Ejemplos con fatalismo

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Pascual Duarte es un campesino español, cazador furtivo, recluta a la fuerza en la guerra de África, pobre, huraño, poseído por una áurea de fatalismo y mala suerte que se manifiesta a través de sus largos silencios y sus miradas que se pierden en el vacío.
Se trata de uno de esos tangos de antología que se destaca por la fuerza de su expresión y la recreación de una atmósfera de tango viejo y un ambiente de seductor fatalismo, acorde con el título, pero usando recursos nuevos que curiosamente nada le deben al estilo piazzolliano.
Frente al fatalismo que presidía las películas de la época dorada, los adolescentes protagonistas de estos filmes.
La amenaza de guerra nuclear y la aparente inevitabilidad de la misma imprimió también un pensamiento pesimista, apocalíptico e incluso milenarista en ámbitos tanto religiosos como seculares, desde varias profecías de la llegada del fin del mundo a un fatalismo presente en numerosas manifestaciones sociales y culturales del periodo.
Ellos han seguido su regreso a la parte superior de vuelo con las temporadas de bajo rendimiento, falta de inversiones y una sensación de fatalismo resignado.
Un fatalismo implacable la sacudió obligándola a incorporarse, trémula, bajo aquel susto misterioso, huyendo del vuelo torpe y del canto augural.
Su fatalismo le impulsaba a sentarse allí.
El hermano rico de Barcelona fué breve y afirmativo: ¿Si eso le da dinero? Los Blanes de la costa mostraron un sombrío fatalismo.
Y estos bravos osaban los mayores atrevimientos, con un fatalismo profesional, confiándose al destino.
Ahora, se abrían lentamente los teatros, circulaba el dinero, reían las gentes, hablaban de la gran calamidad, pero sólo a determinadas horas, como algo que iba a ser largo, muy largo, y exigía con su fatalismo inevitable una gran resignación.
El mismo fatalismo que aceptaba esto con un ¡añá! y una riente mirada a los demás compañeros, le dictaba, en elemental desagravio, el deber de huir del obraje en cuanto pudiera.
Era éste el real momento de solaz de los mensú, olvidándolo todo entre los anatemas de la lengua natal, sobrellevando con fatalismo indígena la suba siempre creciente de la provista, que alcanzaba entonces a cinco pesos por machete, y ochenta centavos por kilo de galleta.
Hallaba consuelo en mi fatalismo musulmán, el cual en aquella triste ocasión me decía: Está escrito que por desconocida senda te vendrán satisfacciones y venturas.
Firme en su fatalismo, aceptó Juan la comisión sin decir nada en contrario, lacónico, frío, insensible.
Soñolientos ya, entregados al fatalismo inherente a la raza, no se mostraron inquietos por mis presunciones y anuncios alarmantes, ni por los hechos positivos de que al poco rato tuvimos conocimiento.
Véase ahora si este poderoso fatalismo centrípeto no era suficiente a someter sin lucha la voluntad centrífuga de la pobre desterrada, dejándola en triste recogimiento.
Bien podía expresar la mandíbula del Rey, más larga que saliente, la terquedad, que hacía las veces de voluntad firme, y su mirar vago el fatalismo religioso, que ocupaba el lugar de las ideas.
Y todos, con resignación oriental, sentáronse en el ribazo, y allí aguardaron el amanecer, con la espalda transida de frío, tostados de frente por el brasero que teñía sus rostros con reflejos de sangre, siguiendo con la pasividad del fatalismo el curso del fuego, que iba devorando todos sus esfuerzos y los convertía en pavesas tan deleznables y tenues como sus antiguas ilusiones de paz y trabajo.
Verdad es que estaba bastante achacoso y vivía mortificado, si no por la gota, como todos los nobles de antigua raza, por unos alarmantes e invencibles ahogos que le confirmaban en su fatalismo.
Su mirada resbalaba en la superficie de las cosas, y los vasallos no veían en ella más que un convencimiento tenaz y un fatalismo irreductible.
O este fatalismo nos revela, señora madre, la más alta filosofía política, o supina ignorancia de las artes de gobierno.
Por todo el camino hasta Briones fue taciturno y suspirante, viendo la reproducción de su lúgubre fatalismo en objetos diferentes que a su paso encontraba.
Cortar las comunicaciones ferroviarias es grave atentado a la cultura y saqueo del acervo nacional, pero Estévanez y sus auxiliares actuaban en aquellos momentos como profesionales de la rebeldía y ejecutores ciegos del fatalismo revolucionario.
¡Extrañas antinomias! ¿Quién explicará jamás que en mi fatalismo, no hiciera yo aquel viaje sino para representar ante María Blanco una escena análoga, si no igual a la que Teresa Rivas acababa de representar ante mí? ¿No iba, únicamente, a echarle en cara su falta de palabra, y a afirmar mi superioridad de varón declarándole que yo había faltado antes al comprometerme con Eulalia Rozsahegy?.
Verdad es que estaba bastante achacoso y vivía mortificado, si no por la gota, como todos los nobles de antigua raza, por unos alarmantes e invencibles ahogos que le confirmaban en su fatalismo.
Al robo se le llama «expropiación», al asesinato premeditado se le bautiza con el nombre de «procedimiento por los hechos», sobre la báscula se alardea, con fatalismo oriental, de morir resignado y contento, argúyese que los atentados se inspiran en las obras de los Dostoievsky, Tolstoi, Krapotkine, Zola, y que las bombas de la dinamita se han encendido en las columnas de la prensa periódica: adviértese, con la arrogante severidad de un Catón, que no ha de quedar piedra sobre piedra de la sociedad moderna, y los dinamiteros vocean en los tribunales que están dispuestos a perder la vida antes que consentir en levantarse para hablar a los magistrados, porque el estar de pie delante de un magistrado sentado, es una conculcación de la soñada igualdad.
Corrió él, pues, a toda brida, sin saber por dónde, y yo lo seguí maquinalmente, sin más aliento que el que me prestaba su tenacidad inquebrantable, muy parecida al fatalismo mahometano.
Tenía una verdadera superstición al respecto y creía en su fatalismo inconsciente que estaba escrito su encuentro en el mundo con el Mayor.
Y el cabecilla arrancó la última chupada y tiró el cigarro, con un gesto de contrariedad y fatalismo.
Un tranquilo fatalismo guiaba ahora sus acciones.

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