Ejemplos con digamos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Sus representaciones estaban destinadas digamos a los espíritus selectos de un reducido número de personas.
Por otra parte, Juana, como no ha nacido en este pueblo, no le tiene gran ley que digamos.
Ni como zapatero, y no digamos como poeta dramático.
Y el primero que a fuerza de hacha y de fuego vació el tronco de un árbol y se echó al agua en él, fue un semidiós para los infelices que habían de pasar ríos y estuarios nadando como anguilas Miremos siempre abajo, amigo Ojeda, para tranquilidad nuestra, y digamos que el es un gran buque y que en él se vive perfectamente.
Digamos que son las ojivas que ventilan esta catedral de acero y hulla.
Digamos igualmente: Alejados el uno del otro, ¿quién nos separará? Separados el uno del otro, ¿quién podrá alejarnos?.
Phs la intención no es buena que digamos Pero vale más tomar las cosas con calma.
Digamos ahora que Mechacan, zapatero, vecino y competidor hacía muchos años del señor José María el Perinolo, que había visto criarse a Sinforoso y le había arreado más de uno y más de dos lampreazos con el tirapié cuando al volver de la escuela le llamaba, para vejarle, por el apodo, le estuvo escuchando desde la cazuela con las manazas apoyadas sobre la barandilla y la cara erizada de púas sobre las manos.
Digamos que, a pesar de esto, era mozo de gentil disposición y rostro.
, pues tú tampoco estás muy joven que digamos.
Todos somos buenos, al fin, gentes que no hemos visto el mundo ni por un agujero y vivimos aquí como en conserva, pero los Luna habéis sido de lo bueno lo mejor, y no digamos de los Villalpando, que os vienen a la zaga.
¡Ya ves: ocurrir esto en la catedral, aquí, donde pasan los años en santa tranquilidad, sin que nos digamos una palabra más alta que la otra! Yo me acordé entonces de ti.
Y no digamos nada de don Felipe II, un monarca tan sabio, tan astuto, que hacía bailar a su gusto a los reyes de Europa como si les tirase de un hilillo.
De victorias y grandezas no digamos.
¡Y no digamos de sabiduría! Aquellos siglos produjeron los hombres más famosos de España, grandes poetas y eminentísimos teólogos.
Era, en cierto modo, desconfiado y receloso, digamos mejor, cauto.
La Fuente-Castellana, con su dilatado horizonte de lontananzas espléndidas, con su diáfano, vastísimo cielo, con sus fantásticas perspectivas, en que se destacan a lo lejos las torres y las cúpulas de Madrid, con sus áridas cercanías donde proyectan largas sombras los endebles y desarropados árboles heridos por los rayos horizontales del sol poniente, no es un paraiso que digamos para los que nacimos en la feraz Andalucía, pero tiene—y esto nadie podrá negarlo—no sé qué belleza propia de las llanuras, no sé qué majestad, no sé qué embeleso, no sé qué melancolía peculiar del Desierto y del Océano, de las soledades del frío y de las soledades del calor, del Polo y del Africa, que me agrada soberanamente.
No digamos que le quería, según su concepto y definición del querer, pero le había tomado un cierto cariño como de hermana o hermano.
La Providencia no había andado en aquello muy lista que digamos, porque ellos no necesitaban de la lotería para nada, y aun parecía que les estorbaba un premio que, en buena lógica, debía de ser para los infelices que juegan por mejorar de fortuna.
Estos hechos, valga la verdad, no arrojaban mucha luz que digamos sobre lo que se quería demostrar.
¡Creyó que le podría querer! ¿Y qué hizo usted para conseguirlo? ¡Ah! Lo que usted quería, digamos las cosas claras, lo que usted quería era casarse para tener un nombre, independencia y poder corretear libremente.
No andas muy decente que digamos.
Conque digamos al subteniente, al sacristan, a las viudas, a los estudiantes y a los aceiteros, de ninguno de los cuales hemos de volver a tener noticias.
Digamos además que la popularidad de Manuel se reflejaba en la que era señora de su corazon, y que todos la veian con tanto respeto y benevolencia, como odio y mala voluntad profesaban a su padre.
—Pues entónces digamos que tiene un corazon.
Pero digamos qué le habia pasado entre tanto a Manuel Venegas.
—Así es la verdad, respondieron ellas, pero no se lo mentemos, ni le digamos nada si él no nos lo mienta: ¿qué sabemos si quiere encubrirse?.
¡Pues digamos agora que la discreción era mocosa! Así era discreta como bella, y era la más bella del mundo, y lo es, si ya los hados invidiosos y las parcas endurecidas no la han cortado la estambre de la vida.
No tengas pena, señora: de aquí a mañana respondió Leonela yo pensaré qué le digamos, y quizá que, por ser la herida donde es, la podrás encubrir sin que él la vea, y el cielo será servido de favorecer a nuestros tan justos y tan honrados pensamientos.
Yo agradezco tu buena intención, amigo Sancho respondió don Quijote, mas quiérote hacer sabidor de que todas estas cosas que hago no son de burlas, sino muy de veras, porque de otra manera, sería contravenir a las órdenes de caballería, que nos mandan que no digamos mentira alguna, pena de relasos, y el hacer una cosa por otra lo mesmo es que mentir.

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