Ejemplos con echaron

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Temblaba toda, como una vara verde, sin que cuantos abrigos le echaron encima fuesen parte a calentarla un poco.
¡Mire que es de judíos lo que hicieron con Doña Sabelita! ¡De la misma cabecera de la difunta la echaron a la calle arrastrándola por los cabellos! ¡Y con qué palabras, Madre de Dios! ¡Ni siquiera la dejaron abrir el arca de su ropa para ponerse una pañoleta de luto! ¡Como no se halló nada en la casona, sospechaban que la ahijada tuviese escondido dinero y alhajas!.
Pretendía escaparse ¡fuego! Sus manos, que sentían la comezón del homicidio, echaron la escopeta a su cara, partió el gatillo sonó el disparo, y cayó el bulto en la acequia entre una lluvia de hojas y cañas rotas.
Mis compañeros me echaron de allí: hasta el mismo Sr.
Sé de quien posee el que le echaron encima al tiempo de nacer.
Los cuatro soldados se echaron las carabinas a la cara.
Tuviéronla ellos por persona de poco más o menos y se echaron a reír delante de su cara napoleónica.
Oyose una voz que gritaba: ¡viva la simpatía! y le echaron coplas de gusto dudoso, pero de muy buena intención.
¡Lástima de agua del bautismo la que te echaron! Tramposa, chalana Te pateo la cara aunque me deshonre las suelas de las botas.
Luego, los pantalones echaron de sí aquellas piernas como bastones que se desenfundan.
Quiso incorporarse, exhalando un gran suspiro, y lo hizo, ayudado por la persona que había entrado y no era otra sino Primitivo, pero apenas estuvo en pie, un atroz dolor en las articulaciones, una sensación de mazazo en el cráneo le echaron a tierra nuevamente.
Sepa que el primer volteador del mundo fue Lucifer, cuando le echaron o arrojaron del cielo, que vino volteando hasta los abismos.
Cerca de mediodía podría ser cuando nos echaron en la barca, dándonos dos barriles de agua y algún bizcocho, y el capitán, movido no sé de qué misericordia, al embarcarse la hermosísima Zoraida, le dio hasta cuarenta escudos de oro, y no consintió que le quitasen sus soldados estos mesmos vestidos que ahora tiene puestos.
Y la polvareda que había visto la levantaban dos grandes manadas de ovejas y carneros que, por aquel mesmo camino, de dos diferentes partes venían, las cuales, con el polvo, no se echaron de ver hasta que llegaron cerca.
Y aun hay un autor secreto, y de no poco crédito, que dice que, habiendo cogido al Caballero del Febo con una cierta trampa que se le hundió debajo de los pies, en un cierto castillo, y al caer, se halló en una honda sima debajo de tierra, atado de pies y manos, y allí le echaron una destas que llaman melecinas, de agua de nieve y arena, de lo que llegó muy al cabo, y si no fuera socorrido en aquella gran cuita de un sabio grande amigo suyo, lo pasara muy mal el pobre caballero.

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