Ejemplos con fiestas

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

En cuanto su marido recibió el acta de su elección, se lanzó a la calle y encargó a la modista tres vestidos , y uno de Iría al Congreso, a las tribunas de preferencia, muy a menudo, a palacio alguna vez, daría rumbosas fiestas a los hombres de Estado, obsequiarían a su hija ministros y embajadores, ¡quizás obtendría un título de Castilla!.
Cierto que el nombre del diplomático, a quien tendría que convidar a las fiestas de su casa, no le sonaba a conocido, pero ¿estaba él en la obligación de conocer a todos los personajes políticos, hoy que tanto abundan?.
No era todo, sin embargo, miel sobre hojuelas para don Simón, pues si lo de las fiestas era realizable desde luego, por ser los obstáculos vencibles con dinero, lo del discurso no dejaba de tener tres bemoles, dado que, hasta aquel instante, ni había probado sus fuerzas parlamentarias, ni siquiera elegido asunto para su estreno.
Pero, tú, JÚPITER, ¿por qué no intervienes en las disputas y te estás allí, como el ignorante, que oye embobado las trilogías en las fiestas olímpicas?.
Luna se asombró al verle allí en tarde de fiestas.
En las grandes fiestas se entonaban himnos religiosos, adaptándolos a la música de las melodías populares que estaban en boga, tales como , , , , , , , y otras del mismo estilo ¿Y Roma?, preguntará usted, y la Iglesia, ¿qué decía ante tal desorden? La Iglesia vivió sin criterio artístico, no lo tuvo jamás.
Los señores canónigos no la quieren, no la entienden, ni son capaces de dedicar unas cuantas pesetas para que se oiga en las grandes fiestas.
Vestido con ropas de un violinista amigo que algunas veces toca en las fiestas de Toledo, oí en el paraíso del Real.
En las grandes fiestas marchaba al frente del cabildo Con capa pluvial y un bastón de plata tan alto como él, que hacía retemblar las losas con sus golpes, y durante la misa mayor y el coro de la tarde rondaba por las naves para evitar las irreverencias de los devotos y las distracciones de los empleados.
Las ferias, las reuniones para negocios o placerescomo decía su maestro, eran fiestas religiosas, las representaciones escénicas eran misterios, los viajes, peregrinaciones, y las guerras, cruzadas.
Allí estaban los héroes de las antiguas fiestas: el Cid gigantesco, con su espadón, y las cuatro parejas representando otras tantas partes del mundo, enormes figurones con los vestidos apolillados y la cara resquebrajada que habían alegrado las calles de Toledo, pudriéndose ahora en los tejados de la catedral.
Lo mismo dice el maestro de capilla, indignándose al ver que en las grandes fiestas sólo toman asiento en medio del coro hasta media docena de músicos.
Es una mala vergüenzacontinuó el tíoque te peines así, como la chulería de la corte que viene a Toledo en las grandes fiestas.
Todos se animaban, con ese entusiasmo valenciano que se inflama al pensar en fiestas y bullicios.
Era la cocina indígena, con todo su esplendor de las fiestas tradicionales.
En un ángulo de la plaza estaba la tribuna de la música, un tablado bajo, cuyas barandillas acababan de cubrirse con telas de colorines manchadas de cera, como recuerdo de las muchas fiestas de iglesia en que se habían ostentado.
La plazuela de las de Pajares tenía un vecindario bullicioso y alegre: gente de pura sangre valenciana, que vivía estrechamente con el producto de sus pequeñas industrias, pero a la que nunca faltaba humor para inventar fiestas.
Y mostraba su reloj, una joya rococó, que con sus esmaltes mitológicos hacía pensar en las fiestas pastoriles de Versalles.
Y después de haber nombrado al hijo de la casa, volvía a insistir sobre los amigos de su Rafael, todos gente distinguida, chicos de grandes familias, que asistían a sus reuniones y organizaban fiestas con las que se pasaba alegremente el tiempo.
El señor Fernández estaba de buen humor, y durante la comida charló a su gusto de las fiestas de Villaverde.
Ya se comprenderá, por lo dicho, que las fiestas del Cinco de Mayo no podían ser en Villaverde ni populares ni lucidas.
Se llevaron de avíos más de cinco pesos, pero, eso sí, ¡son de papel muy fino! No han escrito de San Sebastián, ni Angelina ni el Padre, será porque han tenido mucho a que atender con las fiestas de Semana Santa.
Señora Francisca ya no está para fiestas, y mi deber, mi obligación es estar allá, con el santo anciano que tanto necesita de quien le vea y le mime.
En ella le anunciaba que pasadas las fiestas de Navidad le tendría en Villaverde.
Aquel repicar vario y caprichoso, sin unidad ni medida, tan distinto del otro con que se anuncian los días solemnes y las fiestas clásicas, tenía algo de la maravillosa música moderna en que parece que los instrumentos van libres, de su cuenta, campando por sus respetos, desdeñando compás y disciplina, huyendo los unos de los otros, pero que de pronto se unen y concuerdan en rara e incomparable harmonía que primero sorprende, luego subyuga, y, por último, nos hace ver bosques silenciosos, regiones celestes sin nubes ni celajes, cerúleos adormecidos mares.
Villaverde se regocija de cuando en cuando, y tiene sus fiestas y sus paseos populares.
Alegro y bulliciosa, muy dada a fiestas y saraos, encanto de toda buena sociedad, a los veinte años se tornó silenciosa, reservada, melancólica.
Como era persona de tanta confianza y tan ciegamente adicto a la familia, Barbarita le confiaba a Juanito para que le llevase y le trajera al colegio de Massarnau, o le sacara a paseo los domingos y fiestas.
Y si en mis treinta, y en mis cuarenta y aun en mis cincuenta, he toreado de lo fino, lo que es ahora ¡Pues estoy yo bueno para fiestas con mis sesenta y nueve años y estos achaques! Hágame usted más favor, y cuando le digo una cosa, créamela, porque para eso son los buenos amigos, para creerle a uno.
Sólo le había hablado una o dos veces en las funciones del asilo, así como por entrometimiento y oficiosidad, y cuando en dichas fiestas veíala rodeada de damas y de señoronas ricas, que tenían el coche a la puerta, doña Lupe habría dado el único pecho que poseía por meter las narices entre aquella gente, codearse con ellas y mangonear en los petitorios.

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