Ejemplos con esplendor

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Luego, al abrir su ventana, contemplaba un cielo límpido, luminoso, con el esplendor suave del sol invernal, pero el mar estaba agitado, ondeando sin espuma y sin estrépito a impulsos de un viento peligroso.
Don Horacio recordaba el esplendor de estas recepciones.
Eran restos de las grandes iluminaciones con que la casa conmemoraba ciertas fiestas en sus tiempos de esplendor.
A partir del entresuelo, piso con entrada independiente, que había sido alquilado a un almacenista de drogas, comenzaba a desarrollarse el esplendor señorial de la fachada.
Los techos lucían aún el viejo esplendor de los artesonados, unos obscuros, de artificiosas trabazones, otros con un dorado mate y venerable que hacía resaltar los cuarteles coloreados de las armas de la casa.
¿Verdad que ves pasar por la cuesta roja de la Fuente vieja los borriquillos de las lavanderas, cansados, cojos, tristes en la inmensa pureza que une tierra y cielo en un solo cristal de esplendor?.
Lo único que le quedaba del añejo esplendor era el abultado abdomen, enarcándose bajo las sábanas.
Otra vez repitió el dulce nombre que había iluminado su infancia con un esplendor novelesco.
Unos eran opacos é incoloros, otros bronceados y negros, los más se revestían con tintas soberbias, cuyo esplendor desesperaba a los pinceles humanos, incapaces de imitarlas.
Colgaban de su esqueleto flácidas adiposidades, como harapos de un pasado esplendor.
Ustedes, los colombianos, tienen aun esperanzas de redención: allí hay vida, hay savia, hay esplendor.
Y con el énfasis de todo enamorado, la comparaba con el astro del amanecer, resultando que la amante vencía a la estrella en hermosura y esplendor.
Y aquella mujer todavía hermosa, con el encanto sabroso de la madurez, que ensanchaba sus formas, aterciopelándolas, parecía complacerse con dolorosa coquetería en apreciar en el espejo, mientras se colocaba la mantilla, las canas que cortaban el esplendor rubio de su cabellera, las ojeras azuladas y dolorosas, su boca plegada por un gesto lloroso, como si estuviera en perpetua oración.
Aun así, le restaba una fortuna considerable a la Iglesia Primada, y mantenía su esplendor como si nada hubiese ocurrido, pero el señor Esteban husmeaba el peligro desde el fondo de su jardín, enterándose por los canónigos de las conspiraciones liberales y de los fusilamientos, horcas y destierros a que tenía que apelar el señor rey don Fernando para contener la audacia de los negros , enemigos de la monarquía y la Iglesia.
¡Ay! ¡Y para esto habían peleado con los moros tantos señores arzobispos de Toledo, conquistando villas, asaltando castillos y acotando dehesas, que pasaban a ser propiedad de la catedral, contribuyendo al mayor esplendor del culto a Dios! ¡Y para caer en las manos puercas de los enemigos de todo lo santo habían testado tantos fieles en la hora de la muerte, reinas, magnates y simples particulares, dejando lo más sano de su fortuna a la Santa Iglesia Primada, con el deseo de salvar su alma! ¿Qué iba a ser de las seiscientas personas, entre grandes y chicos, clérigos y seglares, dignidades y simples empleados, qué comían de las rentas de la catedral? ¿Y a eso llamaban libertad? ¿A robar lo que no era suyo, dejando en la miseria a un sinnúmero de familias que se mantenían de la olla grande del cabildo?.
Todo para mayor gloria de España y esplendor de la religión.
Se amontonaron en ella los materiales para construir una nación grande, pero llegaron arquitectos de fuera y levantaron este edificio, cuyos primeros años de existencia asombran a usted con el esplendor de la novedad, pero entre cuyas ruinas caminamos ahora.
Sentóse en una banqueta frente a la mampara que lleva a las habitaciones regias, a fin de esperar que la reina la llamase o alguien saliese, mas la excitación nerviosa no la dejaba sosegar un momento, y levantóse al punto para asomarse a uno de los balcones y mirar a la plaza de la Armería, púsose luego a arreglarse los ricitos de la frente ante uno de los magníficos espejos y reparó entonces en el soberbio retrato de Alfonso XII, pintado por Casado, que habían colocado allí la víspera y se destacaba sobre la rica tapicería de seda granate con grandes flores amarillas, con todo el esplendor de una obra maestra.
Yo he creído ver la gloria y esplendor de tus atributos, y te he amado y alabado.
¿Cómo reproducir, sin alterarle o sin debilitar su energía y empañar su esplendor celestial, el sencillo e inspirado discurso que entonces pronunció el Padre Enrique?.
Acisclo? Con cierta moral alambicada, que don Acisclo no podía conocer, acaso hubiera salvado los intereses del marqués, acaso hubiera hecho durar otros cuantos años más el esplendor de la casa, pero pedir esto por aquellos lugares era pedir cotufas en el golfo.
Por la tarde tendrían música en la plaza, y la rumbosa viuda pensaba ya con placer en el brillante aspecto que presentaría su salón, bailando las niñas y sus amiguitas, mientras las mamas pasarían al comedor a tomar un chocolate digno del esplendor de la familia.
Era la cocina indígena, con todo su esplendor de las fiestas tradicionales.
Por su talle delicado y su figura y cara porcelanescas, revelaba ser una de esas hermosuras a quienes la Naturaleza concede poco tiempo de esplendor, y que se ajan pronto, en cuanto les toca la primera pena de la vida o la maternidad.
Seguía reparando que algunos abades se mostraban con él así como airados o resentidos, en especial el arcipreste, el más encariñado con la casa de Ulloa, pues mientras el cura de Boán y aun el de Naya atendían sobre todo al triunfo político, el arcipreste miraba principalmente al esplendor del hidalgo solar, al buen nombre de los Moscosos.
Sintió también que le asían las manos otras manos despojadas de carne, consuntas, amojamadas y momias, comprendió que la guiaban hacia el estrado, y que le ofrecían uno de los sitiales, y apenas se hubo sentado en él, conoció con terror que el asiento se desvencijaba, se hundía, que se largaba cada pedazo del sitial por su lado sin crujidos ni resistencia, y con el instinto de la mujer encinta, se puso de pie, dejando que la última prenda del esplendor de los Limiosos se derrumbase en el suelo para siempre.
La rectoral daba señales de su esplendor pasado, su aspecto era conventual, al entrar y apearse en el zaguán, los señores de Ulloa sintieron la impresión del frío subterráneo de una ancha cripta abovedada, donde la voz humana retumbaba de un modo extraño y solemne.
Guardábanse en el desván mil cachivaches arrumbados que habían servido en otro tiempo a la pompa, aparato y esplendor de los Pardos de la Lage, y hoy tenían por compañeros al polvo y la polilla, por esperanza, la visita de muchachas bulliciosas, que de vez en cuando lo exploraban, a fin de desenterrar alguna presea de antaño, que reformaban según la moda actual.
Notable espilorchería, como dice el italiano dijo don Quijote, pero, con todo eso, tenga a felice ventura el haber salido de la corte con tan buena intención como lleva, porque no hay otra cosa en la tierra más honrada ni de más provecho que servir a Dios, primeramente, y luego, a su rey y señor natural, especialmente en el ejercicio de las armas, por las cuales se alcanzan, si no más riquezas, a lo menos, más honra que por las letras, como yo tengo dicho muchas veces, que, puesto que han fundado más mayorazgos las letras que las armas, todavía llevan un no sé qué los de las armas a los de las letras, con un sí sé qué de esplendor que se halla en ellos, que los aventaja a todos.
¡Oh tú, gloria y honor de cuantos visten las túnicas de acero y de diamante, luz y farol, sendero, norte y guía de aquellos que, dejando el torpe sueño y las ociosas plumas, se acomodan a usar el ejercicio intolerable de las sangrientas y pesadas armas! A ti digo ¡oh varón, como se debe por jamás alabado!, a ti, valiente juntamente y discreto don Quijote, de la Mancha esplendor, de España estrella, que para recobrar su estado primo la sin par Dulcinea del Toboso, es menester que Sancho, tu escudero, se dé tres mil azotes y trecientos en ambas sus valientes posaderas, al aire descubiertas, y de modo que le escuezan, le amarguen y le enfaden.

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