Ejemplos con echaran

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Entonces, los sorprendidos pompeyanos se vieron sometidos a una lluvia de pila por parte ambos lados de la formación contraria, lo que provocó que vacilaran y se echaran atrás una distancia, no lo suficientemente grande como para disgregarse, pero sís suficiente como para que César emprendiera la vuelta al campamento en orden de batalla.
El punto malo del juego es que los enemigos no tienen una IA muy poderosa, a veces podan tendernos trampas, pero hasta eso, también sabrán cubrirse pero a veces solo se echaran al piso.
En el siglo XIX, la escasez de productos de agricolas y ganaderos, propició que los ayamontinos se echaran al mar, haciendo que la pesca se convirtiera en un importante motor de desarrollo para la zona.
Sólo oyendo a Allen se sentía uno desgraciado, como si el mar, el viento, la soledad y la niebla se echaran sobre uno y lo acogotaran.
Los soldados, alegres y bulliciosos, deseaban que les echaran moros para dar cuenta de ellos.
Los moros de a caballo, que no bajaban de ocho mil, y los doce mil infantes, no aguardaron a que los cañones echaran de sí toda su saliva, y retrocedieron con horroroso pánico, refugiándose en las fragosidades de Sierra Bermeja.
Tan acosado se vio el vagabundo, y tal temor le entró de aquellas, más que mujeres, bestias en dos pies, que no se opuso a que los suyos echaran a correr hasta ponerse a distancia de tan bárbaros gestos y de las voces airadas, incomprensibles.
No quería que los le echaran una mano, ni que le recibieran en las suyas las sociedades secretas.
Aconteció que un paje de la Nunciatura, feligrés antiguo de doña Rosalía, y muy admirador de su buen color, se atrevió a aspirar a no sabemos qué honestas confianzas: picose la dama, picose más el paje, y al día siguiente, al traer el bonete del Nuncio para que le echaran un zurcido, en vez de dárselo a doña Rosalía se lo entregó a las dos hermanas.
De esta circunstancia se aprovechó una de las esclavas, a una señal de su señorita, para arrastrarse por el suelo y pillar dos, sin que lo echaran de ver las otras.
De suerte que así fuera sordo de cañón el tabernero, hubo de oír y acudir presuroso al llamado, a fin de evitar que le echaran la puerta abajo.
Con todo eso, os digo que merecía el que le compuso, pues no hizo tantas necedades de industria, que le echaran a galeras por todos los días de su vida.
Al principio recibió mal a la muchedumbre, y desdeñó su celo y su ansia de honrarle, como quien no necesitaba de tal mando, mas, presentándosele todos los días a sus puertas rogándole que concurriese a la plaza y aclamándole, se dejó por fin convencer, y mostrándose entre los que pedían el consulado, pareció no que iba a recibir el mando, sino que llevaba ya la victoria y el triunfo de la guerra, y que daba facultad a los ciudadanos para celebrar los comicios: ¡tanta fue la esperanza y seguridad que inspiró a todos! Nombráronle, pues, segunda vez cónsul, no dejando que se echaran suertes sobre el mando de las provincias, como era de costumbre, sino decretándole desde luego el mando de la guerra macedónica.
Fue el caso que Lucas, habiéndose encaminado a la ciudad, tuvo que presenciar en ella, tras de muchos y muy entretenidos desahogos populares, como romper símbolos coronados, tiznar las paredes de ciertos edificios con letreros rimbombantes, desarmar policías, y lo demás de rúbrica, sangrientos y desaforados combates entre griegos que atacaban y troyanos que se resistían, vio luego a éstos abandonar el campo, arrollados por los otros, y como él era de los primeros, aunque no en lo de batirse, pensó que se volcaba la tortilla de sus ilusiones, temió que los vencedores le echaran la zarpa, y loco, desalentado, huyó a campo travieso, como liebre acosada por galgos.
Este deseo, pues, de saberlo todo me metió no hace dos días en cierto café de esta corte donde suelen acogerse a matar el tiempo y el fastidio dos o tres abogados que no podrían hablar sin sus anteojos puestos, un médico que no podría curar sin su bastón en la mano, cuatro chimeneas ambulantes que no podrían vivir si hubieran nacido antes del descubrimiento del tabaco: tan enlazada está su existencia con la nicociana, y varios de estos que apodan en el día con el tontísimo y chabacano nombre de lechuguinos, alias, botarates, que no acertarían a alternar en sociedad si los desnudasen de dos o tres cajas de joyas que llevan, como si fueran tiendas de alhajas, en todo el frontispicio de su persona, y si les mandasen que pensaran como racionales, que accionaran y se movieran como hombres, y, sobre todo, si les echaran un poco más de sal en la mollera.
Mora me inspiraba confianza, hice alto, pero temiendo una celada, me dispuse a la lucha, haciendo que mis cuatro compañeros echaran pie a tierra.
Además, como todas las mujeres son iguales, falsas como la plata boliviana, supe esos días no más, antes que me echaran a las tropas de línea, que Petrona decía, para salvarse del castigo de su padre, que algo andaba maliciando que yo era un pícaro que la había solicitado a ella de mala fe, con sólo la intención de hacer el robo que había hecho.
El sargento Sanabria empuñando un trabuco, mandó cesar el fuego, ordenando a sus hombres que se echaran de vientre para aprovechar sus últimos tiros cuando el enemigo avanzase.
Del mismo modo puede decirse que si lo que es susceptible al frío estuviera exento necesariamente de perecer, por muchas cosas frías que se echaran sobre el fuego jamás se extinguiría éste, jamás perecería, al contrario, saldría de allí con toda su fuerza.

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