Ejemplos con entregaba

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Auspiciado con las pequeñas monedas que le entregaba su abuela, el pequeño Klaus, a diferencia del resto de los niños de post guerra, en vez de comprar dulces juntaba cada moneda para comprar discos de su gran pasión, la ópera.
Lo entregaba sin correcciones a la imprenta.
Mientras Paul se dedicaba a su carrera, Jane se entregaba a la suya.
Llevó consigo el mamotreto, debajo del brazo, y aquella noche, en un entreacto, entre y , fué al cuarto del bufo Celemín, director y primer actor de la compañía, y le dijo, a tiempo que le entregaba el manuscrito:
Al fin se entregaba, desarmado, pero no convencido.
El monarca sarraceno le entregaba Jerusalén graciosamente, y el Papa volvía a excomulgar a Federico por haber conquistado los Santos Lugares sin derramamiento de sangre.
Pero cuando se entregaba con más abandono a esta succión dominadora, se sintió repelida, disparada por un manotón brutal, semejante al puñetazo que la había lanzado sobre los almohadones al principio de la entrevista.
Primeramente, las remesas de dinero excedieron en muy poco a la cantidad mensual que le entregaba su padre.
Y la señora aceptó el consejo, pero sólo le entregaba joyas de mediano valor, sospechando que no las vería más.
Se entregaba sin resistencia, sin deseo, con una sonrisa de tolerancia, satisfecha de poder dar un poco de felicidad, de la que ella no participaba.
El hombre amado sería de otras, ¡y ella misma lo entregaba! Pero la noble tristeza del sacrificio le infundió serenidad.
Cuando llegaba la hora de entrar en el tocador se la entregaba de nuevo a su hermana.
Hasta que fatigado, sudoroso y a punto de caer a tierra con un derrame, le entregaba la escoba y recogía el bastón con borlas.
Tenían que librarse de la vigilancia de doña Cristina, para cambiar la carta que llevaba escrita con la que le entregaba Pepita en un rincón del hotel, o en una revuelta del jardín: y gracias que contaban con el auxilio de Nicanora, la de su novia, la ama seca que, después de criar a la niña, se había quedado a su lado disputando su influencia, primero a la institutriz, y ahora a las doncellas y demás servidumbre femenina de la casa.
¡Cuántas veces, creyendo acariciar a una mujer, besaba a una estatua fría que se entregaba a él con rigidez de autómata! Las preocupaciones religiosas, llegaban hasta su dormitorio.
Otras veces, el maestro de capilla, viviendo por un instante en la realidad, le entregaba unas cuantas pesetas, sacrificando el goce de adquirir una nueva partitura.
El muchacho, antes tan sólido y bien equilibrado, mostrábase inquieto y nervioso, lloraba a solas por cualquier cosa o se entregaba a expansiones infantiles, pero a pesar de esto, era más feliz que nunca.
Su madre era una tramposa capaz de todos los enredos y vergüenzas para conservar el falso oropel de su vida, su madre despreciaba las murmuraciones que herían hondamente el honor de la familia, dejaba a las hijas que se arrojasen en el peligro, arrastradas por la desesperada audacia de cazar un novio, y al final se entregaba como una perdida en brazos de un amigo de su esposo, se vendía infamemente cuando estaba próxima a la vejez, manchando todo su pasado, por una necesidad del orgullo.
Nada le debía, pues le entregaba íntegro el salario de la tienda, satisfaciendo con creces sus gastos.
Allí, en un asiento musgoso y desportillado, me entregaba yo a la lectura de mis autores favoritos, allí leí la Atala y el Renato , el Rafael y la Graciela , allí devoré el Conde de Monte Cristo , y repasé, por mi mal, algunas novelas de Jorge Sand, que acongojaron mi corazón y dejaron en mi alma sedimentos de acíbar.
Y cuando pasaba un rato largo sin que él se moviera, Jacinta se entregaba a sus reflexiones.
Barbarita era administradora general de puertas adentro, y su marido mismo, después que religiosamente le entregaba el dinero, no tenía que pensar en nada de la casa, como no fuese en los viajes de verano.
Retorcía los pescuezos con esa presteza y donaire que da el hábito, y apenas soltaba una víctima y la entregaba agonizante a las desplumadoras, cogía otra para hacerle la misma caricia.
Ella no supo qué decir ni hacer otra cosa que besar muchas veces la mano de Ricaredo, y decirle con voz mezclada con lágrimas, que ella le aceptaba por suyo y se entregaba por su esclava.

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Ariiba