que sobre la estéril tierra de mi seco ingenio ha caído, la cultivación, el tiempo que ha que le sirvo y comunico, y con esto espero de dar frutos de mí que sean de bendición, tales, que no desdigan ni deslicen de los senderos de la buena crianza que vuesa merced ha hecho en el agostado entendimiento mío.
No dijo Ricote, que se halló presente a esta plática hay que esperar en favores ni en dádivas, porque con el gran don Bernardino de Velasco, conde de Salazar, a quien dio Su Majestad cargo de nuestra expulsión, no valen ruegos, no promesas, no dádivas, no lástimas, porque, aunque es verdad que él mezcla la misericordia con la justicia, como él vee que todo el cuerpo de nuestra nación está contaminado y podrido, usa con él antes del cauterio que abrasa que del ungüento que molifica, y así, con prudencia, con sagacidad, con diligencia y con miedos que pone, ha llevado sobre sus fuertes hombros a debida ejecución el peso desta gran máquina, sin que nuestras industrias, estratagemas, solicitudes y fraudes hayan podido deslumbrar sus ojos de Argos, que contino tiene alerta, porque no se le quede ni encubra ninguno de los nuestros, que, como raíz escondida, que con el tiempo venga después a brotar, y a echar frutos venenosos en España, ya limpia, ya desembarazada de los temores en que nuestra muchedumbre la tenía.

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