Ejemplos con eminencia

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Rabia, grita y casi muerde, en los días que le pica la maldita enfermedad, pero se presenta doña Visita, y en seguida se contiene, sufre en silencio, gime como un niño, y basta que ella le diga una palabrita dulce o le haga un mimo, para que a Su Eminencia se le caiga la baba de gusto ¡La quiere mucho!.
Pero Su Eminencia, que siempre estaba discurriendo el modo de molestar al prójimo, había colocado en lados distintos de la catedral unos relojitos traídos del extranjero, y había que ir cada media hora a abrirlos y marcar la presencia.
Es como si a mí, que estoy acostumbrado al pucherete casero, me llevasen hoy a la mesa de Su Eminencia.
Se me burlan, hasta insultan a mi pobre sobrina, y un día echaré a la calle la mitad de la gente de las Claverías, pues tengo facultades de Su Eminencia para todo ¡Ay, Señor! Yo no sé qué ha pasado aquí.
Visitó al cardenal para quejarse de las gentes del claustro, y Su Eminencia, que vivía en perpetua indignación, se enfureció escuchándole, faltando poco para que le pegase.
En mi presencia tienen la vista baja, sonríen y alaban a Su Eminencia, y apenas vuelvo la espalda, son víboras que intentan morderme, lenguas de escorpión que nada respetan ¡Ay, Tomasa! ¡Hija mía! ¡Tenme lástima! Cree que cuando pienso en esto me pongo muy enfermo.
No jueguen ustedes con Su Eminencia, que es muy capaz de entrar un día en el coro, y a éste quiero y a éste no, sacarlos a todos a bofetada limpia.
Se me atragantaba tanto tratamiento, me daban ganas de gritar: ¡Pero qué porra de Eminencia e Ilustrísima, si nos hemos arañado de pequeños mil veces, porque este grandísimo ladrón no veía mendrugo ni albaricoque en mis manos que no quisiera zampárselo! Gracias que le hablo de usted desde que le vi beneficiado de la catedral, pues a un sacerdote no está bien tutearle como a un monago.
Cuando me dijo que no le llamase Eminencia y todos esos tratamientos que le da la gente, lo agradecí más que si me hubiese regalado el manto de la Virgen del Sagrario.
Su Eminencia, cerrando los ojos, se creía aún el monago travieso de medio siglo antes.
Su Eminencia no había bajado al coro ni asistiría a la procesión.
De vez en cuando se hablaba en el claustro alto de la salud de Su Eminencia.
Además, si hace uso de su gran poder sobre el cardenal, es para evitarles las chillerías de Su Eminencia, que muchas veces, en sus ratos de dolor furioso, quiere arrojar copas y platos a la cabeza de los familiares.
Hasta los que son amigos y favoritos de Su Eminencia y le llevan recados de lo que aquí se murmura contra él no lo niegan con mucha calor.
Dicen que canta, que toca el piano, que lee y sabe muchas cosas de las que enseñan en ese colegio tan rico, que tiene la gracia de Dios para traer chalao a Su Eminencia.
¡Anda! ¡Ésta es buena! ¿Usted aún no conoce a doña Visitación, cuando en la catedral y fuera de ella no se habla de otra persona? Pues la sobrina de Su Eminencia, que vive con él en palacio.
Hablan de que Juanito es su nieto, y que su padre, que murió, y aparecía como sobrino de Su Eminencia, era un hijo que tuvo de cierta señora cuando fue obispo en Andalucía.
Quiero reventar al cabildogritaba, quiero ensuciarlo, así aprenderá a hablar menos de mí, quiero cubrirlo, sí señor, cubrirlo de Y ya se figurará usted, tío, de qué quiere Su Eminencia cubrir a los canónigos.
Pero hubo que ver a Su Eminencia cuando le entró la furia.
Su Eminencia sonrió con modestia: Señora: la Iglesia es pobre, pero no quiero que por ese calavera sufra el buen nombre de la familia.
Su Eminencia la recibió con sonrisa paternal, oyéndola sin pestañear.
Usted conoce a Juanito y sabe que es hijo de un sobrino de Su Eminencia que murió hace tiempo.
¿Qué tal, tío? ¿Se ríe usted? Pues a mí me gusta la receta de Su Eminencia, especialmente lo del pan, pues el Catecismo maldito si hace falta, ya que todos lo aprendemos de pequeños.
Pero a Su Eminencia se le va más abajo, y le hace rabiar como un condenado.
Únicamente por la noche, en el silencio del claustro alto, aquellos matrimonios que se reproducían y morían entre las piedras de la catedral osaban repetirse las murmuraciones del templo, la interminable maraña de chismes que crecía sobre la monótona existencia eclesiástica, lo que los canónigos murmuraban contra Su Eminencia y lo que el cardenal decía del cabildo, guerra sorda que se reproducía a cada elevación arzobispal, intrigas y despechos de célibes amargados por la ambición y el favoritismo, odios atávicos que recordaban la época en que los clérigos elegían a sus prelados, mandando sobre ellos, en vez de gemir, como ahora, bajo la férrea presión de la voluntad arzobispal.
Pero si en la conversación surgía el nombre de Su Eminencia reinante, todos callaban, llevándose la mano a la gorra para saludar, como si el príncipe de la Iglesia pudiese verlos desde el inmediato palacio.
Según afirmaban las gentes de la catedral, la señora Tomasa era la única que podía decirle las verdades cara a cara a Su Eminencia.
Veinte duros al año paga tu tía Tomasa para que lo explote su hijo, y eso porque, como sabes, la vieja es gran amiga de Su Eminencia, pues le conoce desde niño.
Iba a acabar sus estudios muy pronto, y todos le auguraban que Su Eminencia le daría una cátedra en el Seminario antes de cantar misa.
Cantaba un tenor eminencia , uno de esos tiranuelos de la escena que cobran por noche cinco mil francos para entonar una romanza o un dúo y estar de cuerpo presente en el resto de la obra.

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